
Oh, baby, baby, it’s a wild world
It’s hard to get by just upon a smile
Oh, baby, baby, it’s a wild world
I’ll always remember you like a child, girl…
Wild World, Cat Stevens
Vivimos una cruenta batalla sociopolítica y cultural contra nosotros mismos. El arranque del siglo XXI mexicano puede caracterizarse por sus despertares, en varios sentidos, políticos muchos de ellos: la “transición democrática” despilfarrada por Vicente Fox; la llamada “guerra contra el narco” de Calderón, que polarizó y menguó al país; el auge de lo político en las generaciones jóvenes, que se posicionaban contra un sistema personificado por el conjunto PRI-Peña Nieto-Televisa. Todo esto en marcado en la enorme caja de resonancia que son las redes sociales, y siempre bajo el cariz del tremendismo disfrazado de “buenpedismo”.
Sin embargo, debajo de todo el bagaje basura de las redes sociales, debajo de las luchas legítimas “apadrinadas” por vividores de la política (por ejemplo el movimiento #YoSoy132, o la oscura movida Ayotzinapa); debajo de todas las discusiones vacuas a cerca de lo público, basadas en ese tremendismo maniqueo, han crecido suavemente los movimientos verdaderamente necesarios de defensa de la universalización de libertades y derechos civiles para toda la población: la lucha feminista, la integración LGBTTTI en el ámbito legal (adopción homoparental, unión civil, etc.), el abatimiento de la desigualdad en las poblaciones vulnerables; luchas que se han hecho desde abajo, con menos resonancia de la necesaria, pero con pasos decididos.
Traigo esto a la columna porque el pasado lunes, en casi una treintena de localidades, se llevó a cabo la marcha #24A por la lucha feminista y el combate a las violencias machistas. En redes sociales se popularizó el tópico #MiPrimerAcoso, en el que las mujeres narraban valientemente cómo fue el primer acoso que recuerdan. Si uno compila los relatos, además de golpearse contra la realidad, descubrirá muchas cosas, entre éstas: 1- El acoso temprano no es contra la mujer, sino contra la niña. La normalización del sometimiento del hombre sobre la mujer es -además- pederasta. 2- El ambiente o entorno en el que ocurre el acoso es, básicamente, inclasificable porque ocurre en todo sitio… sí, incluso -y de manera alarmante- en el hogar de la acosada. 3- La cuestión del piropo. De esto pueden desagregarse varias cosas atroces: la mujer es un objeto, entonces es susceptible de ser admirada, también poseída; por tanto, es lícito invadir su espacio individual para imponerle mi admiración; peor aún, si ella viste de tal o cual manera, o asiste a tal o cual sitio, o si bebe entre hombres, o si camina sola, no sólo está dispuesta a permitirlo, sino que me obliga a hacerlo. En el colmo de lo abyecto, y siguiendo esta “lógica de lo atroz”, dado que la mujer es un objeto, puedo contemplarla, imponerle mi admiración a su cuerpo, palparla como la cosa que es, e incluso poseerla sin consenso ni culpa. Es decir, no es sólo el hecho del piropo, sino la carga misógina que conlleva. 4- En muchos de los relatos de #MiPrimerAcoso es notoria la forma en la que las personas del entorno han culpado a la víctima, o cómo por extensión, la víctima se culpa a sí misma. 5- Leer los relatos es visibilizar la punta de un iceberg que tiene como base un bestiario de anécdotas que mujeres más oprimidas no han podido expresar, y es vergonzante.
Pareciera que pelear a favor del feminismo es pelear contra nuestra propia formación, y -por extensión- pelear contra nosotros mismos. Nuestro folclor religioso, cultural, histórico, está diseñado para que los privilegios de género perduren. Hay, incluso, mujeres que no están dispuestas a asumirse como feministas. No imagino negros que justifiquen la esclavitud afroamericana, pero sí he visto homosexuales que defienden la homofobia (les he escuchado utilizar la palabra “pasivo” como si fuese insulto, y les he visto defender el clóset como medio de sobrevivencia). Es decir, pareciera que aún estamos presos de la culpa y el sometimiento sobre todo lo que tiene que ver con el sexo, la erotización, el género, la orientación y la preferencia. Menudo mal nos ha hecho la tradición judeocristiana. En la serie House of cards se afirma que “Todo gira en torno al sexo, menos el sexo; éste gira en torno al poder”. Es momento de empoderarnos a partir de nuestra diversidad sexual, de género, de preferencia. Es momento de que esta diversidad quite el centro de poder ante lo hetero y lo patriarcal y que esto no sea motivo de sometimiento de unos sobre todos. Es momento de despertar y darnos cuenta de que el siglo XXI hace rato comenzó.
No hay feminismo radical, hay condiciones radicales a las que se somete a las mujeres, lo demás es caricatura reaccionaria. Educarnos (y educarme) en el feminismo es tarea inacabada, y muchas veces las opositoras a ello han sido sorprendentemente también mujeres. Entender la cosificación y el sometimiento del hombre sobre la mujer me ha implicado cuestionarme y actuar en consecuencia, comenzando por transformar la propia formación que heredé. Creo que la suma de los esfuerzos individuales pueden conllevar el efecto de lo colectivo, por eso pongo mi parte, y espero que cada uno, que cada una, ponga la suya, para que en lo próximo no haya motivo para marchas de ninguna índole.
Ahora, en el despertar del siglo XXI mexicano, veo que cada vez que más hombres y mujeres estamos en esta lucha. Sin embargo, esta lucha sociopolítica y cultural es contra nosotros mismos: mientras lo anterior sucede, en las redes sociales y los medios de comunicación seguimos con la costumbre de encumbrar imbéciles: la linda niña borracha que chocó cuatro autos y quiso sobornar a los policías; el cantante de banda que estandariza la utilidad de la mujer en función de si trapea o no; la mujer policía que se retrató semidesnuda y que ahora dará shows para caballeros. Es decir, no sabemos enfocar hacia lo importante, y me abruma saber que somos nuestro propio chiste, pero que también somos nuestra única esperanza.
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