Engañoso el título de esta columna, querido lector, usted podrá pensar que con sendo apellido qué buena noticia puede haber; acaso ya lo agarraron y ahora sí, ni con la fianza sale, incautaron las propiedades en Dubai, los azules lo cobijaron de nueva cuenta. No se confunda, no es Luis, es Eduardo a quien me refiero, un personaje que como muchos en todo el país tienen la nostalgia de las mieles que saborearon en su momento de fama dinero y rocanrol; aquí mismo en la tierra de la gente buena tenemos un caso similar, acérquese al hermoso Rincón de Romos, es un pueblito chiquito, chiquito pero bonito… así lo cantó Nacho Montes y los Ermitaños que por más de una década con los hermanos Méndez más Jorge Navarro hicieron de las suyas en el género de la música chicana; ahora recordados y jamás olvidados, hoy viven como simples mortales.
Algo similar es la premisa de la obra cinematográfica de Gustavo Moheno donde pone a consideración del respetable amante del celuloide la vida de Eduardo Reynoso alias Eddy Reynolds quien después de ser un exitoso rockero acaba como músico versátil de eventos sociales. En ese momento del personaje nos encontramos cuando arranca la película, y como la vida misma, un hecho cambia el rumbo de su historia. ¿Qué pasaría si de pronto la persona que más admira volteara a verlo y además le interesara lo que usted hace? Se imagina, como si de pronto Donald Trump volteara a ver al más rico del Campestre, o como si Carlos Salinas se fijara en un regidor tricolor de uno de nuestros once municipios, o que tal Checo Pérez con mi vecino corredor de carts, algo así le pasa al Eddy Reynolds de Gustavo Moheno, un personaje bien logrado, protagonizado por uno de los mejores actores mexicanos de todos los tiempos, Damián Alcázar.
No sólo para los amantes del rock, sino para todos aquellos que gustan del cine nacional bien hecho, aparece como un oasis en las salas cinematográficas en el país de Pedro Armendáriz, la película Eddy Reynolds y los ángeles de Acero, altamente recomendable dentro del género de la comedia, obviamente con mucho sentido del humor, con una línea argumental muy clara que da pie a un guión sólido y no predecible, ya sabe, no es de esas historias donde a la mitad del filme intuimos lo que les va a pasar a los protagonistas y apostamos por un final esperado, con la obra de Moheno no pasa eso, mantiene a su público siempre a la expectativa por saber en qué esquina dará vuelta la historia.
Si me sigue, estimado lector, se dará cuenta que no es mi línea el hablar de la cinematografía nacional, sin embargo, desde una perspectiva más cotidiana, como simple espectador con formación audiovisual, alcanzo a identificar la segunda película de Gustavo como una prueba superada en la concepción de un producto final que logra su cometido, hacer pasar un rato muy ameno y hasta reflexionar sobre los devenires de la vida misma, amistades, traiciones, amor y desamor, lealtad, tenacidad y por supuesto buena dosis de humor. Dónde están las ideas que usted tenía hace 20 o 30 años atrás, algunas cuajaron otras no, unas marcaron para siempre su personalidad otras están en el baúl de los recuerdos.
Se topará con Bono, con Carlos Santana y con la imaginación de los realizadores para hacer de estos ídolos de la música contemporánea casi semidioses; el primero de ellos, la razón de ser de la historia, vamos, el pretexto para que todo pase, el segundo, como Quetzalcóatl, la máxima deidad para muchos coterráneas que comparten la sangre azteca por las venas rockeras.
La postura es clara, dejemos que por un momento el espectáculo a través de un producto bien pensado se apodere de nosotros y nos saque de la realidad que cobija a esta tierra llena de cronistas audiovisuales.
Para no perder mi costumbre de buscador de negritos en el arroz, el caso Reynolds no es la excepción, en la débil industria cinematográfica nacional esos negritos son mayúsculos, mal comparemos las cosas, no es equitativa la cantidad de producción fílmica norteamericana que es proyectada en las salas de los complejos nacionales, y lo peor de todo es que esa inequidad está avalada por la Ley Federal de Cinematografía. Cheque usted lo que reza el artículo 19 de dicha ley:
Artículo 19.- “Los exhibidores reservarán el diez por ciento del tiempo total de exhibición, para la proyección de películas nacionales en sus respectivas salas cinematográficas, salvo lo dispuesto en los tratados internacionales en los cuales México no haya hecho reservas de tiempo de pantalla.
“Toda película nacional se estrenará en salas por un periodo no inferior a una semana, dentro de los seis meses siguientes ala fecha en que sea inscrita en el Registro Público correspondiente, siempre que esté disponible en los términos que establezca el reglamento.”
Y cuando parece que la ley defiende a la producción nacional, los exhibidores como buenos empresarios y muy conocedores de los gustos superfluos de los espectadores ceden el 90 por ciento al cine norteamericano, el que deja números negros en taquilla y cumplen con lo que marca la ley, el 10% de pantallas para la producción nacional, cualquiera que esta sea; aunado a esto, si el fin de semana de estreno no se recaba cierta cantidad de papel moneda, el exhibidor no garantiza la vida del filme por más de una semana. Salvo malas excepciones como “no se aceptan devoluciones” donde el público sucumbió a una extensión de los programas del señor peluche con un tinte melodramático mal desarrollado pero bien aceptado, nuestro cineastas deben recurrir a la mercadotecnia BTL para hacer que sus obras sean apreciadas por nosotros. Independientemente de la crítica, positiva o negativa, dese la oportunidad de ver los discursos audiovisuales que los artistas del celuloide nacional hacen para sus coterráneos, verá que se encontrará con gratas sorpresas como la de Gustavo Moheno y su Eddy Reynolds.
@ericazocar
