Hace 10 meses, la candidatura de Donald Trump parecía un chiste, de hecho hacer competir a los republicanos parecía un mero trámite procesal. No había ningún candidato con la suficiente popularidad, plataforma electoral y sobre todo con posibilidades reales de ganarle a los demócratas.
Por otro lado no había ningún candidato o candidata que se opusiera a la nominación de Hillary Clinton, quien lleva más de 8 años construyendo su candidatura presidencial. Los niveles tan altos de popularidad y aceptación de Obama, la estabilidad y la falta de una oposición con reales posibilidades de ganar, hacían a Clinton presidente.
Por el lado de los demócratas, Bernie Sanders se convirtió en el candidato antisistema que el lado demócrata necesitaba, en realidad Bernie representaba lo que representó Obama hace 8 años, un cambio, una alternativa de gobierno, su carisma y su discurso populista a favor de los desprotegidos, en contra de Wall Street y con tintes socialistas hizo clic con la generación millenial pero no fue suficiente: Clinton ganó la nominación.
Del otro lado, el otro candidato antisistema, pero incongruente era Trump, quien criticaba a los grandes emporios cuando él construyó uno, que criticaba a los latinos, a los mexicanos, al tratado de libre comercio y tenía la loca idea de construir un muro. En un sano juicio los analistas políticos auguraron fracaso: nadie puede ser presidente sin el apoyo de los latinos, ni siquiera candidato. Su fórmula fue sencilla: hizo clic con el sector de la población más conservador y patriota del país norteamericano. Presentó sus propuestas de manera clara y sencilla, usó lenguaje fácil de entender, nunca palabras rebuscadas y llenas de política, esa cosa que nadie quiere saber: Trump es candidato.
Aun así, los pronósticos eran divididos, Clinton debía tener el liderato en las encuestas desde junio hasta noviembre, nada debía hacer temblar su posición en la silla presidencial. Trump, por otro lado, siguió con su mismo discurso, pero ya había convencido a los que tenía que convencer: a los republicanos. Ahora hay que convencer a los que no están convencidos.
Así, cambió de equipo de campaña porque para nada Clinton soltaba el número uno en las encuestas y no funcionaba su nuevo discurso, parecía que lo hundía más. Sus palabras machistas, antimusulmanes y antilatinos ya no hacían eco. Parecían propuestas recicladas y que francamente tenían el carácter de una locura. Hasta que su equipo, a principios de agosto, le propone relanzar su candidatura con un tono más conciliador, haciéndolo parecer jefe de estado y presidencial. No había otra ruta para relanzar la campaña que el discurso antimigratorio, como seguro lo reflejan los números y estudios que realiza su equipo es una preocupación para los estadounidenses. No así para los latinos, quienes tienen como su mayor preocupación la seguridad y la economía.
Trump, no convencido, según reporta Wall Street Journal, decide adoptar esa estrategia y la lanza con una acción contundente y genial: venir a México. Como se reporta en Tercera Vía, Donald Trump diseñó la visita a México como una acción de su campaña, usó sus contactos con la presidencia, entre el jefe de la oficina y su yerno, se planificó todo apoyado por Luis Videgaray, no en balde afirma que con él a cargo de las finanzas y Trump en la presidencia, la relación pudo haber sido muy sana.
Después de la visita donde luce como un jefe de estado, más presidencial que nunca, donde deja de ser payaso, no ofende sino que agradece, con estrategias diplomáticas que lo hacen ver un candidato serio, sus propuestas dejaron de ser locura para convertirse en un plan que pretende trabajar en conjunto con la presidencia de México, y así lo reportaron más de algunos medios, quienes percibieron la visita como un aspecto positivo a la candidatura de Trump.
Después en Arizona, recibe a víctimas de delitos realizados por inmigrantes y su candidatura luce más seria, presidencial y cercana a la gente. En unas gorras se podía leer, “Make México great again too”. Hacer a México grande también. Nadie explicaría esas gorras en un evento de Trump, de no ser porque el gobierno mexicano se portó muy bien con el candidato republicano.
Después de eso, Trump afirma que Obama sí es estadounidense y deja morir la polémica, luce conciliador y no confrontativo, después se deja despeinar y luce carismático y no Hitler. Trump va en serio. Y en ese repunte y transformación de la imagen, Hillary se enferma. Las encuestas colocan a Trump en un empate técnico. Ya no es una locura, ya no es un payaso, es una seria opción para ocupar la presidencia y todo desde el discurso y la comunicación.
Trump puede ser presidente de la República y es una realidad, Hillary necesita reforzar su discurso hacia los latinos y los millenials, quienes necesitan una opción fresca, demócrata, incluyente que se ha apagado. Por eso lo de Vicente Fernández no sorprende. Ingenuos seríamos si pensamos que Don Chente lo hizo sin cobrar un peso por parte de la campaña de Clinton o que el nuevo video de Black Eyed Peas es casualidad. Todo es parte de ese contrataque de Hillary, necesario para la democracia en el mundo, como lo afirma Obama: no se trata de una elección, se trata del futuro de la democracia en el mundo.
@caguirrearias