En sólo 18 meses el mundo parece haberse vuelto aún más loco y más insensible. Desde que tuvo lugar el sangriento y cobarde ataque a las instalaciones del semanario francés Charlie Hebdo en enero del año pasado hasta el atentado sucedido en Niza el 14 de julio de este año, lo que los medios masivos de comunicación llaman terrorismo ha pasado a ser un aspecto cotidiano de nuestras vidas. En ese tiempo, han tenido lugar una inusitada cantidad de actos de violencia contra la población civil en diversos países, mientras sigue la guerra en Siria y las fuerzas armadas de varios países llevan a cabo una hasta ahora infructuosa campaña contra el grupo llamado Estado Islámico.
En septiembre del año pasado, sorprendieron al mundo las palabras del papa Francisco cuando afirmó que la tercera guerra mundial ya había empezado. Nos quedamos esperando los típicos titulares que supuestamente aparecerían en todos los diarios del mundo anunciando el inicio de tan temido conflicto armado. Nunca aparecieron. La humanidad se está dando cuenta a través de los hechos, que ya el mundo está sumido en esta conflagración mundial.
En el Medio Oriente se libra una guerra desde que ésta es la solución a los problemas económicos por los que atraviesan las grandes potencias. Los EUA nunca han dejado de suministrar armas al Estado Islámico, como tampoco lo han hecho Gran Bretaña e Israel. La imposición de los tratados de comercio y la conformación del mundo en bloques económicos avanza a pasos agigantados sometiendo a casi todos los países del orbe a los dictados del llamado Neoliberalismo, mientras la población mundial es cotidianamente distraída y atemorizada por el avance del terrorismo.
La incursión de buques armados de la OTAN en aguas territoriales de Rusia, la amenaza nuclear permanente de Corea del Norte hacia los EUA, la movilización de naves aéreas y marítimas de China, son algunas señales de que un distinto tipo de guerra está en marcha. Mientras, de manera aparentemente aislada en diversas partes del mundo, pero definitivamente relacionada con esto, mueren cientos de civiles por ataques terroristas y avance de mercenarios y narcotraficantes.
La guerra siempre ha estado relacionada con la economía. La actual guerra mundial TAMBIÉN tiene sus motivaciones económicas y tendrá sus efectos en la economía de los países y las personas de manera inmediata y trascendente.
Para entenderlo mejor, sólo hay que responder a la pregunta ¿quién se beneficia de los actuales conflictos?
Para empezar, es preciso reconocer que las potencias mundiales sólo se amenazan mutuamente realizando prácticas intimidantes y escarceos, pero no se engarzan en batallas, ni generan entre sí víctimas mortales. Para eso tienen mercenarios, traficantes, grupos de choque y terroristas, quienes hacen el trabajo sucio sin que el gran público se entere de quién realmente los manda. Los poderes fácticos mantienen el control y quienes realmente dirigen a los gobiernos de las potencias que actúan incluso en contradicción a los intereses nacionales de los países que gobiernan. Es por eso que la mayoría de los seres humanos, que sólo accede al consumo cultural vía noticias manejadas por los propios poderes en la sombra, tiende a pensar que el mundo ha enloquecido; no es fácil identificar la relación de los ataques terroristas con los intereses financieros-monetarios globales.
El primer objetivo de los poderes fácticos es ganar dinero y poder, generando temor y caos para que la población reduzca su resistencia a la imposición de controles, restricción de libertades, pérdida patrimonial y negación de identidad, en beneficio de unos cuantos (ver Doctrina del Shock, de Naomi Klein). El segundo objetivo, consecuencia del primero, es ofrecer soluciones a los problemas que ellos mismos crean, al introducir aún mayor pérdida de libertades para lograr mayor docilidad de la población para transferir su riqueza y patrimonio a la pequeña élite al mando (ver Un mundo feliz de Aldous Huxley y World Order and Its Rules: Variations on Some Themes, de Noam Chomsky).
El terrorismo de los últimos 18 meses nos ha cambiado de tal manera que, si nos sacudió la noticia del ataque a Charlie Hebdo y nos manifestamos en todo el mundo en recuerdo de las víctimas, no nos movimos ni un ápice cuando este año una bomba mató a más de 200 personas en Irán. La irritación pública por las recientes balaceras en Dallas o el bombazo en Niza aparentemente ya no van más allá de notas en redes sociales y no resulta clara la voluntad de los gobiernos por erradicar la violencia desde su origen.
Mientras nos anestesian progresivamente, el mundo se encamina a la transformación económica más radical y profunda de la historia moderna. Para poder verlo, sólo se requiere proyectar algunas de las tendencias de cambio que ya se encuentran en marcha en nuestros días. El sistema monetario global se unificará bajo un modelo en el que se elimina el dinero físico hasta que sólo sea posible realizar transacciones dentro de un sistema electrónico totalmente centralizado. Las leyes nacionales de protección de los recursos naturales, el trabajo y los derechos intelectuales, se supeditarán a los ordenamientos de los tratados internacionales. Los derechos fundamentales de las personas como el derecho de tránsito, al trabajo digno, de autosostenibilidad y de educación, por citar solo algunos, se encontrarán sujetos a los lineamientos globales, similares a los que en su momento condicionaron los presupuestos gubernamentales y prácticas de comercio que se definieron como el Consenso de Washington. El mundo seguirá consumiendo petróleo, como principal y casi única fuente de energía, en detrimento de la calidad de vida en el planeta.
La humanidad podría evitar seguir siendo manipulada de esta manera. Sólo se requiere un despertar de conciencia colectiva. Lograr ver e identificar el problema es el primer paso para lograrlo.
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