Así lo cantó José Luis Rodríguez en los años donde la terlenka era quien marcaba la pauta en la moda, las fiestas se disfrutaban con un bien Cinzano en las rocas y llegar en un Caprice Classic era sinónimo de clase alta o lo que le seguía. Los niños de aquellas épocas vivíamos en un mundo distinto, Kid Acero nos esperaba en las jugueterías con sus múltiples atuendos y afuera, en la “Danesa 33” los mini cascos de futbol americano eran el perfecto pretexto para comprar helado. Los problemas se solucionaban de frente y si alguien se equivocaba o cometía una pifia se ofrecían disculpas y listo. Sin dispositivos móviles ni redes sociales, lo que la tele, la radio y los periódicos publicaban era la verdad, la pura verdad. Mi abuelo contrataba la suscripción del Novedades, el mejor diario de México, de Rómulo O’Farril Sr., y gracias a ese estupendo periódico la familia nos manteníamos informados del acontecer nacional e internacional, y a propósito nunca, que yo me acuerde, leímos que uno de nuestros líderes, mucho menos el presidente de la República ofreciera disculpas por alguna anomalía dentro de su comportamiento. Luis Echeverría nunca ofreció disculpas por lo ocurrido aquel miércoles 2 de octubre de 1968 cuando en su cargo de secretario de Gobernación en la administración de Gustavo Díaz Ordaz, el Ejército Mexicano embistió contra los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Tampoco cuando los Halcones atacaron en Jueves de Corpus en la Ciudad de México ya como presidente de la República, qué me dice de la muerte de Lucio Cabañas, alguna disculpa por privarle el derecho a existir a uno de los docentes de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, que yo recuerde, no.
No había por qué ofrecer disculpas a una sociedad cautiva por los medios de información y educada para obedecer y rendir culto a una lista de nombres de héroes que sin más fueron impuestos dentro del inconsciente colectivo de esta nación. Nada que perdonar y mucho que agradecerle a don Luis. Qué me dice de José López Portillo y Pacheco, ingrato y malagradecido pueblo que no le dimos las gracias por haber defendido al peso como un perro; tan hermosos aquellos años donde la devaluación sólo la sentimos la clases más desprotegidas, por aquellos rumbos donde aún viven las aves del paraíso, Tecamachalco para ser precisos, ahí nunca pasó nada. Aprovechando la fe de todos y cada uno de los habitantes del otrora “cuerno de la abundancia” don José López Portillo y Pacheco supo cómo tenernos contentos y entretenidos, recibimos con los brazos abierto y como un borrador en el pintarrón la visita de Karol Wojtyla, quien como digo, borró aunque sea por un momento rastro de mal gobierno y nos vino a reforzar la fe en el dios que todo lo puede y todo lo ve, así que no quedó de otra, o nos portábamos bien o no habría aumento de sueldo para los papás, tampoco premios por buena conducta o por calificaciones destacadas; supo cómo contener al pueblo aun y con los “pequeños” focos rojos que se encendían por el sur del territorio de la dictadura López Portillista, así no hubo motivo por el cual el señor presidente tuviera que pedir perdón de manera pública a sus amados y contentos gobernados.
Don Miguel de la Madrid Hurtado tampoco tuvo la “humilde” necesidad de pedirnos perdón, no señor, esos eran presidentes de verdad, machos, casi generales, con temple y presencia para gobernar a una sociedad ávida, deseosa de ser condicionada, manipulada y persuadida; como secretario de Programación y Presupuesto en la administración de López Portillo, el dedazo fue más que obvio, era el presidenciable, fue el autor intelectual de la madre de todas las devaluaciones hasta el momento, el nacionalizador de la banca, ya como jefe supremo y a manera de disculpa por sus actos y hechos puso en marcha algo que llamó la Renovación Moral de la sociedad, si es usted “adulto contemporáneo” recordará vagamente el término; que a decir verdad la renovación de una moral no era para la sociedad sino para los integrantes de la cúpula más selecta del país. No ocurrió, estimado lector, esa renovación no funcionó en lo absoluto, aun y cuando don Miguel se esforzó por buscarle a la entonces ya apabullada economía mexicana espacios en organizaciones mundiales que le permitieran tener acceso a créditos más blandos para resarcir los daños que él y su predecesor causaron a la nación. Para acabarla de amolar nuestros antepasados aztecas decidieron poner orden en la vieja Tenochtitlan y tuvieron a bien aflojar la tierra para sembrar nuevas semillas a ver si con eso se mejoraban las cosas. El 19 y 20 de septiembre de aquel 1985 fue como formatear a México, lo malo es que ese proceso no acabó con la lista de virus y errores en el sistema que venía dañando nuestro disco duro.
Que yo recuerde Miguel de la Madrid tampoco tuvo que pedir perdón al final de su mandato por la caída del sistema del 6 de julio cuando en ese entonces el hombre que representaba a la izquierda y que la sociedad quería en los Pinos, con todo y la delantera que aparentemente llevaba tuvo que sucumbir a los errores de un sistema de cómputo mal diseñado.
Qué le digo del tirano más tirano de los últimos tiempos, ¿o será el estratega más completo de los últimos tiempos? A dos minutos de pertenecer al primer mundo, con todos los escenarios mediáticos listos para el pequeños paso para el señor se las orejas grandes pero un gran logro para los mexicanos; la primera miss universo mexicana, los conciertos de rock para nosotros los amantes del género, la economía aparentemente sólida aun y con la pérdida de los tres ceros al peso, y cuando estábamos listos y claramente agradecidos con Carlitos a los del sur del país se les ocurre ponerse capuchas adoptar a un intelectualoide como vocero y salir a la luz para opacar todo el trabajo de nuestro señor presidente; aunado a eso nos cae la sombra de la muerte de Luis Donaldo y de pronto todo se derrumbó. Aún y con ese escenario tan negro, aun así Carlos Salinas de Gortari no tuvo la necesidad de pedir perdón a las sociedad, no, señor. Brinquemos a Ernesto Zedillo, por algo la historia lo identifica como el presidente gris, omitamos a los dos panistas que ocuparon la casa a lado de los juegos mecánicos de Chapultepec y vayamos directo a Enrique Peña, acéptele las disculpas, es una estrategia bien bonita, es como cuando usted quiere dejar de pelear con su pareja y le dice “está bien, yo tuve la culpa, perdóname por favor”. Cuando la credibilidad está al cero por ciento, cuando la brújula se perdió por completo, cuando su pueblo lo desconoce y piensan en cómo deshacerse de él, no queda de otra más que pedir perdón e incrementar molestia, enojo y más repudio. Antes de 2018 las aguas tendrán que tomar nuevos cauces, de lo contrario no llegaremos en buenos términos a esa fecha, ¿será que los dioses aztecas están preparando otra sacudida de tierra para limpiarla y sembrar nuevas semillas? Un verdadero presidente no pide perdón…
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