De razones y opciones / Forma es fondo - LJA Aguascalientes
07/02/2025

La cita con el destino es siempre inevitable. El domingo próximo acudiremos las y los ciudadanos a expresar nuestra voluntad de entre las distintas opciones, plasmadas en la boleta electoral.

En la soledad de la casilla el votante ejerce una especie de poder de decisión soberano, por lo menos desde la perspectiva de su propia individualidad. Discierne acerca de opciones racionales que le den garantías de que ha hecho el mejor uso de sus razones, de su decisión y de que ha maximizado su propia ganancia a través de su voto.

Cíclicamente suele emerger en periodos electorales el fenómeno del abstencionismo, por un lado, y el fantasma del rechazo ciudadano a cualquiera de las opciones planteadas, invitando a los votantes a anular su voto hacia la política que emerge desde los mostradores de los partidos políticos que hoy son severamente rechazados por los ciudadanos. Y aquí es donde las cosas comienzan a complicarse. Me explico.

Efectivamente, presenciamos hoy en día uno de los momentos más difíciles para la democracia tal y como la conocemos, con sus normas, instituciones, prácticas y desde luego con sus jugadores. Quizá como nunca antes, la ciudadanía se encuentra inconforme con la manera de proceder de partidos y políticos. El abstencionismo y la anulación del sufragio aparecen como dos soluciones viables dentro del menú de opciones racionales a la hora de votar.

El desencanto ciudadano tiene múltiples explicaciones. Por un lado los partidos políticos están solos en la arena electoral y son las entidades políticas que han asumido, en el caso mexicano, la titularidad de la responsabilidad del output democrático.

Pero lamentablemente los partidos políticos no han ajustado sus prácticas, sus mecanismos, a fin de volver más atractivo su quehacer a los ojos del votante. Sus “entregables” más inmediatos, por ejemplo los gobiernos, en las últimas dos décadas no han terminado por convencer y satisfacer a una ciudadanía cada vez más desencantada con la pobreza de sus resultados.

Mucha democracia, sí, pero acompañada con pobres tasas de crecimiento económico. En los últimos 15 años, por ejemplo, nuestra tasa promedio de crecimiento es de no más del 2% y de hecho durante la pasada década (del año 2000 al 2010, la tasa promedio fue de apenas un 1.8 % anual).

Agregue usted otras causas entre las que podemos citar, por ejemplo, los cíclicos escándalos de corrupción que tanto desestimulan el vigor ciudadano y producen un pérdida de fe. La falta de resultados en áreas tan sensibles de política pública como el combate a la pobreza y la desigualdad, el desarrollo económico, la transparencia y la rendición de cuentas y el combate al crimen organizado, entre otras.

Todo esto es entendible, pero sostengo que aún y con todo este desencanto, nuestra mejor opción sigue siendo acudir a votar y optar por alguna de las opciones plasmadas en la boleta electoral. Abstenerse es un gesto de indolencia ciudadana que en poco ayuda a superar los obstáculos que aún tenemos pendientes. Pero anular el voto resulta ser una opción simplemente irracional, que riñe de entrada con la actitud normal del comportamiento democrático ciudadano.


Recordemos que la premisa esencial de todo esto es la idea de participar. La participación ciudadana es uno de los aspiracionales más poderosos de la eficacia y funcionalidad de la democracia. A una mayor participación de los ciudadanos más robustos son los resultados y las instituciones que el proceso arroja. Anular nuestro voto equivale simplemente a anular nuestra capacidad participatoria, y de eso no se trata precisamente el ejercicio del próximo domingo.

Ni resulta sano para nuestra democracia partir de la idea falsa de que un voto nulo tiende a fortalecer sólo a los partidos grandes, porque ello hace y vuelve más valiosos sus porcentajes, como tampoco debemos irnos por el expediente fácil de decir que “anular es otra manera de votar”, como lo sostiene la postura opuesta.

Está claro que corre mucho a cargo de los partidos políticos el revisar sus prácticas y mecanismos a fin de que su labor contribuya decisivamente al fortalecimiento de la democracia que practicamos, pero esa es una tarea de corte institucional que a todas estas organizaciones, como tales, les corresponderá afrontar. Por lo que comprometer mi participación o la suya nulificando nuestro sufragio, para tratar de que aquellos corrijan sus yerros, no me parece que sea la más racional de las opciones. Anular es sacrificar, más que otra forma de votar, y los ciudadanos no tenemos por que ser siempre los sacrificados.

Acuda a votar, lo invito a ejercer su derecho al voto porque esa es una de sus libertades más caras y apreciadas.

Política de la buena: Hagamos democracia al andar. Nos vemos el domingo en la casilla electoral.

 


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