Durante el pasado fin de semana, me disponía a viajar al norte del estado para saludar a estimados amigos que tengo en los municipios, cuando en uno de los cruceros se acercó un niño, que soportando los rayos del sol, lejos de la vista de sus padres y sorteando a los automóviles, ofrecía en venta flores.
La impresión que en ese momento tuve fue la de su reservado provenir. La mala sensación del reto no superado en nuestro país por garantizar los derechos de las niñas, los niños y adolescentes. De que estamos muy distantes de lograr una infancia feliz para la viabilidad como sociedad.
Qué lejos estamos aún de cumplir las expectativas de la infancia. De crear el entorno para un desarrollo digno y exitoso.
El caso de este niño me hizo recordar a tantos pequeños que vemos a diario trabajando en el mercado, ayudando a los padres en tareas que no son propios de su edad, trasnochándose en la feria con tal de conseguir unos pesos para llevar al hogar y en otros tantos lugares no aptos para su corta edad.
Recientemente aprobamos en el senado las reformas a la Ley Federal del Trabajo, a fin de sancionar todos los casos de explotación laboral, de definir como edad mínima para una actividad remunerativa los 15 años y no exigir tiempo extra a menores de 18 años. Estuvimos en sintonía con las disposiciones de la Organización Internacional del Trabajo.
Sin duda fue un gran avance, pero entiendo que no es suficiente para proteger a nuestros menores y adolescentes.
Se necesita de la voluntad de las autoridades competentes para aplicar y supervisar el correcto ejercicio de la ley. Es imprescindible la actitud responsable de los padres y en general de los adultos, para no ver más a este sector de la población como proveedor en el hogar y como elementos de la productividad.
Entendamos que la niñez es una etapa especial para la formación de las personas. De su adecuado crecimiento dependerá el éxito de un proyecto de nación y de una sociedad integrada y participativa.
La etapa de la infancia y de la adolescencia es para estudiar, aprender, jugar y convivir.
Con toda razón Malala, la joven premio Nobel de la Paz, considera que “un niño, un profesor, un libro y una pluma pueden cambiar el mundo”, y es que en la educación reside la solución a prácticamente todos nuestros problemas y nuestros males.
Sin embargo, ¿qué escenario estamos construyendo y heredando a nuestra infancia?
La Organización Internacional del Trabajo señala que en el mundo hay 215 millones de niños laborando. En México se calcula superan los 2 millones y en Aguascalientes, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, considera que son el 8 por ciento de los menores de entre los 5 y 17 años de edad.
La realidad es preocupante, porque el trabajador infantil enfrenta a diario todo tipo de abusos y riesgos a su integridad.
Al obtener un ingreso por mínimo que sea, las exigencias en su hogar o en su entorno crecen, de ahí que muchos opten por la deserción escolar y hasta el abandono del hogar.
Dice la Unicef que el trabajo infantil viola los derechos de quienes lo practican al impedir su sano crecimiento y truncar su desarrollo escolar y con ello el profesional.
También, la Organización Internacional del Trabajo advierte que más del 50 por ciento de los menores laborando están expuestos a las peores formas para el cumplimiento de sus funciones y que incluso marcan negativamente y de por vida, su conducta.
Niñas, niños y adolescentes están expuestos, más que nunca, a padecer condiciones de esclavitud, a emplearse en actividades peligrosas y hasta forzadas que pueden incurrir en lo delictivo.
Las cifras oficiales del INEGI nos revelan que el 26 por ciento de los menores que trabajan no recibe ingreso o su pago se da en especie.
De quienes sí perciben un salario, en el 43 por ciento de los casos es el mínimo; para el 29 por ciento de uno y hasta dos salarios y sólo en el 13 por ciento más de dos.
El 33 por ciento cumple jornadas laborales de más de 34 horas a la semana. El 5 por ciento trabaja en lugares no aptos ni permitidos para ello, el 25 por ciento se encuentran expuestos a riesgos en su trabajo y el 3 por ciento ha sido víctima de algún percance laboral.
Otros datos que llaman la atención tienen que ver con que el 6 por cada 10 niños ocupados reside en zonas poco urbanizadas. El 28 por ciento decide emplearse en actividades comerciales, el 26 por ciento en la industria y la elaboración de artesanías y el 18 por ciento son mandaderos.
Su inserción en la actividad económica se da por lo general, sin derecho a la seguridad social o cualquier tipo de prestaciones.
Son entendibles las necesidades que tienen en muchos hogares de fortalecer su situación económica, más aún con políticas fallidas en la recuperación del poder adquisitivo.
Pero ello, no es el pretexto para que nuestra infancia y adolescencia trunque los sueños propios de su edad. Que se vuelvan adultos prematuros en un medio que aún no les corresponde y del cual se muestran totalmente indefensos.
Participemos todos por la educación, la salud y la felicidad de nuestras niñas, niños y adolescentes. Es un deber que no debemos eludir.