Lo que voy a decir a continuación es completamente contradictorio. Nunca podré ser un asceta, me cuesta mucho trabajo despegarme de lo mundano y tendría que hacer mil om antes de lograr la verdadera tranquilidad que este mantra, dicen, me ofrece. Lo que sí es que llevo muchos años en busca de la serenidad, de comportarme con el otro como quiero que se comporten conmigo, por lo que trato con verdadera devoción, muchas veces sin lograrlo, de no hacerla de pedo. En muchos de los casos he preferido callar ante los insultos velados con tal de llevar la fiesta en paz. Eso no quiere decir que yo no ofenda a nadie, a veces me doy cuenta y otras no, no hay blancas palomas en el mundo. Tampoco quiere decir que me sienta cómoda con eso, pero pasa, cuando no me controlo abro la boca, entrecierro los ojos y suelto alaridos de fiereza ficticia.
Hace unos días mi madre se quejaba con justa razón de algo y sus labios profirieron una metáfora de lo más bonita: me siento bélica. No es que mi madre de verdad hubiera querido tomar el fusil e iniciar la guerra, pero para expresar su abstracto enojo encontró una forma poderosa de enunciarlo. Sin saberlo, estructuró su pensamiento para combatir la violencia que le ejercía un villano y librar una batalla donde no sería una víctima, sino que ejecutaría una posición de ataque, la discusión, para defender sus ideas.
Mi madre, que siempre ha sido símbolo de humanidad para mí, últimamente se pone roñosa cuando algo no le gusta, y me encanta, lo que resulta una total contradicción porque me la he pasado diciendo lo necesario que es el amor en estos tiempos.
En estos días he discutido a medias, aunque no hubo una sola pelea que tuviera un objetivo, que allanara el camino para ofrecer una solución y al final fumar la pipa de la paz. Para lo único que sirvieron mis mini campales fue para darme cuenta que son contra el enemigo equivocado. Hay batallas que no tienen sentido si no van a causar una revolución, si los argumentos no propician un debate porque frases demoledoras hay en todos lados, el empecinamiento del otro hace que su verdad sea totalitaria, y eso sigue teniendo el mismo nombre de hace 100 años: fascismo. Con enojo, estamos tan obcecados que lo único que buscamos es salir victoriosos a como dé lugar, por lo que termina sin importarnos no sólo contra quién estamos peleando, sino el porqué.
Hay tantas cosas por qué luchar allá afuera y nos da por mear fuera de la olla, como dice mi abuela. Una niña de trece años sufrió una violación. Ella quedó embarazada pero como tenía tanto miedo no dijo lo que ocurrió hasta que su vientre creció y sólo así su madre se dio cuenta de todo. Para cuando quiso interrumpir el embarazo ya era muy tarde y no recibió apoyo de ninguna institución. Después de tres años el tipo maldito sigue libre bajo fianza, y una adolescente se hace cargo de su hijo mientras lucha con quién sabe cuántos traumas y soledades a cuestas. Acaso un día le diré que las mujeres que debimos acompañarla no lo hicimos porque nos estábamos peleando con otras mujeres que decidieron entrar a un concurso de belleza, que las creímos estúpidas por participar en esos eventos y que nuestra guerra feminista nos dio para quedarnos solo ahí, en lo superficial.
Para peleas, me gustan las que están contra el lenguaje y su discurso patriarcal, racista, clasista y xenófobo, ese que he leído en últimas fechas de hombres y mujeres por igual, de amigos y desconocidos, y que quede claro que no es corrección política la que busco, la forma de enunciar es un reflejo de cómo llevamos la vida, por ejemplo, de nada nos sirve el lenguaje incluyente y elegante cuando somos los misóginos de siempre. El uso de arrobas, equis o de la vocal e para eliminar cualquier forma patriarcal que invisibilice a las mujeres no tienen un claro aterrizaje. La lengua, como organismo vivo y en movimiento siempre se adaptará a nuestras necesidades comunicativas, y tal parece que tenemos la necesidad de continuar con la discriminación, pues perdura sobre todas las formas.
