Tengo la fortuna, el privilegio y el orgullo de trabajar como docente en la Escuela Diocesana de Música Sacra impartiendo la clase de Historia de la Música, y creo que bien lo sabes, amigo melómano invitado a degustar de este banquete, que la música y los libros son, después de mi esposa, mi más grande pasión, imposible, impensable, prescindir de estas exquisiteces en mi vida cotidiana.
Pero a lo que quiero llegar es a lo siguiente, la semana pasada estaba en una clase cuando una de mis alumnas hizo un comentario que llamó poderosamente mi atención, incluso me estimuló a escribir lo que ahora amablemente estás leyendo, palabras más, palabras menos, mencionó que la generación actual, sin duda refiriéndose a los niños, adolescentes, jóvenes y jóvenes adultos -por fortuna yo no me considero entre los integrantes de esta generación actual-, está muy distraída, es muy dispersa y siempre está sumergida y sometida a la diosa tecnología, a partir de ahí hubo un interesante intercambio de opiniones, recordé algunos episodios que he observado en algunos lugares públicos, tú sabes, no es extraño entrar a un café y ver una mesa ocupada por cuatro o cinco personas que si bien están juntas físicamente, cada una de ellas está sumergida en sí misma, absorta en su teléfono celular, su tablet o cualquiera de estos artefactos que tienen la capacidad de someter a su embrujo a estas débiles voluntades que no ofrecen la menor resistencia a esta deidad creada por la mente humana, por la creatividad humana, y paradójicamente terminan por inhibir todo intento creativo; el genio humano creó la tecnología para después, ingenuamente, someterse a ella como una forma de esclavitud gozosamente aceptada.
Ante esta inmisericorde invasión, entendiendo invasión en el más estricto sentido de la palabra, sentimos de repente que se nos agotan los recursos para liberarnos de todo esto, pero no, el ser humano tiene un poderoso recurso, de hecho varios, yo me quiero referir específicamente a este, para salir airoso de esta invasión, y este recurso es el arte.
Hace poco, en un programa de televisión veía un reportaje muy interesante, muy periodístico, sobre la reacción de algunos países sudamericanos, concretamente en Argentina, ante la barbarie de las dictaduras militares durante la década de los setentas. El pueblo se manifestaba, y en una de esas manifestaciones que frecuentemente eran aplastadas por el poder, se portaba una pancarta en la que se podía leer: “Tenemos el arte para liberarnos del caos”. La frase en cuestión me cautivó, me fascinó y se me quedó grabada, incluso tatuada en la memoria.
Ahora, en este caos que vivimos nosotros, en este caos del más cruel egoísmo, este caos provocado por alguna mente perversa que planeó todo esto, esta especie de…, no sé si llamarle revolución tecnológica por medio de la cual se tiene sometida a buena parte del género humano, habemos quienes no nos hemos dejado someter a esta perversidad y peleamos con todo desde nuestra trinchera, desde nuestro refugio cobijados por las diferentes manifestaciones artísticas manteniendo intacta nuestra verdadera esencia de seres humanos. Pero ante este irrefutable hecho que estamos padeciendo, considero necesario, urgente, llegar a comprender que tenemos el arte para liberarnos del caos.
El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene ese poder…, cómo llamarle, posiblemente poder redentor sea la expresión correcta, el arte, incuestionablemente, nos hace mejores personas, nos hace menos indiferentes al sufrimiento del prójimo, de ese más próximo a mí, me hace más sensible a lo que pasa en mi entorno, en pocas palabras, el arte me hace mejor ser humano, mejor ciudadano, no es posible ir caminando en la calle e ignorar, no sólo el dolor, el sufrimiento, sino también el placer de saludar a un conocido, de intercambiar unas cuantas palabras, de sonreír a quien se atraviesa en mi camino, en síntesis, de ignorar la vida, y todo esto como consecuencia de llevar la vista clavada en el celular, la tablet o en cualquiera de estos gadgets a los que nos hemos sometido dócilmente.
Es incuestionable que la tecnología nos ha robado nuestras personalidades, nos ha robado nuestra intimidad y todo esto lo hemos entregado sin oponer la menor resistencia, nos hemos dejado impresionar por una vida fácil, rápida, estamos metidos en la cultura de la mayor satisfacción con el menor esfuerzo, y créeme que este hedonismo nos está dañando porque nos está deshumanizando.
¿No será posible dejarnos impresionar por una escultura de Miguel Ángel, dejarnos llevar por la mano de Dante a través de su Divina Comedia, perdernos en los deliciosos versos de Edgar Poe o disfrutar inmensamente de una sinfonía de Mahler?, si esto fuera posible estaríamos recuperando algo de lo que hemos perdido, de nuestra esencia humana, o simplemente, ¿no sería maravilloso dejarnos cautivar por un atardecer o por el color del paisaje con el cambio de estaciones o experimentar un irrefrenable placer cuando el viento nos golpea de frente en la cara?, pero no, estamos demasiado distraídos, estamos demasiado preocupados por conseguir la nueva versión de no sé qué extraño aparato porque de no conseguirlo, estaría fuera de los estándares que exige la sociedad, hemos sucumbido a lo artificial sacrificando nuestra verdadera naturaleza.
¿Sabes algo?, yo hago uso de la tecnología, obviamente, esto que estás generosamente leyendo en este momento lo escribí en una computadora, tengo celular y una tablet, pero claro, yo hago uso de la tecnología, de ninguna manera permitiría que la tecnología hiciera uso de mí, de verdad, yo tengo el arte para liberarme del caos.
Congratulaciones.