Los cuatro años que estuve en la universidad fueron marcados sin duda por las fiestas masivas, la primera fiesta a la que fui con mis compañeros de clases, fue Atrás del Quijote, desde entonces ese lugar fue el epicentro de las mejores fiestas del estado.
Las fiestas masivas se convirtieron en un fenómeno, incluso el insensible hijo del gobernador gastó millones de pesos en celebrar una de las fiestas más infames que ha conocido Aguascalientes, pero, mis amigos y yo, con los bolsillos vacíos y un montón de carisma tuvimos fiestas que fácilmente pudieron competir con el Proyecto X de Mirrey Noso.
Un miércoles de junio cualquiera, ya en el segundo semestre de la universidad, la Jirafona quien se había convertido en mi mejor amiga, me pidió la casa para celebrar su fiesta de cumpleaños el siguiente sábado; extrañamente era yo, además de mi amigo el exvegano, el único de mi salón que vivía fuera de casa de sus papás.
Seguramente la Jirafona había decidido hacer su fiesta número 19 en mi casa no solamente porque no había adultos, sino porque la vivienda estaba enorme; yo pensé como tres minutos si se la iba a prestar, pero antes de que existiera el YOLO, dije Carpe Diem.
¿Qué podría pasar? Pues bueno, una cosa es que llegaran mis compañeros de casa a regañarme por hacer una fiesta sin su permiso, pero recordé que, como todos los fines de semana, se irían a Teocaltiche. El otro escenario era que alguno de mis vecinos llamara a la policía, pero recordé que vivía en la España, a ninguno de mis vecinos le interesaría tener a la policía por el barrio. En tercer lugar, dada la inmensa popularidad de la Jirafona, la fiesta se iba a descontrolar, pero desestimé esa situación dado que no había tenido tiempo de organizar desde antes, faltaban tres días para el sábado.
Cuando llegó el día, me desperté a las tres de tarde, me dirigí a la tienda de enfrente de mi casa y le pedí una torta de jamón, una de esas espantosas que enorgullecen el corazón aguascalentense.
Después de desayunar, a las tres de la tarde, fui a la vinatería y me compré una botella de tequila que tenía pegada consigo otra botella más pequeña, entonces como nunca volverá a suceder, yo tomaba tequila.
Como a las siete de la tarde llegó la Jirafona, el trato había sido que antes de que la fiesta empezara me iba a ayudar a limpiar pues la casa estaba asquerosa, así que barrimos un poquito y fuimos a tirar decenas de bolsas de basura podrida.
Lo siguiente que hicimos fue acomodar el equipo de sonido, no teníamos muchas expectativas, así que sólo usamos el estéreo de la casa que acomodamos en la cocina integral, después tomé la primera decisión estúpida de la noche, decidí dibujar señalamientos de “no entrar” y pegarlos en los cuartos que no iban a tener acceso; dos de ellos no tenían problema pues tenían seguro con llave y eran justamente los de mis compañeros Juan y Nacho; sin embargo, otros dos cuartos no se podían cerrar, uno era el mío y otro uno que usaban para ensayar que apenas dos días antes habían pintado.
A continuación acompañé a la Jirafona a comprar un par de botellas de Reyes, cargados de bebidas, entramos a la tienda donde horas antes me habían preparado la torta que estaba frente a mi casa para comprarnos una caguama; la señora de la tienda me preguntó si tendría fiesta, a lo que con vergüenza le contesté afirmativamente pero ante mi evidente sonrojo me dijo, “no te preocupes, es para ver si les voy a poder vender”, cosas que sólo suceden en la España.
Se suponía que la gente estaba a punto de llegar, así que empezamos a servirnos, además de la caguama yo me preparé una paloma saladísima, mi amiga un ron con un poco de coca y hielos.
Ya eran las 9 alguien entró por la puerta, era nuestra amiga la Chola -quien por cierto no es chola-, sin preguntar se empezó a servir de mi tequila, probablemente sí es chola. Conversamos mientras escuchábamos las canciones del momento como Bongo Bong, el genial cover de la canción de Manu Chao hecha por Robbie Williams y D.A.N.C.E de Justice. Empezaron a llegar los muchachos de mi salón, entre ellos mis amigos, como ese tipo que se parecía mucho a mí, el Cholo (que sí es cholo) y Pasillas, por ahí se metió el Partyboy y minutos después llegó Jasson, ese patrimonio de Aguascalientes que protagonizó uno de los peores y más aberrantes momentos de la noche.
A las 11 ya éramos como 40 personas en la casa, no creí que fuera a llegar nadie más pero me equivoqué; al parecer la fiesta se había propagado por el Hi5 y todo mundo sabía que había algo en una casa de la España, no por nada la Jirafona y Jasson siguen siendo unas de las personas más conocidas en el Aguascalientes subterráneo.
Cada minuto que pasaba alguien se integraba a la fiesta, de pronto la calle se vio invadida de autos y en mi casa lo que menos sobraba era espacio, para las medianoche la cochera, la sala, el comedor y la cocina estaban llenos, para la 1 a.m. esos espacios ya no podían aguantar un alma más así que la gente se empezó a acomodar en el patio trasero y en el cuarto recién pintado que quedaba en el fondo de la casa; 15 minutos más tarde la gente había subido las escaleras y estaba en la azotea.
