La de 1821 no fue consumación de la independencia nacional sino una trama de traiciones y manipulaciones que se contrapuso y conculcó la revolución iniciada en 1810. Se trató de la confabulación de las élites.
La falsa consumación de la independencia en 1821 fue la causa de la crisis nacional del siguiente medio siglo. ¿Crisis, rebeliones y conflictividad social que perduran aún hoy en día acaso por las cuestiones irresueltas e inconclusas desde más de 200 años? Fue la fachada de una tiranía que pretendió sobrevivir y fraguó cuanto estaba a su alcance para impedir la verdadera emancipación del pueblo de México. En septiembre de 1821 no se logró el nacimiento sino el aborto de una nación, como señaló Ralph Roeder en su libro Juárez y su México (1952).
Por ello, la verdadera consumación de la independencia no se realizó el 27 de septiembre de 1821 sino en junio 19 de 1867, en el cerro de Las Campanas. Ahí se fusiló dos veces a Iturbide, es decir, la idea monárquica y la aspiración de los privilegios, como apunta O’Gorman en su ensayo “Reflexiones sobre el monarquismo” (1969).
La falsa independencia de 1821 se proponía la permanencia de la monarquía, en la cual no hay patria ni ciudadanos sino vasallos y sumisión, como afirmó Don Melchor Ocampo. La verdadera independencia era y es la república de libertades y derechos que proyectó Morelos quien definió meridianamente todo lo que el pueblo de México ambicionó y todavía es tarea histórica pendiente.
El movimiento liberal de Riego en España (1820) que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución liberal de Cádiz de 1812, que debió asimismo promulgarse en la Nueva España (Virrey Apodaca), abrió a las fuerzas conservadoras la perspectiva del cambio, su propio cambio, uno paralelo y contradictorio al que aspiraba el México profundo. De ahí surge la dualidad conflictiva que aún divide a los mexicanos: el régimen liberal, federalista, laico, derechos humanos con visión de igualdad y justicia social, de una parte, y, de otra, el régimen de los privilegios de casta, de clase y de riqueza, centralista, con la prevalencia del dogma, propiciador de marginación y desigualdades.
Por esto último, pretendían mantener el absolutismo monárquico “rescatando” a Fernando VII, o bien establecer una monarquía nacional “templada por una constitución” que no fuese de tipo liberal, como explica Ernesto Lemoine (Ensayo publicado en Secuencia, Revista Americana de Ciencias Sociales, marzo de 1989, Instituto Mora).
La idea fue romper el sistema desde dentro. Es decir, que el ejército virreinal se sublevara contra el propio virrey. Así lo comprendió Vicente Guerrero, quien en 1820 propuso a Carlos Moya, jefe realista del sur, que asumiera el liderazgo del golpe de mano. Éste no se atrevió, pero Iturbide sí. (Lemoine, “Vicente Guerrero y la consumación de la independencia”, Revista de la Universidad de México, vol. XXVI, núm. 4, 1971)
¿Quién fue Iturbide? Entre 1813 y 1815 combate ferozmente a los independentistas y rápidamente asciende en la jerarquía del ejército virreinal, y logra el grado de coronel del Ejército del Norte con sede en la Intendencia de Guanajuato. Fue cesado cuando fue denunciado en medio de un gran escándalo, debido a que se aprovechó del cargo para vender protección militar y extorsionaba a comerciantes, mineros y agricultores, en complicidad con el Virrey Calleja, quien logra que no lo condenen a cambio de permanecer en calidad de “disponible”.
El plan original y verdadero de la independencia, según el diseño de Morelos, era, a partir de decretar la total libertad de la América Mexicana, establecer un régimen republicano en el cual la soberanía popular estuviera representada en un Congreso nacional, la separación de poderes, el reconocimiento de la igualdad y las libertades ciudadanas, la superioridad de la ley, que “se mejore el jornal del pobre y se modere la opulencia” (justicia social), así como el reconocimiento histórico a Hidalgo y a Allende por haber “levantado la voz para abrir los labios de la Nación para reclamar sus derechos y proclamar la independencia con la espada en mano”.
En contraste, la falsa independencia fraguada por la conspiración de las élites, resulta evidente en el colofón del plan iturbidista, que consigna que el movimiento de independencia de 1810 a lo largo de 11 años, “sólo trajo desgracias, desorden y vicios al país”, sin el pudor de admitir que, en efecto, las desgracias y el desgarramiento del naciente país obedecieron, precisamente, a la represión y la persecución de la decadente aristocracia del viejo imperio y la ambiciosa del virreinato.
La falsedad de ese fraude llamado consumación de la independencia en 1821, se acredita por el hecho de que la supuesta nueva nación quedó en manos del virrey, una junta nombrada por el virrey, el trono para el rey, la subsistencia del ejército virreinal. El plan del primer usurpador de nuestra historia, proponía una junta de notables nombrada, paradójicamente, por el propio Virrey para hacerse cargo del gobierno (y no un Congreso elegido por el pueblo); la monarquía absoluta en vez de la república de libertades; la conservación de los fueros y los privilegios de las clases dominantes: la élite terrateniente, el alto clero, dueños de minas y esclavos, comerciantes y el ejército -un ejército que en vez de defender al pueblo y la integridad del territorio nacional, permitió que fuera cercenado por el expansionismo norteamericano. Ejército que finalmente fue eliminado y sustituido por la milicia popular que triunfó en la Reforma y frente al segundo imperio.
Así, la lucha por la independencia se reanudó desde el día siguiente a la entrada del ejército “liberador” y no concluye sino casi 50 años después. Para ello fue necesario, como explicó José María Luis Mora (“Discurso sobre la independencia del Imperio Mexicano”, en noviembre de 1821. Reproducido por Editorial Porrúa en 1963), eliminar de inmediato el famoso Plan de Iguala, lo que se consiguió en 1823; y cancelar definitivamente el monarquismo en 1867. Solamente entonces, ante la definitiva derrota de la antigua aristocracia y del clero, se pudo dar paso a la lucha por la verdadera independencia que aún persiste.
El proceso que desató Hidalgo el 16 de septiembre de 1810, al que Morelos le confirió su auténtica dimensión libertaria en lo social, lo político y lo humano, Juárez y la generación de la Reforma llevaron a su culminación. Pero apenas fue el principio.
Ante los ideales irrealizados, la historia continúa.