Es desde el lenguaje que no bastan ni todas mis gesticulaciones para explicarles a mis alumnos por qué no deberíamos festejar cada que ocurre un matrimonio igualitario, pues lo volvemos exótico, raro, distinto. En un mundo donde todos somos iguales, que se casen Manuela y Marina no debería ser noticia porque sería igual de común que las otras bodas. O como cuando se habla de los derechos de las mujeres a una vida libre de violencia, pero nos sigue explotando, abusando y asesinando sin que se legisle y se lleve a cabo la ley al respecto para protegernos, porque la fuerza cultural y política de las mujeres se ha minimizado de una y otra forma para asegurar que sigamos siendo invisibles, inferiores y por lo mismo, sin derechos: compañerxs, ustedes, tan hermoses e inteligentes miembras, podrán contribuir con el cambio sustantivo desde el Congreso, las hemos convocado para que hagan los trabajos de investigación que nosotros, sus representantes ciudadanos, expondremos para que al final sean letra muerta y en las calles el acoso siga latente mientras nosotros cobramos como si lo mereciéramos por algo que no hicimos…
El DIF estatal y la Fiscalía, comprometidos en combatir la violencia de género, dicen que “quienes han sufrido algún tipo de agresión requieren de una atención integral, a fin de que dispongan de las herramientas necesarias para que trasciendan de un estado de víctima, a una agente promotora de paz”. De víctima a agente promotora de paz. Paz para perdonar a los agresores y lograr altos índices de resolución en el Nuevo Sistema de Justicia Penal que lo que busca es conciliar para evitar juicios largos y costosos. Porque si no hay perdón y el juicio continúa, violentada y violentador defenderán, como en una guerra, sus posturas en una audiencia pública, ante el escarnio de la sociedad y la revictimización. Ninguna de las dos dependencias de gobierno se pronunciaron por el castigo hacia los agresores, o cómo resarcirían el daño; menos cómo se verificará las leyes que protejan a las mujeres y sus hijos. Apenas en noviembre, la Fiscalía, en voz de Óscar González Mendívil, desconoció las cifras presentadas por el Observatorio de Violencia Social y de Género respecto a las muertes violentas de mujeres.
¿Y qué me dicen del trabajo que realiza ahora la actual Comisión de Equidad y Género del Congreso del Estado de Aguascalientes? O el de los diputados Guillermo Gutiérrez Ruiz Esparza y Paloma Amézquita Carreón, que no se han cansado de declararse en contra del matrimonio igualitario, la penalización del aborto, o la tipificación del feminicidio como delito autónomo, iba yo a decir algo pero estaba ocupada en defender mis ideales igualitarios por mensajería instantánea.
En ese afán mío de encontrar la batalla indicada, la fructífera, veo cómo otras mujeres no se desgastan en palabras, que trabajan todo el día incansablemente por acompañar a otras mujeres víctimas y agresoras, como lo que hacen desde la Clínica Jurídica Especializada en Derechos Humanos y Perspectiva de Género, por ayudarlas a que tengan un juicio justo. Veo a las que toman de la mano a las que deciden abortar, a las que han dejado solas sus familias, y las cuidan sin reproches ni juicios. Veo a muchas que bailan o enseñan a escribir a otras. Esas mujeres, las bélicas verdaderas, son las que se enfrentan a peleas con un objetivo y con las soluciones tejidas por ellas mismas sin detenerse.
Sí. Todo lo que dije es completamente contradictorio porque la palabra termina por convocar la presencia de todas las voces que son afines a ella con el único afán de construir. La coherencia nos obligará a ser parte de la razón por la que se elige una lucha en vez de otra. Las palabras y las ideas contra la guerra que se libra afuera, en las calles, entre nosotras y contra nosotras porque necesitamos un destinatario: el otro que escucha para establecer un diálogo y una solución, o el que no lo hace, para vencerlo a fuerza de acciones, para no quedarnos en el cotilleo fácil. En otra metáfora, hay que hacerla de pedo. Que el combate sea fructífero entre quienes se quieren libres.
@negramagallanes




