Washington, D.C., Unión Americana. 4 de marzo de 1829. La turba procedente de todos los rincones de los entonces jóvenes Estados Unidos se desparrama por la Casa Blanca para presenciar la entronización de uno de los suyos: Andrew Jackson, el paladín del pueblo. Pronto, la fiesta degenera en un desorden, en donde los salones de la magna residencia son utilizados como mingitorios por visitantes andrajosos con botas cubiertas de barro. Asimismo, copas y platos de fino estampado son destrozados por la turba.
Cuando el jefe de la guardia presidencial informa a Jackson sobre los desmanes, éste responde, más o menos, de la siguiente manera: “La igualdad política sobre la que debe edificarse la sociedad americana supone también la igualdad económica”.
La escena arriba descrita sirve como prefacio al presente artículo, el cual pretende explicar quién era Andrew Jackson y por qué su biografía es, casi, un vaticinio de lo que ocurriría con los Estados Unidos regido por el precandidato republicano, Donald Trump.
Andrew Jackson nació, en el seno de una familia de protestantes del Ulster, el 17 de marzo de 1767 en un lugar en el límite entre las dos Carolinas. Durante su adolescencia, sirvió como mensajero en las milicias que luchaban por liberarse del yugo británico. Fue capturado y rehúso limpiar las botas de un oficial británico quien, enfurecido por su tenacidad, le golpeó el rostro con su sable. Este incidente, aunado a la muerte de su progenitora y sus dos hermanos mayores, hizo que Jackson fuera por el resto de sus días un furibundo anglófobo.
Posteriormente, Jackson devino en abogado pueblerino, comerciante y dueño de esclavos. Su primera pincelada de gloria ocurrió durante la Guerra de 1812. En enero de 1815, Jackson comandó a las fuerzas estadounidenses que derrotaron a un contingente británico en la batalla de Nueva Orleans.
En diciembre de 1817, Jackson recibió la orden de atacar a las tribus semínolas en la Florida. Secretamente, Jackson anhelaba anexionar la Florida -una posesión española- a los Estados Unidos. Su pretexto fue encontrar evidencias de que tanto España como el Reino Unido financiaban a los semínolas. Por lo tanto, Jackson depuso al gobernador español y ejecutó a dos súbditos británicos.
España amenazó a la Unión Americana, pero el secretario de Estado, John Quincy Adams, defendió a Jackson. Luego, Adams negoció con el representante ibérico, Luis de Onís, el tratado mediante el cual España conservaba Tejas, pero cedía Oregón, la Florida y renunciaba a su derecho de navegar por el río Mississippi.
Gracias a su aura de héroe de guerra, Jackson fue elegido como senador por Tennessee junto con su amigo, Sam Houston, quien se convirtió en su principal acólito. A continuación, Jackson compitió en la elección presidencial de 1824, en donde se enfrentó al establishment.
Quien mejor describió a Jackson fue Albert Gallatin, diplomático estadounidense: “un hombre honesto e ídolo de los adoradores de la gloria militar, pero no apto para la Presidencia debido a su incapacidad, hábitos militares y desprecio de las leyes y provisiones constitucionales”1.
Tras perder la elección, Jackson renunció al senado y se preparó para la carrera presidencial. En 1828, Jackson ganó abrumadoramente la elección. Fue a partir de entonces que el antiguo boxeador y hombre de gatillo seguro dejó su impronta en la historia de la Unión Americana.
Jackson, influido por su herencia del Ulster -lealtad a la comunidad, desconfianza del gobierno y una tendencia a portar armas- y su historia bélica, exaltó el sentimiento de “una comunidad dura, xenofóbica, despiadada con los extraños y los desertores, rígida en su código de honor y violencia”2.
En materia de política exterior, Jackson negoció varios tratados comerciales y logró acuerdos con Francia respecto a las reclamaciones por la incautación de navíos estadounidenses por los franceses durante las Guerras Napoleónicas.
México, sin embargo, recibió un trato especial por parte de Jackson, quien ansiaba la provincia de Tejas. Para tal efecto, remitió a Anthony Butler, viejo amigo y compañero de parranda, para que comprara por cinco millones de pesos el territorio de Tejas para la Unión Americana. La oferta de Jackson fue rechazada por el secretario de Asuntos Exteriores, Lucas Alamán.
Asimismo, envió a Sam Houston para que alebrestara a los colonos angloamericanos de Tejas en contra de la República Mexicana, acontecimiento que ocurrió en 1835. Tras la captura de El Álamo y la derrota de los mexicanos en San Jacinto, Antonio López de Santa Anna firmó los Tratados de Velasco, por los cuales México reconocía la independencia de Texas. Luego, el “Napoleón del Oeste” fue enviado a Washington donde se encontró cara a cara con Jackson, quien le apremió a lograr una paz duradera entre México y Tejas. Jackson terminó su mandato en 1837 y murió en 1845 cuando Texas pasó a formar parte de la Unión Americana.
¿Por qué afirmar que Jackson es el proto-Trump? Por la exaltación del nacionalismo estadounidense, el Destino Manifiesto; la obsesión por lograr tratados comerciales ventajosos para la Unión Americana; por la desconfianza respecto a los extraños; el populismo confeso; y un sentimiento antimexicano latente.
Sin embargo, el escribano reconoce que hay una diferencia fundamental entre Jackson y Trump: el primero quería arrebatar territorio a México; el segundo desea construir un muro que disuada a la inmigración ilegal proveniente de nuestro país.
Karl Marx decía en su obra, 18 Brumario de Luis Bonaparte, que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”, México sufrió los embates del gatillero de Tennessee y, tal vez, sobrellevará al magnate de Nueva York.
Aide-Mémoire. Venezuela está a dos pasos de la ingobernabilidad; España continúa con su embarazo político; y el Leicester City ha hecho dejado su nombre en la historia del jogo bonito.
Colegio de Estudios Estratégicos y Geopolíticos de Aguascalientes, A.C.
- Adams, Henry. The Life of Albert Gallatin. New York., 1879, p. 599
- Mertes, Tom (November-December 2008). “Whitewashing Jackson”. New Left Review II (42) https://newleftreview.org/II/42/tom-mertes-whitewashing-jackson