“La Inglaterra Tudor era un lugar peligroso. Había plagas y guerras, partos peligrosos y una altísima mortalidad infantil. Pero ¿qué pasaba con los riegos de la vida cotidiana?”. Esa fue la pregunta que guía todo el trabajo de Gunn y Gromelski que además de compartir sus descubrimientos y sabiduría, una vez al mes destacan “la muerte del mes” en la que proponen el dato más extraño de los que han encontrado en el transcurso de los últimos treinta días.
William Hall, a los veinticuatro años, estaba lavando ovejas y carneros a las cuatro de la mañana, y decidió cruzar el río donde las estaban lavando a lomos de un carnero, el más fuerte de la manada. Se cayó y sin saber nadar, y a pesar de las peticiones de auxilio a sus compañeros que tampoco sabían nadar se ahogó. Después de ahogado les costó a sus compañeros tres horas recuperarlo. Y hablando de animales, resulta extraño que los grajos también fueran causa de mortalidad en aquella época. Los polluelos de grajo eran un platillo muy popular en aquellos años. El único problema era que los nidos se encontraban en lo más alto de los árboles. El veintisiete de abril de 1533 John Curteys de veintidós años se cayó de un árbol mientras intentaba conseguir los polluelos. Igual que John Sygge en 1532, George Gybbes en 1548, Nicholas, sin apellido en 1551 y un gentilhombre llamado Thomas Harmon en 1564.
Y, por supuesto, los caminos de la Inglaterra Tudor eran una causa de mortalidad no sólo por los bandoleros sino también por su mal estado. Lo asombroso es que no sólo hubieran muertos por los accidentes de los carros, sino también que peatones murieran en ella. A las tres de la mañana del once de marzo de 1550, Johyn Rusey, un trabajador manual, estaba en el camino que llevaba de Chievekley a otra población de Berkshire. Tropezó en una de las profundas marcas dejada por los carruajes y al caer se clavó el cuchillo que llevaba colgado a la cintura. Un vecino que regresaba del mercado lo encontró ya muerto.
Y en los años que estudian Gunn y Gromelski la combinación de la alta ingesta de alcohol y las carreteras también eran peligrosas. El siete de diciembre de 1563 William Raynoldes, tras vender en el mercado su mercancía se dirigía a su Ashton natal. Pero antes de emprender camino quiso brindar por el éxito de sus negocios y ya cuando salió, borracho, era noche cerrada. Jamás se dio cuenta de que el puente no tenía barda protectora y cayó al río donde se ahogó. Y no sólo los hombres sino también las mujeres bebían para celebrar el éxito antes de regresar a casa. Mabel Elcokes, casada, bebió todo el día ocho de diciembre de 1544 para celebrar una buena venta en el mercado. Regresando a casa se salió del camino y cayó en medio del bosque donde murió de hipotermia.
Y dentro de los accidentes de carretera destacan también los causados por el excesivo peso de los carros. Martin Clerke el nueve de agosto de 1561 estaba conduciendo una carreta tirada por siete caballos con más de novecientos kilos de lana como cargamento. Al voltearse el carro lo aplastó. Lo asombroso es que el dueño del carro y la mercancía a la hora de reclamar el valor de las cosas estimó que la lana costaba veinticuatro libres, la carreta y los caballos dos y media y el sirviente nada.
La muerte en la época de los Tudor, como ha sido siempre, igualaba a pobres y ricos. Sobre todo, en el caso de los accidentes infantiles. A las seis de la tarde del uno de julio de 1562 el niño de dos años Raphael Champneys intentó cruzar gateando un puente dentro de la propiedad de su padre, Justinian Champneys, sin darse cuenta de que estaba roto, cayéndose por el agujero. Margarte Wymarke, de tres y medio, estaba en los campos de la casa solariega de su padre cuando cayó a un pozo. Los sirvientes de su padre la encontraron dos días después ya muerta.
Todos, o casi todos, los deportes modernos vienen de aquella época, incluida la disciplina atlética del lanzamiento de martillo que entonces no se practicaba con tanta seguridad pero sí con más popularidad. Martillos deportivos y voladores fueron los que golpearon y mataron a John Cadbole en Dorset el ocho de junio de 1552, a Elizabeth Albott en Ardington el dieciocho de junio de 1565 y a Richard Showlder el diecisiete de julio de 1575. Los lanzadores no podían ser enjuiciados por muerte accidental siempre y cuando demostraran que habían advertido de que estaban a punto de lanzar el martillo. Robert Woode que estaba practicando el lanzamiento, de un lado de la casa al otro, sobrepasando el tejado, no avisó de lo que estaba haciendo, suponiendo que el otro habitante de la propiedad, su esposa, estaba en la cocina. Al caerle encima el martillo murió en el acto.
Hasta la comida era peligrosa en la época Tudor. No sólo por la mala alimentación o las enfermedades sino, como en el caso de Elizabeth Bowne, como cocinera. El doce de febrero de 1543 sentada en el fuego de la cocina de la casa de su amo, con la intención de calentarse no se percató de que la cuerda de la que colgaban cuatreo piezas de jamón que estaban ahí para ahumarse se estaba quemando. Cuando la cuerda se quemó del todo, las cuatro piezas cayeron sobre ella y la aplastaron. Murió cuatro días después.




