I feel your presence amongst us
You cannot hide in the darkness
Can you hear the rumble?
Can you hear the rumble that’s calling?
Cirice, Ghost
El poder existe cuando se ejerce; cuando no, sólo es presunción. El poder político puede ejercerse de distintas maneras en las relaciones de Mando-Obediencia: Obedecemos a quienes detentan el poder, ya sea porque el mando posee la autoridad legítima, porque la norma así lo exige, porque se nos ha persuadido para ello, o porque quien manda es -simple y brutalmente- más fuerte física o económicamente que quien obedece; por lo que sólo basta la vil coacción para que quien detenta el poder sea obedecido.
En el Contrato Social de las comunidades occidentales contemporáneas entendemos como válido el ejercicio de la violencia pública, siempre y cuando provenga del poder establecido y legitimado por las mayorías, y exclusivamente ejercido como vía para perpetuar la existencia del Estado, que nulifique las amenazas a la seguridad de éste. Sin embargo, cuando en un contexto no bélico (guerra contra otra nación, o guerra civil) la violencia pública es ejercida ilegítimamente desde otros frentes distintos al poder legalmente constituido, con la finalidad ideológica (política o religiosa que es casi lo mismo) de influir o coaccionar a los gobiernos y sociedades mediante actos horrendos de violencia y teatralidad, se puede hablar de Terrorismo.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el término Terrorismo puede entenderse como la intención de la dominación por el terror; la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror; o la actuación criminal de bandas organizadas que, reiteradamente y -por lo común- de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos. En esta definición caben los actos ideológicos violentos realizados por guerrillas, grupos delincuenciales, extremistas religiosos, grupos separatistas, disidencias virulentas, e incluso los actos realizados por el propio Estado cuando su ejercicio del poder es ilegítimo y reposa en el totalitarismo.
Ejemplos de lo anterior -penosamente- sobran: Las Farc, la ETA, Isis, la insidiosa y clandestina penetración de la CIA en naciones de todo el orbe, Al Qaeda, la Liga Comunista 23 de Septiembre, Sendero Luminoso, y un largo etcétera de grupos, asociaciones, gobiernos que, en sociedades maniqueas, no han podido o querido conciliar las diferencias ni someterse al imperio de la ley, teniendo como resultado de la presión social el estallamiento de bombas, secuestros, eliminación selectiva de grupos e individuos, ejecuciones públicas, y demás muestras de terror con un amargo dejo de teatralidad para con ello influir en el ánimo público a partir del más primitivo de los sentimientos: el miedo.
Todo acto terrorista es censurable, y cada muerte motivada por la coacción ideológica es igualmente atroz. Ningún hecho así es justificable, ni siquiera por la libertad de expresión ni por el respeto a las ideologías (políticas o religiosas). Como especie de homínidos racionales que pretendemos ser, es menester cerrar filas contra quienes pretenden coaccionar a las colectividades mediante el terror. Todo acto terrorista nos queda espantosamente cercano, no importa que sea en Bruselas, en París, Guerrero, Turquía, Kabul, Tamaulipas, Euskadi; y todos son igualmente deleznables en tanto que revelan el fracaso de nuestra especie para coexistir entre desiguales, y desnudan al Homo homini lupus.
Lo anterior no pretende adoctrinar de ninguna manera, sino sólo enfatizar que el terrorismo (contra cualquier persona o grupo, en cualquier latitud y por cualquier ideología, sea donde y como sea) nos lastima a todos, como en el poema Cuando los nazis vinieron por los comunistas, de Martin Niemöller (falazmente atribuido a Bertold Brecht), escrito durante los totalitarismos de la II Guerra Mundial, en el que narra cómo la indiferencia ante la tragedia ajena se convierte más temprano que tarde en la tragedia propia.
Ahora, ya que se menciona la tragedia propia, y sin la menor intención de argucia retórica ¿Qué hace falta para que hechos de nuestro cotidiano próximo se tomen como actos terroristas? ¿Qué hace falta para llamar por su nombre y con todas sus letras a acciones atroces como colgar cadáveres de puentes, desollar y desaparecer estudiantes, ejecutar masivamente a migrantes, detonar bombas en eventos patrios de carácter masivo, dotar armamento a jóvenes sin futuro en el desarrollo, secuestrar personas y enviar sus partes desmembradas…? Acciones como éstas tienen la finalidad de coaccionar al poder establecido, a otros poderes fácticos, y a la sociedad en general, mediante hechos violentos en un marco de sangrienta teatralidad, para posicionarse políticamente en el ejercicio del poderío más vil ¿Qué hace falta para asumir que aquí mismo el terror del narco también es terrorismo? Quizá falta el valor implícito, ya que asumir eso nos compromete a actuar en consecuencia ante la desintegración social, la inmoral desigualdad (caldo de cultivo de tantos males), la preservación del Estado, y la garantía del imperio de la ley; más allá de sólo responder a la violencia con más violencia. Para pelear por un mundo ético, se debe exigir por un Estado ético; pero para ello, es deber -primero- ser una ciudadanía ética. En las democracias, nosotros ejercemos el poder. Que esto deje de ser una presunción y hagámoslo válido.
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