Soy originario del estado de Sonora, una entidad que tiene etnias regionales autóctonas. Además, mi pueblo natal está situado en la frontera con Arizona, con quien comparte los mismos orígenes raciales. Conviví en la escuela primaria, en la educación media y en la universidad con yaquis, seris, pápagos, pimas, ópatas y apaches. Algunos de ellos, los pápagos y los apaches, con doble nacionalidad mexicana y estadounidense. Todos ellos bilingües porque hablaban el idioma español y su lengua nativa. El idioma de estas tribus forma parte del grupo cahíta-náhuatl. Me acostumbré a ver a los yaquis labrando vastas extensiones de trigo, avena y garbanzo en tractores, manejando camionetas y camiones y utilizando la tecnología agropecuaria, como cualquier otro campesino o ganadero. Los seris son pescadores y han conformado cooperativas que adquieren barcas de novedosa tecnología para la captura de camarón, sardina y totoaba. Estos mismos seris han dejado de vivir en la Isla del Tiburón para convertirla en un santuario de aves marinas y borrego cimarrón, que ellos administran. Su ingreso por la pesca se incrementa con la artesanía de palo de fierro y cestería que se produce en gran escala para turistas nacionales y se exporta a varios países. Pero la medalla de oro se la llevan los pápagos y los apaches, quienes desde hace más de cincuenta años hicieron valer la autonomía de sus reservaciones indígenas y exigieron su derecho a crear casinos de apuestas, juego, espectáculos y centros turísticos. Ahora los casinos administrados por ellos y otras etnias norteamericanas generan ingresos por millones dólares. Los aguascalentenses conocen un sitio exclusivo para esquiar, Ruidoso, Nuevo México, muy cercano a Ciudad Juárez. Bien, pues le pertenece y es administrado por apaches mescaleros. La reserva india de los Seminoles de Louisiana y Florida compraron el corporativo Hard Rock que tiene casinos en muchos países. Y siguen siendo indios. Sólo que nadie los ve como pobres indios pobres. Mis compañeros yaquis y seris de la universidad vestían, hablaban y compartían igual que todos los demás. Cuando proclamaban su origen lo hacían con orgullo y nunca se sintieron rechazados. Además por lo general tenían mejores autos, vestían mejor y gastaban más dinero que los demás. Sólo los delataba su color moreno y en los seris su elevada estatura. Entonces conviene preguntarnos ¿por qué razón cuando hablamos de otras etnias, como las ubicadas en el sur y el sureste de nuestro país, los identificamos de inmediato como comunidades que viven en la miseria? ¿Por qué se habla en estadísticas oficiales de los altos niveles de analfabetismo, insalubridad, alcoholismo y pobreza en los grupos de la sierra de Oaxaca, Guerrero y Nayarit? Si los indios del noroeste son empresarios autosustentables y los de Estados Unidos han llegado incluso a ser millonarios, ¿cómo es que la mayoría de nuestros indios los tenemos catalogados como eternamente pobres y desvalidos? Crear programas de apoyo a los indígenas, universidades indígenas y comisiones para preservar sus usos y costumbres ¿no es una manera de discriminarlos? Fernando Valenzuela, el pitcher maravilla de las Grandes Ligas, era un indio mayo. ¿Alguna vez dijo sentirse discriminado por ello? No, ni siquiera mencionaba su origen y no porque le avergonzara, sino porque no representaba una diferencia. Él mismo decía que era sólo una condición natural y nunca pidió atención especial o favores por su origen étnico. Se dedicó a hacer bien lo que sabía hacer y a vivir de ello. Ahora goza de reconocimiento, prestigio y las ganancias de su enorme desempeño deportivo. ¿No convendría que dejáramos de tratar a nuestros indios como indios y les diéramos sencillamente el trato de mexicanos? ¿No sería bueno que dejáramos de verlos como fabricantes de artesanías, danzas folclóricas y atractivos turísticos? O peor aún como estandartes de imprecisas luchas sociales.
