Pascual / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
06/11/2024

…tiene sentido, en realidad el Conejo de Pascua debería tener un nombre propio. El nombre lógico sería Pascual: Pascual, el conejo, o el Conejo Pascual. Lo malo es que el nombre ya fue usado, y no lo digo por los hombres del mundo sino por el pato del refresco, ese que era un clon del otro pato, el tal Donald de Disney. Pero todo se transforma: el pato Disney es diferente a como era originalmente, y el Pascual fue cambiado, para que ya no se pareciera al de Disney; sí, aunque este último ya ni siquiera es el Donald original. Lo dicho, todo se transforma, hasta el refresco que ostenta al pato Pascual perdió cierto encanto tras ser modernizado. Quizá su magia radicaba en la infancia cuando bebía de aquellos triangulitos de Tetra Pack. Claro, la sed de la infancia es otra. A veces creo que, conforme uno crece, la sed se parece más a la del moribundo. Lo escribí en algún texto: la muerte da sed.

Pero yo estaba hablando del Conejo de Pascua, que no se transforma para recibir un nombre, porque se acercan los días santos. Sí, y así me olvidó por un momento de los últimos atentados en suelo europeo. Para mí la Pascua es sinónimo de huevos coloridos, conejitos y chocolates. No, no voy a hablar de los huevos de Pascua, que bien podrían nombrarse Pascualitos, porque ya lo hice en una antigua minuta; la misma donde citaba los huevos Fabergé y decía que conejos, corderos y huevos contienen una simbología religiosa. Esto en defensa de los ataques de aquellos que se burlan de nosotros, los seguidores del Conejo de Pascua. En serio, no es bueno ser fanático y señalar a otros de impíos, ateos, anatemas, paganos. No, no está bien querer quemar en leña verde al prójimo. Aunque igual arderíamos con un cirio pascual, que no es pato sino cera moldeada especialmente para que permanezca encendida durante los Días Santos. Sí, como símbolo de la resurrección de Cristo. A lo mejor podríamos encender al pato ya que es Pascual, para que desaparezca y libere el nombre que tanto necesita el conejo que esconde chocolates por aquí y por allá.

Sí, lo sé, sólo divago. La verdad es mejor dejar al pato con su Pascual, porque es de esas pocas historias donde hay algo de justicia, casi divina, y donde la unión hizo la fuerza sin ser sólo una frasecilla maniquea. La cooperativa que sigue distribuyendo el refresco mentado en algún momento fue estandarte del trabajo de una comunidad, como acto de redención. Que se siga llamando Pascual, aunque el Boing! ya no me sepa a infancia. Total, el desgraciado conejo de Pascua ya no me trae regalitos, por más que lo busco cuando llega la Semana Santa.

Nada, no tendré conejo con nombre, pero siempre me quedará el consuelo de rezarle a Pascual Bailón para hacer guisos ricos de cuaresma: “San Pascual Bailón, báilame en este fogón, tú me das el sazón, y yo te dedico un danzón”. La verdad guisaré el próximo año, porque en éste me tocan vacaciones. No me refiero a ir a la playa o a alguna ciudad pintoresca y primorosa de la República. Sólo vacaciones caseras de Semana Santa: sin trabajo, sin pendientes, en el ocio más puro que me aleje de los sucesos terribles del mundo. Así, reconociendo la constante transformación en los picos de los patos, los sabores de fruta y los huevos de chocolate y los de piedras preciosas. Ningún cirio pascual puede permanecer encendido por toda la eternidad, pero se transforma con cada mano que lo enciende, aunque otros quieran extinguir con el fuego. Tiene sentido, el conejo de Pascua ya no necesita nombre.


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