Durante varias décadas después de la II Guerra Mundial, el orden establecido contó con sólo dos actores de gran tamaño. El llamado Occidente, por un lado, con régimen capitalista, y por el otro, el bloque de la Unión Soviética, de régimen comunista. Una tensa paz vivió el mundo durante más de cuarenta años, con mutuo espionaje, carrera armamentista nuclear y cerrada carrera tecnológica. Cada bloque ganaba esporádicamente terreno derrocando regímenes para instaurar gobiernos afines en diversos países de lo que supuestamente era esta “tierra de nadie”, conocida como tercer mundo.
El avance del capitalismo terminó con esa “Guerra Fría” al derribarse el muro de Berlín y con ello, la instauración de la llamada “economía de mercado” en casi todo el mundo. Bajo ese nuevo orden mundial, y ya sin cortapisas del bloque comunista, la economía de mercado en manos de sólo unos cuantos se desató convirtiéndose en economía de la depredación monopólica. Heredera del liderazgo soviético, Rusia, bajo el régimen de capitalismo de Estado, se lanza a competir por el control de recursos naturales y territorios.
Para no perder terreno ante sus competidores, los Estados Unidos de América (EUA), “líder del mundo libre y la democracia”, decide ejercer su facultad de ser el dueño de la chequera. De esta manera, firmando cheques -cada billete de dólar es un cheque, un vale, una promesa de pago- monta un consorcio industrial militar de enormes proporciones y subsidia la expansión de su aparato productivo en todo rincón del mundo que, entre la corrupción de sus gobernantes y la amenaza militar, le permitieron pagar bajísimos sueldos y adquirir materias primas a precios irrisorios.
Pero este país está ahora en su peor momento económico y financiero. La actividad económica se sostiene sólo gracias a la industria bélica y las telecomunicaciones, íntimamente imbricadas. Ya la planta productiva de manufacturas se ha llevado a otros países y sólo con lo que produce el sector de los servicios -banca principalmente- puede tener los recursos que le permiten adquirir del extranjero lo que comen y visten sus habitantes. Uno de cada seis norteamericanos está desocupado y vive con subsidio gubernamental (food stamps); el gasto del gobierno representa una carga sin precedentes para el pueblo que trabaja. De cada cien dólares de su Producto Interno Bruto (PIB) se destinan más de cuarenta para mantener al gobierno. En once estados de la Unión hay más gente viviendo de su seguro de desempleo que de su trabajo.
Desde el fatídico 11 de septiembre hace 14 años, con el espanto inducido por el terrorismo desde el gobierno y por todos los medios de comunicación estadounidenses, se ha obligado a la población a aceptar la pérdida de su libertad a cambio de seguridad.
En los EUA, las personas pueden ahora sufrir detención preventiva por denuncia anónima o por sospecha de estar involucradas en terrorismo sin la protección jurídica del hábeas corpus, que asegura los derechos básicos de una persona detenida. El gobierno puede intervenir teléfonos, correos electrónicos, requisar propiedad privada que unilateralmente califica de peligrosa y detener sin más a personas para revisiones y cuestionamientos. El gran avance de las tecnologías de la información permite ahora al gobierno, a través de los prestadores de servicios de comunicación y las redes sociales, tener acceso a todos los datos personales e incluso privados o íntimos de las personas.
Nuestro vecino del norte se encuentra hoy con esa proverbial chequera totalmente vencida, con una enorme deuda acumulada que de ninguna forma puede ya pagar. A esto se suma el descontento de Israel por el acuerdo nuclear de los EUA con Irán; los banqueros de origen judío podrían levantarse de pronto de la mesa de juego bancario y llevarse sus fichas a otra parte.
Por si fuera poco, la lógica de la depredación capitalista ya no es exclusiva del antiguo bloque occidental. China necesita urgentemente ganar mercados y para ello conduce una guerra económica con la que pretende arrebatar la hegemonía productiva, bancaria y comercial a los EUA que cada día está más apabullado por su deuda.
El dólar ya no puede sostenerse como almacén de valor y referencia comercial. Una devaluación progresiva no es viable porque constituiría una muy dolorosa y lenta muerte del sueño americano, lo que podría desatar violencia entre la población norteamericana. Sólo queda el camino de un colapso repentino del valor del dólar.
Sin embargo, los habitantes del país vecino del norte no aceptarán fácilmente la necesaria y súbita desaparición de su cómoda forma de vida. Siendo así, sólo tras un evento de gran proporción, que muy posiblemente tenga que ser una bandera falsa, la fuerza militar ya desplegada desde ahora en las calles podría redirigirse para evitar la violencia.
En este mes de septiembre hay varios momentos que podrían marcar el inicio del fin del imperio norteamericano, largamente negociado por los poderes fácticos que ya se hallan cómodamente instalados fuera del territorio de los EUA.
Acontecimientos relevantes tendrán lugar allí entre los días 16 y 29: desde la reunión del consejo de la Reserva Federal, la Asamblea General de la ONU, hasta la visita del papa. Este sería un periodo viable en el cual cualquier evento atípico podría justificar la movilización del ejército y encubrir el colapso del dólar.
La instauración progresiva de un orden mundial, que es el aseguramiento de vía libre al capitalismo depredador, legitima hoy en día guerras y hambre. No importando ya qué bloque o qué país lo impulse, el proyecto está en camino, es totalmente inmoral y al margen de los principios humanitarios. No obstante, por primera vez en la historia del mundo, la mayoría silenciosa está más alerta e informada. El despertar de la conciencia colectiva, que ya de manera esporádica se ha opuesto al plan depredador de la élite global, ha demostrado capacidad de detener, con acciones de paz, el avance de este desorden mundial.
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