Por años, mis historias vecinales han sido cuando menos raras: desde la señora que criaba gallinas en el departamento de abajo del mío hasta la treintañera que hacía fiestas tres veces a la semana, cada vez con la música que le gustaba a su galán en turno, pasando por el señor que, en las noches de insomnio, le daba por hacer trabajos de carpintería. Claro, tengo algunos vecinos normales y otros hasta buena onda, pero cuando voy a contar una historia, si esta empieza con “tengo un vecino que…” probablemente es una anécdota surreal o terrorífica.
Hasta ahora. Hace muy poco me encontré con la novedad de que, dos pisos arriba del mío, hay una editorial. ¡Y no cualquier editorial! Una editorial de literatura infantil. Ya con eso es para que alguien como yo estuviera brincando de felicidad, pero la cosa se puso aún mejor: resulta que, entre los autores de su catálogo, hay varios israelíes y un par de croatas. Esto a mí me parece genial porque, generalmente, no llegan a nuestras manos (y a nuestros libreros y a nuestros ojos). Y no se trata nada más de la nacionalidad de los autores, ¿eh?, se trata de que con ella vienen diferentes experiencias de vida, distintas maneras de entender el mundo, y todo eso se filtra en sus libros.
Por lo anterior, me alegré como loquita cuando mis vecinas de la editorial me dijeron que podía ir a visitarlas. Ni siquiera tuve que llevar la famosa tacita para que me regalaran azúcar, así de amables fueron. Y pues ya se imaginarán mi entusiasmo cuando me dieron chance de hojear algunos de sus libros.
El primero que llamó mi atención fue La pluma violeta, del israelí Janoj Piven. Este libro, escrito en verso, cuenta la historia de un niño que, a punto de dormir, se encuentra una pluma (sí, violeta) y comienza a imaginar todos los usos que podría darle. La trama es sencilla, sí, pero las ilustraciones son súper ingeniosas: están hechas, muy al estilo de Jan Svankmajer (de quien otro día tendré que hablarles con calmita, pero mientras búsquenlo en la red, si es que aún no lo conocen) o de Giuseppe Arcimboldo, con diversos objetos, sobre todo de ferretería, que se unen para formar animales. Al final del libro, por cierto, viene un sobre con una pluma morada de verdad, para que el lector infantil se imagine sus propios usos.
Luego pescó mi atención la colección de libros croatas, que me pareció muy versátil tanto en temas como en tono y estilo. Desde libros ligeritos y gozosos, como una versión de Ratón de campo y ratón de ciudad (de Kašmir Huseinovic y Andrea Petrlik), en la que el ratón de ciudad sufre porque en el campo su teléfono no tiene señal de internet, hasta narraciones dolorosas, pero tratadas con mucha sensibilidad, como Cielo azul, también de Andrea Petrlik, que narra la historia de una niña solitaria que sueña con volver a ver a su madre. Basada en su propia experiencia como niña que perdió a su madre por la guerra, Petrlik fusiona la ausencia real con la imaginación infantil en una historia entrañable.
Luego regresé a los autores israelíes, esta vez para enamorarme de Buenas noches, monstruo, de Shira Geffen y Natalie Waksman Shenker: una historia acerca del miedo a la oscuridad y a lo diferente, donde el más aterrado resulta ser, precisamente, el monstruo del cuento.
Al hojear cada uno de estos libros me pasó algo curioso: era como si los autores se hubieran basado en mis pensamientos y sentimientos para crear sus obras: yo era esa niña que se ponía a imaginar usos para los objetos más triviales; yo era esa niña triste que echaba de menos a su mamá; yo fui la chiquilla que no se quería dormir por miedo a la oscuridad y a lo que pudiera habitar en ella; y, ay de mí, yo soy ese ratón neurótico que se pone mal cuando no tiene wifi.
Ojo: eso no quiere decir que sólo me gustaron los libros porque de algún modo vi mi vida reflejada en ellos. Creo que es más bien que, al ser libros en los que cualquiera puede ver su vida reflejada, logran un alto nivel de empatía, lo que los vuelve inolvidables.
Por lo demás, las ediciones son muy bonitas, bien cuidadas. Como se trata de libros álbum, la parte visual es de lo más importante y no hay dos libros iguales en estilo.
Así que estoy feliz con las vecinas que tengo, que no crían gallinas sino libros. ¿Qué más puedo pedir? Ah, sí, una cosa más: que se llenen de lectores. Así que cuando se las encuentren en una librería, acérquense sin miedo.
¿Qué dijeron? “Ya se le olvidó a Raquel darnos el dato más importante”, ¿no? Pues no. La editorial se llama Leetra. Y se las recomiendo mucho (yo me acabo de comprar varios, que tampoco es cosa de nomás ir a gorronearle a los vecinos).