El mundo enfrenta una catástrofe tras otra y con una necedad que sólo tenemos los humanos -la que nos lleva a tropezar varias veces con la misma piedra-, queriendo ver resultados distintos sin dejar de hacer siempre lo mismo. Tenemos apetitos infinitos en un mundo finito: la banca internacional lleva al mundo a la ruina, las deudas se acumulan, provocan guerras para mantener el negocio y seguimos creyendo que el sistema de crecimiento exponencial es viable. El insaciable apetito por las cosas, el dinero y los espacios nos dividen, nos enfrentan; nos obligan a competir y luchar.
El ámbito donde tiene lugar esto se llama mercado. El mercado se ha convertido, para quienes medran en él, en principio, causa y origen de todas las cosas y se afanan en que la gente común lo crea firmemente y actúe conforme a ello. En consecuencia, el ser humano, originalmente libre, niega sin saberlo su propia libertad y se sumerge en la lucha cotidiana por la supervivencia rigiéndose por las reglas del mercado. Y así como el mercado suple su libertad indicándole qué consumir, cómo vivir y cuánto cobrar por su trabajo, cuánto ganar por ejercer sus capacidades, aptitudes y habilidades, el hombre sometido por el mercado termina convirtiendo al dinero en su dios.
El sistema basado en ese mercado y en ese dios parece ser ya insostenible, aunque la gran mayoría aún no se de cuenta. Pero ¿es posible que pueda ser viable otro sistema? ¿Es posible transformar la ciega práctica de adorar al dios dinero y, aún así, manifestar prosperidad?
La semana pasada señalé que los elementos requeridos para esta transformación habrían de ser básicamente los siguientes: 1. La adopción del trueque como sistema de intercambio de bienes y servicios básicos. 2. La decisión de crear, visibilizar y fortalecer el capital social de la comunidad. 3. El cambio de patrones de consumo y 4. La creación de una base de datos con las habilidades, capacidades, aptitudes de las personas, así como de los bienes y servicios requeridos y disponibles en cada comunidad.
El ámbito de acción donde se lleva a cabo este nuevo paradigma se llama mercado social; el medio de intercambio que lo anima es el valor y aprecio compartido en ejercicio de la ciudadanía económica, y el intercambio lo facilita el dinero como bien público, no monopolizado por la banca, a través de una moneda social.
El enfoque que permite cambiar el paradigma es la perspectiva de la economía como un derecho humano en vez de ser un medio para la acumulación excluyente que violenta. Yolanda Jubeto y Mertxe Larrañaga, profesoras de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del País Vasco afirman que ”los derechos sociales y económicos que dan lugar a la ciudadanía económica están directamente relacionados con el derecho a recibir una educación que potencie nuestras capacidades, a una vivienda y un medio ambiente que nos permitan vivir con calidad, a un trabajo remunerado que posibilite la autonomía financiera, una calidad en el empleo que permita desarrollar nuestro potencial personal, una seguridad social pública que garantice el disfrute de la salud, el ocio y el descanso, y, en suma, una estructura social que se preocupe por asegurar que estos derechos sean efectivos y que se adapten a las necesidades de las mujeres y los hombres de la comunidad, contribuyendo a superar los obstáculos discriminatorios que puedan existir en el camino.” http://goo.gl/n2smgc
Así, la manera de superar dichos obstáculos sólo se logra en el mercado social. El principio básico de los mercados sociales es la intercooperación integral. Esto significa que cada una de los actores económicos, las organizaciones y sus miembros, tienen que ser protagonistas activos en la producción, la comercialización, el consumo y el ahorro. A partir de este principio se ponen los recursos, los mecanismos y la inteligencia colectiva necesaria para impulsar, como se ha acordado en los principios de la Red de Economías Alternativas y Solidarias (REAS) de España: “Una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios que funciona con criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios, constituida por empresas y entidades de la economía social y solidaria junto con consumidores y consumidoras individuales y colectivos; su objetivo es que esta red permita cubrir una parte significativa de las necesidades de sus participantes y desconectar la economía solidaria de la economía capitalista, tanto como sea posible”. http://www.economiasolidaria.org/
Es fundamental para la funcionalidad del mercado social que los participantes tengan un objetivo común. En el caso de la REAS, “el Mercado Social tiene como objetivo construir un movimiento social con una clara perspectiva de alternativa económica y para ello debe dotarse de herramientas que permitan verificar el cumplimiento de los principios del Mercado Social en el día a día. Entendemos la ética como una praxis constante que se mide mediante la transparencia y la participación.”
De esta manera, las entidades proveedoras de bienes y servicios que participan en el Mercado Social se comprometen así con el cumplimiento de unos criterios comunes establecidos, a saber: respeto al medio ambiente, empleo estable y de calidad, inserción de colectivos desfavorecidos, compromiso con el entorno, democracia y participación, equidad, sin ánimo de lucro, igualdad, cooperación, transparencia, fines sociales, arraigo en el territorio, calidad entre otras.
Todo lo anterior es viable y de hecho ya está ocurriendo en diversos lugares del mundo donde la población inició por esta senda al hartarse del modelo capitalista depredador. Es una realidad en España, con la REAS, en Grecia, en Brasil y en México destacan la experiencia Túmin y Red Tlaloc. Continuaremos en los siguientes artículos con las bases y acuerdos que son factibles y deben establecerse para lograr otra economía más justa, más digna, más humana.
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