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viernes, diciembre 5, 2025

Hans-Bernd August Gustav Von Haeften / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento

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Werner von Haeften, que tiene varios monumentos a su memoria en distintos lugares de Alemania, fue uno de los involucrados de más alto rango en el fallido atentado contra Hitler, la operación Valkiria, famosa por el relato cinematográfico del mismo nombre. Menos conocido es el hecho de que también intentó disparar a Hitler, algo que, por atentar contra el quinto mandamiento, “No matarás”, impidió su propio hermano, Hans-Bernd August Gustav Von Haeften.

El caso de Von Haeften es, cuanto menos, extraño. Por parte de padre, Hans von Haeften, estaba fuertemente enraizado en el ejército y por parte de madre, Agnes von Brauchitsch, tenía relación, aunque indirecta con los intentos de derrocar a Hitler. Ella era pariente cercana de Walther von Brauchitsch que en septiembre de 1938, siendo comandante en jefe del ejército alemán, respondió a los oficiales que le invitan a colaborar en la conspiración contra el cada vez más empoderado Hitler: “Yo no haré nada, pero no impediré que otros actúen, son asuntos políticos no militares”. Él fue también el que, como comandante en jefe, le sugirió en noviembre de 1939 al canciller que no comenzara una guerra larga contra Europa, guerra que, a la larga, acabarían perdiendo.

Al venir de tan privilegiada y militarizada familia su futuro parecía que estaría en la milicia pero el joven Gustav enfocó su carrera a las leyes que cursaría, con la mirada puesta en la diplomacia, en la todavía pacífica Inglaterra, concretamente en la Universidad de Oxford. Tras terminar con las más altas calificaciones sus estudios, entra en 1933, el mismo año en el que el partido nacional socialista gana las elecciones, en el servicio diplomático. Bucarest, Viena y Copenhague serían algunas de las ciudades en las que se desempeñaría como agregado cultural de la embajada alemana.

En 1933 nacería también, con el antecedente de los “Deutsche Christen” (cristianos alemanes, literalmente) cercanos a la política nazi, una sola “Iglesia Evangélica Alemana” liderada por el pastor pronazi Ludwig Müller, una iglesia que proponía, entre otras cosas, expulsar a los bautizados que tuvieran antepasados judíos o excomulgar a los militantes de partido u organizaciones que estuvieran en contra del régimen hitleriano.

Contra esa manipulación flagrante de la religión en 1934, protestantes alemanes convocaron al “Sínodo de la Confesión del Reino de Dios” donde destacó la intervención de Karl Barth, uno de los grandes teólogos del siglo XX, que escribió “la Iglesia ha de servir, no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”. De ese Sínodo saldría lo que se daría en llamar Iglesia Confesante, una Iglesia que no estaba dispuesta a supeditar los intereses religiosos a los de ninguna otra ideología. A ella pertenecería Von Haeften.

Esa afiliación religiosa le impidió por una parte participar en el reclutamiento masivo de burócratas para engrosar la filas del partido nazi, algo a lo que Gustav, desafiando al poder en tiempos muy peligroso, se negó. Por la otra, a impedir que los distintos conspiradores atentaran contra la vida de Hitler proponiendo a cambio que se le detuviera y juzgara, acción que él apoyaría haciéndose cargo del Ministerios de Asuntos Exteriores. En enero de 1944, unos meses apenas antes de la Operación Valquiria, Gustav vio a su hermano, Werner, sacar una pistola de su portafolio y explicarle que había una oportunidad única para disparar a Hitler. Gustav, tras explicarle que el asesinato iba directamente contra el quinto mandamiento le preguntó “¿es este realmente tu labor antes Dios y ante tus antepasados?”. Werner, convencido por su hermano, desechó la idea de asesinar a Hitler, aunque participó activamente en la preparación del atentado contra el mismo. Por la participación de Werner en la Operación Valquiria, como ayudante de Claus von Stauffenberg, fue fusilado.

Gustav fue el que se encargó de darle a la familia la noticia de la muerte de Werner, algo que ya intuían tras el fracaso de la conspiración, y de despedirse de ellos. Imaginaba que iba a ser detenido y aquella última velada fue triste. Pensaba ya en su interrogatorio y, según su esposa, citó las palabras de Jesucristo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros”. Gustav fue detenido el veintitrés de julio, tres días después del atentado y juzgado por un tribunal popular el quince de agosto. Irónicamente, durante el juicio, el juez Roland Freisler dijo de él que era “un enviado del diablo”.

“Pregunta: ¿No se da cuenta de que cuando hay gente luchando al límite de sus fuerzas es traición desviarse de la lealtad al Führer? Respuesta: Ya no siento el deber de dicha lealtad. Pregunta: Entonces, parece claro que si no lo siente es como si se dijera ‘si no siento la lealtad, puedo cometer traición’. Respuesta: No es así exactamente sino que más bien pienso que según la visión histórica que tengo del papel del Führer, este es un gran perpetrador de maldad. Yo tenía la opinión…” A esa altura del juicio se suspendió el interrogatorio.

Seguramente ese “un gran perpetrador de la maldad” fue lo que le valió la condena inmediata ahorcándolo como un criminal cualquiera en lugar de ser fusilado. “Ninguno de los acusados a los que hemos interrogado”, escribió el juez en la condena, “se ha atrevido a dar una explicación que empequeñece a todas las demás acusaciones y es la de su opinión sobre el Führer y su gente”. Lo ahorcaron el mismo día del juicio. Entre el juicio y la muerte todavía tuvo tiempo de escribir una carta de despedida a su mujer, una carta a la que le costó un año llegar a su destinataria.

 

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