El Titanic zarpó el 10 de abril de 1912 desde Inglaterra hacia Nueva York. Cuatro días después de haber comenzado su viaje inaugural, la tripulación recibió mensajes advirtiendo sobre varios icebergs en el camino. Sin embargo, con el propósito de aumentar su prestigio al lograr llegar a Nueva York en el menor tiempo posible sólo se ordenó a los vigías ser un poco más diligentes con la observación, para poder navegar a toda velocidad.
La noche era clara, pero sin luz de luna, los vigías sin binoculares alcanzaron a ver el iceberg cuando ya estaba delante de ellos. A las 11:40, pocos segundos después avistar la montaña de hielo, por debajo del agua, el lado derecho del Titanic colisionó con un extremo sumergido de ésta, desgarrándose las entrañas.
Era el barco más seguro, inhundible según quienes lo habían construido, por lo que tan solo había 20 botes salvavidas para dar cabida a 1100 personas, menos de la mitad de los pasajeros que viajaban. Los viajantes no se dieron cuenta de la situación porque el golpe apenas se sintió. La convicción de que el barco era indestructible impidió a muchos ver con objetividad la gravedad de la situación. Aunque no fuera evidente poco después del choque, según dice en la versión cinematográfica de la tragedia el ingeniero constructor del buque, “la nave se hundirá con certeza matemática”. Dos horas y cuarenta y cinco minutos después de la colisión, la nave se precipitaba al fondo del océano (ver https://www.youtube.com/watch?v=_FwngbZKAxI).
Desde el mes de julio pasado, advertí en esta columna que, estando el enorme buque llamado Estados Unidos en el mayor nivel de endeudamiento de su historia, se adentraba en aguas muy inestables e incluso violentas por la pugna por el control monetario del mundo. Los conflictos bélicos en los que se encontraba -y aún encuentra- esa nación en muy distintos lugares del planeta, presagiaban una acumulación de riesgos sociopolíticos que impactarían en su estabilidad económica. Se podía ver en un futuro cercano, ubicado en la 2ª quincena del mes de septiembre de 2015, un posible evento que provocaría el hundimiento del dólar norteamericano.
La decisión de la Reserva Federal (FED) del 17 de septiembre pasado, de no mover las tasas de interés, fue el anuncio de que el inhundible trasatlántico, que fungió de insignia del capitalismo en el mundo occidental durante al menos cien años, se encuentra dañado en sus más recónditas entrañas. El sistema capitalista que he llamado de fase 3.0 y que se distingue por la gran concentración monopólica y voracidad depredadora de la banca, ha entrado en franca descomposición. Varios indicadores bursátiles, monetarios, financieros y económicos lo confirman.
Según relata el analista financiero Peter Schiff, de Euro Pacific Capital, la presidente ejecutiva del Consejo de la FED, Janet Yellen, ha admitido que las tasas de interés podrían quedar al nivel de 0% para siempre. Esto resulta, por supuesto, una incongruencia en la lógica económica, por lo cual es tomado como un reconocimiento de que el sistema como lo conocemos ya no tendrá salvación. El colapso del dólar es una certeza matemática a partir de este mes de septiembre. Sus efectos se percibirán, sin embargo, durante los próximos meses.
Richard Russell, el decano de los analistas financieros de Wall Street, asegura sin ambages: “cuando la verdad salga a la luz, va a conmocionar al mundo” ( http://goo.gl/M94CXd ). El mundo está en deflación, afirma Russell, pero la gente no quiere ver disminuido su estándar de vida. Como resultado, el público en general continuará pidiendo prestado, los políticos continuarán gastando y la deuda federal -de los EUA- continuará aumentando. Los EUA han entrado en una “semi-recesión” y sus verdaderos efectos se conocerán antes de terminar el presente año. “Los mercados libres, como usted y como yo”, ejemplifica, “inhalan y exhalan. Hemos visto el proceso de inhalación desde la II Guerra Mundial. La exhalación, o la parte correctiva del ciclo, será un mercado bajista [bear market]. Este mercado bajista limpiará décadas de inflación, endeudamiento excesivo y reportes contables falseados.” Y, para no dejar que el peso de la realidad aplaste las ilusiones de muchos, concluye: “Al final tendremos un mejor mundo, más limpio, más honesto y más bueno.”
Así como la crisis financiera del 2008 se desató debido al colapso de la burbuja inmobiliaria en los EUA en el año 2006, y la posterior “crisis de las hipotecas subprime” en 2007, sus graves repercusiones se manifestaron en 2008. Se contagió primero el sistema financiero estadounidense y, con la quiebra de Lehman Brothers, se contagiaron los demás. La profunda crisis de liquidez causó indirectamente, otros fenómenos económicos, como crisis alimentaria global, diferentes derrumbes bursátiles y, en conjunto, una crisis económica a escala internacional.
Con una economía dañada por la caída del precio del petróleo, una pauperización continua del poder adquisitivo y desmontaje sistemático de la planta productiva de origen nacional al privilegiar al capital extranjero, México ya no podrá sufrir sólo un “catarrito” por la caída de la economía de los EUA. Los encargados actualmente de la política económica, herederos intelectuales de los que en la década de los 80 impusieron este modelo económico al país, con noticias sobre la devaluación del peso y el presupuesto base cero, han distraído a los medios de comunicación locales impidiéndoles alertar a la población sobre el hundimiento del buque al cual el bote de la economía mexicana se halla atado.
Mientras los tecnócratas de la Secretaría de Hacienda sólo atinan a recrudecer la voracidad fiscal como tabla de salvación, la población podría construir una sólida protección contra esta crisis reencauzando su consumo hacia la producción local. De aquí en adelante, en esta columna insistiré cómo es posible salir fortalecidos. Pero eso sí, sabiendo dejar ir al cajón de los (malos) recuerdos al sistema económico que nos impuso la poco viable situación económica actual.
@jlgutierrez