Yo para ese momento estaba bastante preocupado, había dejado de lado mi botella de tequila y desde ese momento me dediqué a cuidar la integridad de la casa mientras la Jirafona se emborrachaba; caminé hacia mi cuarto y me topé con un par de mujeres dentro, les pregunté que qué hacían ahí y me dijeron que ya se iban, al día siguiente los mayores tesoros de mi preparatoria, un walkman y mi mp3 habían desaparecido.
Me asomé al baño amarillo que estaba a un lado de mi cuarto y me topé con una pila de papel de baño amontonada fuera del bote de basura; cuando salí del baño y caminé por la sala oscura entre la muchedumbre y me topé con un examigo que me pidió un condón, así que me regresé a mi habitación y se lo di sin cuestionamientos, no tenía tiempo.
Cuando logré pasar la sala, entré al área del comedor, quienes estaban ahí observaban una pelea, bueno, algo así; a alguien se le ocurrió tirar el colchón que estaba ahí parado y organizó una lesbo-pelea en la que estaba participando la Jirafona y Pati Panosh, una amiga que se fue a vivir a España; la gente gritaba “tijerazos, tijerazos, tijerazos”, así que la risa me ganó y decidí unirme.
Después del misógino enfrentamiento que, apunto, fue de juego, caminé por la cocina mientras se escuchaba Radio Ladio de Metronomy, si algo estaba saliendo bien en esa noche era sin duda la programación musical hecha por su servidor pues, como en mi casa no había un solo mueble, el eco producido aumentaba muchísimo el volumen del simplón estéreo.
Al pasar la cocina, habitada principalmente por gente bailando llegué al patio donde estaban algunos de los de mi salón, uno de ellos, recuerdo, me ofreció un trago de Reyes que me tomé sin pensar en un intento por reducir el elevado nivel de estrés que me ocasionaba ver a los cientos de personas que estaban en mi casa, de los cuales, un porcentaje considerable, estaban apoyando su pie en las paredes blancas.
Ver cómo un montón de desconsiderados impunemente manchaban las blancas paredes de mi casa me recordó que había un cuarto recién pintado, apresuradamente corrí a esa habitación, les dije a los chavos que no recargaran sus pies en las paredes pero ya era demasiado tarde, estaban todas sucias.
Tras de mí entró Jassón con un nivel de borrachera que sólo él puede contener en su regordete cuerpo, le pedí que por favor cuidara que nadie recargara los pies en las paredes, sólo pasaron dos horas para que el muy sinvergüenza se pusiera a orinar la pared.
Una vez que dejé al terrible comisionado decidí subir por las escaleras para ver qué era lo que estaba sucediendo en la azotea; sentados en el último escalón estaban Wana y Cintia, quienes se conocieron en esa fiesta; más tarde yo viviría con Cintia en otra casa por el Tres Centurias y después Wana se casaría con ella antes de terminar la universidad.
Arriba de mi casa parecía un incendio, un montón de tipos que yo no conocía estaban fumando mariguana mientras reían como imbéciles, antes de que pudiera regañar a los presentes y ordenarles que se bajaran de inmediato, Wana me gritó “oye, te están buscando”.
Corriendo bajé y me encontré al Cholo quien me dijo que un montón de punks querían entrar a la casa pero ya no cabían, caminé en su compañía para la entrada y efectivamente, un grupo de alrededor de siete personas de cabello mohicano verde estaban pateando las rejas blancas de la entrada.
De forma civilizada les pedí que se retiraran y en respuesta los anarquistas aventaron piedras y botellas al transformador de luz que estaba colgado frente a mi casa en un poste; los infelices de alguna manera lograron darle en algún punto débil al aparato y fundieron los faros de toda la calle; bendito sea dios que vivía en la España, ningún vecino se llegó a quejar… nunca.
Tan pronto como me di vuelta para regresarme escuché una voz gruesa decir mi nombre y no mi apodo, voltee y parado en la puerta estaba Nacho, mi compañero de casa, quien bastante enojado me dijo “no mames, tú no conoces a toda esta gente”, como niño regañado, me acompañó a correr a las personas de la casa, no paraba de decir “no mames”.
Así como previamente yo había caminado por la fiesta sólo para poner control, ahora estaba con Nacho y el Cholo corriendo a la gente, mientras Nachito se hizo cargo de correr a los mariguanos de la azotea, yo desalojé a quienes estaban en el cuarto recién pintado y ahora orinado, siempre le guardaré rencor a Jasson por eso.
Cuando el Cholo estaba parando la música y corriendo a la gente de la cocina yo me acerqué a la Jirafona para pedirle ayuda, pero estaba muy ocupada vomitando, nunca vi una escena más desconsiderada, yo estaba como un niño regañado y la responsable de todo el alboroto estaba expidiendo de sí un líquido blanco con chispas de colores, eran como Froot Loops recién servidos, ¿Qué ser humano vomita así?
La fiesta terminó en ese momento, después de eso todo mundo se retiró y quienes dormiríamos en esa casa nos fuimos a acostar; lo cierto es que no quiero platicar qué me encontré y cómo fue el proceso de cruda y limpieza del día siguiente, lo único que puedo decir es que duró como siete horas y unas 20 idas al depósito de basura.