El referéndum llevado a cabo en el Reino Unido que concluyó con el resultado de que los británicos abandonan a la Unión Europea ha tomado al sector financiero mundial en una situación relativamente inesperada y los saldos se han equiparado a la quiebra de Lehman Brothers en la crisis de 2008. No puede decirse que las prácticas especulativas que provocaron de la crisis de hace ocho años ya hayan sido atendidas; de nueva cuenta es el mercado financiero el que hace las veces de caja de resonancia para que un asunto acotado a uno de los principales miembros de la Unión Europea tenga consecuencias globales, cuyas dimensiones se constatan al observar que, por ejemplo, en España, los bancos perdieron en una sola jornada el 15 por ciento del valor de sus acciones (http://goo.gl/7mwX1y).
Para el Reino Unido la salida de la Unión Europea representa el cierre de un proceso de permanente inconformidad por pertenecer a un grupo de naciones de las que no se siente parte, y de las que no puede ser parte un país con una tradición imperialista de varios siglos. Desde que el proceso de integración europea llegó a su fase de mayor profundidad -consistente en la integración financiera y monetaria- los británicos expresaron su preocupación por el hecho de tener que subordinar sus políticas en esos ámbitos a una política común, encabezada por alemanes y franceses.
Las dificultades que acompañaron a la incorporación de España y Grecia y los recientes problemas por la asignación de “cuotas” para recibir a inmigrantes contribuyeron a generar un mayor rechazo de parte de una población que está viviendo un problema de disminución de sus ingresos reales y una condición de creciente desigualdad y que, en consecuencia, no quiere contribuir con los costos del ajuste que le corresponden por ser miembro de la Unión Europea. En la condición de bajo crecimiento mundial, la política económica europea se inclinará por un crecimiento reducido para evitar la expansión del déficit público y, como resultado de ello, se evitará el incremento en las tasas de interés.
Esta condición restrictiva al formar parte del principal bloque económico puede soslayarse si se cuenta, como en el caso del Reino Unido, con una moneda fuerte y con una industria sólida y con la posibilidad de decidir sobre su política monetaria y financiera. En realidad el principal riesgo de la salida de los británicos es lo que se conoce como el “efecto demostración”, que consiste en que otros países quieran seguir la misma ruta y entonces se inicie un proceso de desmantelamiento de los bloques económicos y comerciales y se establezcan polos aislados -individuales o regionales- de crecimiento que se manejen con sus propias prioridades y con sus propios objetivos, lo que contribuiría a desestabilizar más el mercado financiero mundial, eventualmente creando más paraísos fiscales y desoyendo las recetas recesivas que nuevamente se han puesto en operación para evitar los efectos de un escenario especulativo, que confirma los pronósticos de un crecimiento global prácticamente nulo.
Así, no sería raro que países como Grecia, que llevan varios años practicando toda la gama de medidas recesivas para poder incorporarse digamos “adecuadamente” a la política económica y financiera de la Unión Europea, y que lo único que han logrado es un empobrecimiento generalizado -que además amenaza con profundizarse por ser territorio de paso y a veces de estadía de los migrantes que huyen de la guerra-, también opten por salir. Evidentemente una situación de esa naturaleza no tendría los efectos de la salida del Reino Unidos, pero los casos pueden multiplicarse.
Ya que no se cuenta con una autoridad mundial (pública) para definir una política financiera global, ni tampoco se cuenta con los mecanismos para penalizar a los dueños de los bancos, bolsa y demás intermediarios (privados) por las prácticas especulativas y por sus consecuencia, entonces éste puede ser el arranque de un proceso de desincorporación de miembros que busque, eventualmente, sacar provecho de la incertidumbre e inestabilidad financiera que, por lo menos en el caso de los bancos y bolsas de valores, ha sido altamente provechoso. Ya de las quiebras se encargarán los gobiernos para crear los Fobaproas necesarios que son los que permiten socializar las pérdidas por las apuestas privadas.
Pero mientras la incertidumbre crece, el gobierno mexicano, con su clásica prudencia y manejo responsable, ya anticipó los efectos del Brexit haciendo un nuevo ajuste del gasto para lo que resta de este 2016. Los dos principales rubros afectados son educación, salud, ámbitos donde la infraestructura y la atención se encuentran en una fase óptima. Así, en el caso de que las estimaciones de crecimiento de la economía mexicana se coloquen por debajo del dos por ciento, es decir de estancamiento si se resta el crecimiento poblacional, México estará en condiciones de presumir un equilibrio presupuestal y mantener un déficit de medio punto porcentual del PIB.
Si así acontece, no estaremos preocupados por los efectos de la especulación financiera, que puede provocar salida masiva de dólares, ni porque el dólar llegue a 25 pesos, ni porque el petróleo siga bajando. Con los “indicadores fundamentales” bajo control estamos blindados ante cualquier contingencia, ya que también la deuda externa es una cuarta parte de la total. Quizá la mayor preocupación sea determinar dónde se va a hacer el siguiente corte del gasto porque el cinturón ya no tiene hoyos.
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