En el ensayo “Amusing ourselves to death: public discourse in the age of show business” escrito por Neil Postman, se hace una comparación de dos obras muy representativas de la novela distópica: 1984 de George Orwell y Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. En dichas obras, ambos autores relatan a su manera, los temores que mostraban respecto a los métodos que se tendrían en el futuro para que la clase dominante preservara el poder en cada vez menos manos a costa de la mayoría.
Orwell temía por ejemplo que se censuraran los libros, mientras que Huxley temía que no hubiera ninguna razón para censurar libros, porque nadie leería libros gracias a la presencia de medios masivos de comunicación (televisión, internet, entre otros). Orwell temía que alguien nos privara de toda información; Huxley temía que la información fuera tan fácil de obtener y estuviéramos saturados de tanta que nos veríamos reducidos a la pasividad y al egotismo.
Orwell temía que la verdad fuera ocultada; Huxley lo que temía era que fuera ahogada en un mar de irrelevancia. En palabras del propio Postman, lo que Orwell temía era que todo aquello que odiamos (la represión, la censura, la guerra) terminara por arruinarnos, mientras que Huxley temía que fuera aquello que amamos (el placer, el culto al cuerpo, nuestra hambre de distracción, la televisión, los memes) nos arruinara como especie. En ambos casos, facilitando la vida a la clase dominante.
Durante años pensé que nuestra era, la actualidad, era una combinación de aquellas dos visiones predichas por 1984 y Un Mundo Feliz: la represión y el adoctrinamiento, la mezcla ecléctica entre dolor y placer. Pero los hechos de esta semana no hicieron más que confirmarme que quien tiene la razón (al menos al día de hoy) es Huxley. Aquello que amamos nos está arruinando.
Hemos ahogado la relevancia de la información en un mar de trivialidades. Nos convertimos en seres completamente efímeros. Hemos perdido por completo la capacidad de asombro, normalizando la tragedia de forma inhumana. Tengo dos pruebas, las dos ocurridas en el transcurso de la semana pasada, que sustentan lo que sostengo: Carmen Aristegui y Edilberto Aldán.
Como todos supimos, la semana pasada en un reportaje exclusivo, el equipo de Carmen Aristegui realizó una investigación en la que logró determinar la existencia de plagio en la tesis de grado del presidente de la República Enrique Peña Nieto. La respuesta de la opinión pública ante la noticia fue sorprendente: burla y desestimación. No entraremos al debate de la relevancia real que pudiera tener el que el presidente de la República haya plagiado el treinta por ciento de su tesis, ni si es el plagio una práctica común entre los estudiantes universitarios. El tema es que nos debería hacer reflexionar aunque sea en un grado menor. Nos debería obligar a ver más allá de lo evidente. El fondo del asunto es la importancia que tiene que haya periodistas con valor de hacer públicas ese tipo de cosas del presidente de un país, la importancia de que existan pesos y contrapesos en un régimen vacío (y lo digo otra vez, vacío) de oposición. Es natural que después de que supiéramos que Enrique no era precisamente un asiduo lector luego del acontecimiento en la Feria Internacional del Libro en Jalisco, no nos sorprenda que el tipo haya plagiado su tesis; pero no deberíamos acostumbrarnos; pero eso no justifica que debamos valorar la existencia de alguien que no esté loco (cof cof AMLO) que se traiga a pan y agua a la presidencia porque incluso la hace mejorar y evitar seguir cometiendo tonterías. No sólo eso: deberíamos ponernos a pensar si nos indigna más un video viral de un perrito al que le ponen un nombre feo que el hecho de tener un presidente plagiario. Deberíamos reflexionar: ¿acaso nos estamos indignando por cosas triviales mientras desestimamos lo que es importante, no por su contenido, sino por el hecho en sí?
Segunda prueba. Edilberto Aldán, director editorial de este periódico por su parte, decidió hacer pública la llegada de dos boletas electorales de gobernador constitucional a las instalaciones de La Jornada Aguascalientes, incluso denunciándolo ante las autoridades electorales correspondientes. La acción es encomiable. Un obligado ejercicio periodístico. Y ¿la opinión pública como lo recibió? Sin importancia, son sólo dos boletas. Seguimos sin ver más allá. El tema no es el número de las boletas, sino el hecho de que alguien tenga boletas electorales nuevas en su poder. Basta una sola boleta de gobernador para llenar toda una sección electoral de votos a favor de un candidato o candidata a través del famoso carrusel. Como dato, hay secciones electorales con más de 5,000 electores. El tema es ¿cómo llegaron ahí? ¿quién las tuvo todo este tiempo? ¿para qué? ¿de qué manera las consigue? ¿eran las únicas? ¿a qué candidato o candidata benefició? ¿acaso ya damos por hecho que las elecciones se ganan en la operación territorial del día D y no en la campaña?.
Creo que ambos casos son de relevancia y, sobre todo, de reconocimiento de la opinión pública. En un país donde los periodistas que publicaban este tipo de notas eran perseguidos e incluso asesinados (léase Veracruz), es obligado prestar atención a quienes hacen periodismo de una forma distinta. A veces no importa si los contrapesos son grandes o pequeños, a veces sólo importa que existan. Eso, al final, nos conviene a todos.
Quiero dejarle al lector una reflexión. ¿Cuándo dejó de darnos ansias lo que pasa en México?, ¿por qué ya nada nos sorprende?, ¿por qué necesitamos cada vez más para asombrarnos cuando lo que pasa ya tiene relevancia bastante?, ¿nos estamos ahogando en la cultura del meme?, ¿estamos satisfechos burlándonos de un plagio con tuits plagiados? ¿dejámos de ser críticos para evitar parecer chairos y seguir siendo cool a costa de que las cosas no cambien? Quizá sea hora de que nos dé ansias el país, dejar los memes y la burla para después y actuar en consecuencia.
Aristegui, Aldán: Gracias por tanto, perdón por tan poco.