Hoy como nunca, la loca carrera por el diario sustento es para muchos como perseguir su propia sombra; cuando parece estar al alcance, el sólo hecho de intentar asirla hace que se aleje nuevamente. El común denominador de la lucha cotidiana por el pan de cada día, no respeta ya niveles de ingreso.
Los ingresos de la población mexicana se han deteriorado consistentemente desde 1981. Entre ese año y la actualidad, el salario mínimo ha registrado un deterioro del 70% ( http://goo.gl/DcfKPF ). Conforme a la información que proporciona la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que publica el Instituto Nacional de Geografía Estadística e Informática (ENOE-INEGI), desde el año 2007 a la fecha, el ingreso promedio de la población mexicana, medido en veces salario mínimo, se ha reducido en 18%. Esto es, no sólo el indicador referente de las percepciones ha bajado por su pérdida ante el proceso inflacionario durante más de una generación, sino que los salarios promedio que se pagan en el país se han reducido de manera que se le quitado a los hogares mexicanos casi una quinta parte de sus ingresos reales en los últimos ocho años. No sólo las personas ocupadas en un trabajo subordinado -dependiendo de un empleador- han experimentado esta reducción, sino también las que por cuenta propia emprenden alguna actividad. Estas últimas tienden a ser cada vez menos; la población auto-ocupada se ha reducido en 6% desde 2007. La presión cultural fomenta el consumo de bienes y servicios de procedencia extranjera y marcas intensamente publicitadas, en detrimento del consumo de bienes y servicios producidos localmente, generalmente con escasa o nula promoción pública, especialmente en medios masivos que implicarían altos costos.
Tal reducción en los ingresos repercute en el bienestar percibido por la población y afecta a las personas en muchos más aspectos que no son medidos por los indicadores económicos tradicionales.
Hoy me interesa observar conflictos al interior de los hogares que son resultado de la decepción que causa el desfase entre las expectativas de bienestar material y las posibilidades reales de alcanzarlo. Una expectativa general y comúnmente asumida es que las personas aspiren a constituir hogares con mejor nivel de ingresos que los de sus antecesores. De allí el afán de los padres de familia de proveer con mejor educación a sus hijos, o el de mudarse a mejores barrios, comunidades o colonias al constituirse las nuevas familias. Pero esas aspiraciones y afanes resultan cada vez más difíciles de alcanzar cuando los ingresos monetarios son menores. De allí también que actualmente en cada hogar busquen trabajo más miembros de la familia.
La decepción ha hecho presa a muchas familias que se consideraban de clase media. Con deudas para la compra de vivienda, vehículos y enseres domésticos, los ingresos actuales escasamente alcanzan para satisfacer su aspiración de un nivel de vida reflejado en gastos educativos para los hijos, vacaciones y diversiones básicas como ir al cine o a comer fuera. El culparse mutuamente por incumplir la expectativa de ingresos monetarios para la manutención hace presa de los integrantes de los hogares con aspiración de clase media, añadiendo el factor de tensión psicológica al deterioro económico.
Sin embargo, sólo es cuestión de falta de dinero. Para enfatizar lo que en varios de mis artículos anteriores en esta columna he afirmado, subrayo el aspecto de que es apenas un elemento el que falta: el dinero, que es un bien monopolizado por el sistema bancario y ajeno a nuestra humana capacidad de generar riqueza.
Como ya mencioné en un artículo anterior, el 90% de los hogares mexicanos, nueve deciles de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares o ENIGH 2014, han sufrido la reducción de sus ingresos monetarios. Sólo el 10% más pobre ha registrado un aumento gracias a los subsidios otorgados por el gobierno.
Como el monopolio del dinero es una práctica mundial, la población de México no es la única que, en este momento de crisis global atraviesa por este problema de falta de ingresos monetarios. Esta crisis global en sí, es una falacia total por dos cuestiones: una, porque las provocan artificialmente los gigantescos centros de poder monopólico cuya única lógica de existencia es el exprimir los ingresos de toda la población. Y dos, porque la falta de dinero no implica la falta de riqueza; aunque no tenga dinero, la gente sigue teniendo habilidades, aptitudes, capacidades, valores. Luego, todo es cuestión de separar lo que en nuestra vida depende del ciclo del dinero bancario de todo lo que puede prescindir de él.
En diversas partes del mundo -unas desde hace ya varias décadas-, se han creado círculos de trueque que se enriquecen con el intercambio mutuo de esas habilidades, aptitudes, capacidades, valores. Por la crisis impuesta por el sistema financiero global, proliferan hoy en día los círculos de trueque y se multiplican en cada vez más lugares del orbe.
Son proyectos de economía social y solidaria, que parten de acuerdos comunitarios en colonias, barrios, gremios, cooperativas o asociaciones mutualistas. Se establece un compromiso de intercambiar bienes y servicios como se intercambian favores. El acuerdo colectivo impide los posibles abusos o desequilibrios en el sistema de intercambios.
Un intercambio de favores no es una transacción comercial. Se utilizan bienes y servicios por los que al producirse se pagan impuestos. Al intercambiarse éstos no se genera un valor monetario adicional, por lo que no es susceptible de gravamen adicional. Esa modalidad para enriquecer la economía es cada vez más común, y a la vez más necesaria ya que el sistema monetario preponderante es incapaz, por su propia naturaleza, de proporcionar a las personas el bienestar económico al que aspiran.
@jlgutierrez