El favorito de Pedro Infante / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
09/02/2025

 

…ya lo he dicho, es como los sabores: si comes todos los días tu platillo favorito, deja de serlo. Unos dirán que ocurre porque las papilas gustativas se cansan, o bien, si se trata de tocino, el cerebro manda una señal para decirnos que nos estamos matando. No sé si el colesterol tenga que ver o el hecho de que las tripas no aguantarían tanta lubricación. En realidad creo que algo sólo puede ser un favorito si lo deseamos: la baja pasión debe palpitar en el gusto. Lo sé, también ya he hablado de esto.

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Eso, todo es como los sabores. Por ejemplo, yo suelo añorar el mar; temo morirme sin haberlo visto de nueva cuenta. Me digo: no está mal verlo cada determinados años, de vez en cuando, porque cuando veo ese horizonte abierto, verdadero, me provoca gran emoción. Lo observo, todo se aleja y desaparece en él, como si mi mente construyera su propia nave de los locos. Me pasa a mí, pero porque vivo en una falsa colina, aquí, en mi monstruo-ciudad.

Me gusta creer que siento lo mismo que cuando vi por primera vez el mar, de lo cual ya no me acuerdo, porque era una niña. Pero reconozco esa sensación, ese asombro infantil, por referencia a otros recuerdos. Descubrir cosas todavía me provoca ese asombro. Esos momentos, raros, son la felicidad: en los que no existe más nada, cuando todo se pierde en un horizonte marítimo, y estamos solos, hechos uno con nuestro hallazgo.

En diciembre me invitaron a Mazatlán, a la Feliart, una feria del libro que existió por muchos años, y que ahora personajes inolvidables de Mazatlán intentan recuperar. Luis Alonso Enamorado (sí, así se apellida) es uno de ellos: logró coordinar y unir recursos de restauranteros y hoteleros, quienes dieron techo y comida a los participantes. Gracias a la Feliart, me senté a la mesa del restaurante Pedro&Lola donde probé un platillo nuevo: “El favorito de Pedro Infante”, que ahora es mi favorito. El dueño, Alfredo Gómez Rubio, me contó la historia de la receta y su elaboración. Propiamente, lo llaman molcajete o relleno. Es un guiso de carne de cerdo adobada, chorizo, jitomates, chilito, papas, zanahoria, calabacitas y aceitunas, todo sofrito; lo sirven dentro de un molcajete que ha sido calentado sobre las brasas. Todo hierve, la piedra y los ingredientes, es un platillo de fuego. Es un platillo perfecto, acompañado por arroz blanco y frijolitos güeros, tan diferentes a los negritos que preferimos en esta casa.

Es curioso, cuando pedí “El favorito de Pedro Infante”, allá en Mazatlán, no había caído en la cuenta que estaba en su estado. A veces temo que Infante es una leyenda que parece desdibujarse. Cuando leí el menú, de golpe, recordé lo emocionante que era descubrir que pasarían una de sus películas en la tele nacional, la única que había en mi infancia. La tele de paga y las maravillas vía la red no existían. Estaba el canal 4, ahí vi a Pedro Infante cantar más de una vez. Lo admito, sí lloré la muerte del Torito; pero la mayor tristeza con Infante la viví cuando se sentaba frente al piano y se arrancaba con la canción de “Angelitos negros”.

Desde diciembre, recreo el horizonte del mar de Mazatlán; intento no olvidar el sabor del relleno ni el olor de la ciudad. Recuerdo los rostros de los que ahí estuvieron: Mónica, Celene, Ricardo, Joel y Enamorado. Ahora creo que añorar el mar es sólo un pretexto, lo que en realidad temo es no descubrir más nada. Imagino el último día de Infante, allá arriba, en el cielo, a punto de estrellarse en el avión. ¿Pensaría que ese horizonte era como el del mar de Mazatlán, recordaría por última vez ese vapor sabroso del relleno? Y allá, a donde se fue, ¿habrá encontrado a los angelitos negros? No sé, quizá en la eternidad hay molcajetes y todos los azules de todos los mares mar, y todos los verdes de la tierra; y un pintor por fin pinta a esos angelitos, para que el piano aquel guarde sus notas tristes y yo crea que no estoy sentada frente al monitor sino en la Plazuela Machado, con el olor del mar y la piedra hirviendo en ese cielo terrenal, escuchando la anécdota del guiso, y olvido que afuera, tras mi ventana, sólo está el cruce de caminos, el semáforo y todos esos conductores sonando un claxon.

 



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