Ya lo sabes: eres carencia y búsqueda
Octavio Paz
No soy activista y no suelo pronunciarme a favor o en contra de nada ni de nadie, no públicamente. Hoy no haré la excepción. Pero hoy aprendí algo: me reconozco en el otro, en nuestras diferencias, eso que nos separa realmente nos une. La diversidad, paradójicamente, la conocí en mi núcleo familiar: siete mujeres y dos hombres quienes nos reconocemos como hermanos, crecimos exigiendo arroz y sopa de letras, carne y pescado, bolillo y tortilla, así al mismo tiempo, sin ponernos de acuerdo, enloqueciendo a mi madre. Luego, al mismo tiempo intentar ver la telenovela y “Los Pioneros”, “24 horas” y “Patrulla motorizada”, en una época en que el control remoto era ciencia ficción. Más tarde las elecciones se dispersaron a medicina, bioquímica, administración, diseño, comunicación, educación y letras hispánicas, sin que nos faltara la consabida hermana religiosa, por supuesto. Así crecimos, así crecí: cediendo, entregando, reclamando, callando, llorando, llena de frustraciones y de alegrías, pidiendo perdón y derrochando soberbia, queriendo escapar y regresando. Como todos. Después, cada uno formó su propia familia: con pareja, sin pareja, con hijos y sin ellos; y aún más extendida: los suegros y cuñados, los sobrinos, los amigos. Y es aquí cuando uno realmente aprende a ser tolerante, porque en realidad con los hermanos, en la mayoría de los casos, uno es generoso: nada puede ser tan insoportable que no consiga aceptar del otro con el que uno crece, convive de siempre, lo sabe de memoria. La tolerancia viene después, cuando la familia se extiende. Para mí, tolerancia es el extremo, cuando uno ya pasó por la generosidad, la humildad, la solidaridad, la misericordia y ninguno de estos principios nos puede rescatar, entonces debemos rematar con la tolerancia. Si aquí no llegamos a los buenos términos, entonces más nos valiera alejarnos a una cueva en una montaña inhóspita. Porque los prójimos más próximos están vinculados por lazos más fuertes, comenzando por la sangre. Porque con ellos uno aprende que es divertido ser diferente porque lo que no se le ocurre a uno, se le ocurre al otro. Porque uno comprende que no es único y tampoco especial. Porque en el respeto se fundamenta la convivencia. Porque, como diría Octavio Paz, “reconocer la existencia irreductible del otro es el principio de la cultura, del diálogo y del amor”. Para nadie es ajeno que en el diálogo uno se fortalece, aprende, se desarrolla, y si el diálogo diario con el otro está sostenido por el amor, entonces nada puede salir mal. Cuando tenemos claro que en el amor se fundamentan las relaciones de familia, entonces haremos extensivo este amor en las relaciones humanas. Y tampoco nada puede salir mal. No soy activista, no voy a las marchas, confío en el ser humano, creo en las personas, amo a los individuos, pero no puedo con la paradoja que en el interior de una casa se genera, comprendiendo que somos muchos y muy diversos, pero al exterior no nos importa y los queremos, si no iguales, por lo menos parecidos a lo que creemos que somos. Cuando entendamos con el corazón que no somos únicos ni especiales, abrazaremos al otro que sí lo es, y por lo tanto, nos otorgará esos valores.




