En la historia política de los países, observamos diferentes niveles en el desarrollo de la elección de sus gobiernos. Para adentrarnos en la reflexión de la elección, es necesario distinguir lo que, en una determinada votación se elige. En este contexto, los países tienen dos ámbitos de gobierno: el primero es el ámbito del Estado-Nación; y el segundo, es el del Estado-Gobierno.
Aquí hacemos una nueva subdivisión en cada uno de los ámbitos señalados: los estados-nación son repúblicas o monarquías y tienen como cabeza a un presidente o un rey. Los estados-gobierno pueden ser presidenciales o parlamentarios. El primero tiene como cabeza al que lo es también en la república, es decir al presidente; mientras que la cabeza del estado-gobierno parlamentario es el primer ministro. De esta manera encontramos repúblicas con presidente, que también tienen un primer ministro-a como jefes de gobierno, así como reyes que, de igual forma, tienen un primer ministro. Podemos mencionar los ejemplos de las Repúblicas de Francia y de Alemania, y las Monarquías de Inglaterra y España. En las repúblicas se eligen a los presidentes, mientras que en las monarquías el puesto de rey o reina es hereditario dentro de la familia.
¿Cuáles son los niveles de desarrollo de la elección de los gobiernos? Paso directamente a los países democráticos, dejando de lado a los pseudodemocráticos y autoritarios-dictatoriales. Encontramos aquí dos niveles generales de desarrollo que caracterizan la democracia en los países: el primer nivel es el de gobiernos legales y legítimos, y el segundo, corresponde a los gobiernos eficientes y eficaces.
En los países desarrollados con sociedades avanzadas, el primer nivel lo tienen resuelto por lo regular; significa que en sus elecciones ya no tienen problemas de legalidad, y menos de legitimidad. Quiere decir que sus procesos electorales se realizan, prácticamente, con transparencia y equidad, sin preocupaciones de fraude o de compra de votos, y sus partidos políticos y candidatos tienen puesta su atención en las propuestas de gobierno, y no en las triquiñuelas y engaños que puedan realizar los contrincantes.
En estas sociedades con democracias avanzadas, la competencia electoral se ubica en el segundo nivel, de gobiernos eficientes y eficaces. Es decir, ya sin el desgaste de la sombra del fraude y de la compra de voto, y con la plena libertad y autonomía de los ciudadanos electores, sus procesos electorales se centran en la evaluación de qué tan eficientes y eficaces han sido los gobiernos que ahora disputan la nueva elección.
A pesar de los avances democráticos que vivimos en México, todavía no hemos podido superar con determinación el primer nivel de la legalidad y la legitimidad. Con la alternancia partidista en los gobiernos habíamos avanzado un tanto, que ahora parece desvanecerse para volver a los problemas electorales de la época anterior a la alternancia.
¿Qué señales encontramos de la regresión democrática en los procesos electorales? El contexto de la guerra sucia es una clara señal, y se vuelve un indicador de cómo consideramos y vivimos la política. La guerra sucia es guiada por el principio “el fin justifica los medios”, en que no importa qué se tenga que hacer con tal de lograr el fin que se busca, como ahora es, ganar una elección.
Sin embargo, es necesario ubicar el contexto que determina un fin político, para que nos pueda ampliar tanto la mirada político-democrática, como la validación de las acciones realizadas. La frase “el fin justifica los medios” es tomada del padre de la ciencia política moderna, Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe. Es una frase que debe utilizarse en su marco conceptual original y no sacarse de él, ya que cuando se cambia ese marco conceptual por otro, es entonces que se desvirtúa y degenera dicha frase, con las consecuencias de la ilícita guerra sucia electoral.
El dilema que enfrentan los que buscan ganar una elección para gobernar una sociedad es claro: usar los medios lícitos para lograr el fin, que es ganar la elección, o utilizar los medios ilícitos. ¿Cómo saber que una acción electoral es un medio lícito para ganar una elección, y cuándo una acción no es lícita? Regresemos al contexto de la frase, que se encuentra en el Capítulo XVIII, y que, textualmente, dice (según la edición Losada): “Procure entonces un príncipe vencer y conservar el estado: los medios que utilice siempre serán juzgados como honrosos y elogiados por todos…” Consecuentemente, la frase de Maquiavelo es correcta y atendible, como también lo es la frase de San Agustín cuando dice “ama y haz lo que quieras” (si en verdad quieres a la persona, nunca le harás daño).
¿En dónde está el defecto o la degeneración de la frase de Maquiavelo? La respuesta debe ser clara: la interpretación cambia rotundamente cuando se sustituye la parte “conservar el estado” por “conservar el poder”. Es decir, no es lo mismo conservar el estado-nación que conservar-se en el poder. Lo último significa que quien está en el poder del gobierno, busca seguir estando ahí, a como dé lugar, y utiliza cualquier medio que tenga a la mano para quedarse con el poder (ya sea eliminando al adversario, difamándolo, calumniándolo ante los electores, o corrompiendo a éstos).
Aquí llegamos a la gran responsabilidad de los ciudadanos electores y el ejercicio de su voto. La finalidad de la política es la conservación del estado-nación (y no la conservación de un grupo en el poder -aunque no beneficie a la sociedad-). Conservar al estado-nación significa velar porque sus elementos ·se conserven”, valga la redundancia. Los elementos del estado-nación son la población, el territorio, el gobierno, las leyes, y la economía; son los elementos que el ciudadano debe resguardar y conservar en buen estado, para que la población tenga bienestar, las leyes sean justas y equitativas, la economía esté sana, etcétera.
El voto ciudadano deberá elegir un gobierno que trabaje para el estado-nación, y no para sí mismo.