McFly a la carta / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
02/12/2024

Reviso el menú, de arriba a abajo, le doy vuelta, observo las fotos… ¿qué va a ordenar? Chilaquiles verdes, sin pollo, sí, gratinados. No importa lo que haga, en ciertas cafeterías siempre pido lo mismo. No puedo compararlo con el caso de un restaurante específico, donde ordeno el platillo que lo hace memorable, para mí, y que debo aprovechar pues contadas veces al año voy a un restaurante. Las cafeterías de línea son otra historia, voy a lo seguro, por mucho que trate de aventurarme no me sale. No sé si es gusto, costumbre o pereza ante la indecisión. Por ejemplo: en las fondas siempre pediré la sopa de pasta, y le voy más al arroz que al espagueti, y el plato fuerte puede ser un ganador si el menú incluye chiles rellenos. Supongo que uno guarda los sentidos, los protege, los instala en una cotidianidad. Lo mismo me pasa con la vista: leo ciertos autores, releo libros que, como he dicho antes, leí cuando era joven. Busco redescubrir, o bien descubrir, lo que me perdí por neófita. Sí, deme chilaquiles verdes para leer.

Sin embargo, a veces me inquieta esta actitud. Ya lo he dicho, sí pruebo sabores nuevos pero las oportunidades son menos. Hace unas semanas fui a un restaurante coreano, descubrimiento de mi hija, la más remilgosa de la familia. Si ella encuentra algo bueno para comer, es una garantía. En el restaurante citado había gente joven, como ella. Me agradó ver a esa nueva generación de comensales buscando sabores, escribiendo su propia historia de menús y de anécdotas entre platos de verduras, mariscos, tallarines y arroz al vapor. Ante la carta novedosa, pedí por instinto, un tanto alejada de mi única referencia, el ramen. Comí una sopa humeante, picosa, rica. Entre cucharada y cucharada, me preguntaba si mi sensación ante el descubrimiento era semejante a la de los jóvenes.

Igual, hace unas semanas recibí un libro de cuentos de un autor joven. Muchos de sus condimentos provienen de la misma alacena que la de mis hijos: fueron niños en los noventa. Por un momento, puse de lado mi costumbre, como hice al sentarme en el restaurante coreano. Decidí que mis ojos probarían nuevos sabores. Leí los cuentos del libro Metástasis McFly, de Pedro J. Acuña, número 526 de la colección Fondo Editorial Tierra Adentro. El primer cuento le da el nombre al libro. El índice es una carta sencilla, con pocos platillos para escoger, pero todos con un sabor específico. No hay modo de quedarse con hambre con este libro. Pedro tiene voz propia y ese privilegio de lograr reproducir cuadros cinematográficos en los cuentos. Más que leerlos, los vi. Le basta utilizar sus referencias pop y, supongo, las de su infancia, para darles una vuelta de tuerca, silenciosa, y así convertirlas en símbolos de lo extraño, a veces entrañable y otras inquietante. Creo que los comensales pedirán una y otra vez el cuento “Metástasis McFly”, es sabrosísimo. Esto lo digo con objetividad, pero confieso que, de regresar a la mesa de Acuña, pediría otro, porque mi subjetividad y mis papilas gustativas saborearon algo más: acaso la probabilidad de futuros platillos, de libros por venir o simplemente de ingredientes que me hacen evocar otros tiempos: pasado, presente y futuro, sin la necesidad de la máquina del tiempo. Lo dicho, pediré una ración más de “Entre azucenas olvidado” para llevar. Siempre me han gustado los sabores de los monasterios extintos.

En el transcurso de los años, he leído volúmenes del Fondo Editorial Tierra Adentro, unos eran de autores que siguieron una trayectoria y que han regresado a mis libreros con sabores sorprendentes y platillos únicos. Otros se quedaron olvidados en alguna alacena. Quiero creer que Acuña escribirá otros platillos, y con gusto los probaré. Pero esto es otra historia y depende de muchas variantes. Por lo pronto, éste es un libro bueno para leer, es el que tenemos ahora: posee la frescura de quien se atrevió a cocinar lo propio, alejándose lo justo de la receta original, sin arrogancia, sin miedo, experimentando lo necesario para ofrecer algo que se queda en la memoria. Aquí no hay congelados, ni puré de lata, no hay moldecitos ni pasteles de caja. Sólo la posibilidad de que la nueva generación de cuentistas me permita dejar de pedir los chilaquiles verdes.

 


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