Como miembros de una parte del espectro ideológico, concepto que cada vez más resulta insuficiente para describir con propiedad la diversidad de afiliaciones políticas, la izquierda, ha perdido en casi todas las batallas importantes a últimas fechas.
Esto resulta entendible cuando se consideran tanto la falta de organización y las terribles carencias que, en su conjunto, tiene la izquierda en comparación de los bien vestidos y perfumados integrantes de la derecha. La falta de liderazgos claros y la falta de solidez técnica hace que el esquizoide conjunto de individuos que nos consideramos parte de la izquierda pierda toda posibilidad de transformar el clamor popular en una victoria democrática.
Qué lejos quedan las victorias sindicales de principios del Siglo XX, la exitosa defensa de los derechos civiles, la revolución sexual, la victoria en las cortes del mundo a favor de los derechos reproductivos, entre otros avances notables. En su lugar al más puro estilo de una novela sobre un futuro distópico, entre las victorias recientes de la izquierda destacan: cambiar por una x todas las vocales que impliquen el género de un conjunto de aludidos, elevar a rango de ley la protección de animales aún sin importar que no exista el aparato institucional ni el presupuesto para hacerlas valer, la creación de facto de un sistema de denuncias “social” que hace de lo políticamente correcto un imperativo en los manuales de comunicación de las empresas y finalmente la transformación de los elencos de anuncios para que estos reflejen de manera más fiel al público al que le comunican.
El gigantesco problema es que la derecha kakistocrática, esa de la calaña de Trump, ha logrado conquistar casi todas las posiciones importantes tanto en EU como en el mundo. Ejemplos sobran, desafortunadamente. Lograron apoderarse del discurso anticorrupción asumiendo que es un problema del Estado sin mencionar jamás a los privados involucrados dando paso a una implicación terrible, el Estado, por infuncional y corrupto no puede cobrar impuestos.
Han impuesto con éxito todos los argumentos que, a su saber, explican la pobreza y la desigualdad. Es la productividad y una falsa meritocracia la clave dicen. Se han apoderado de los espacios culturales, cooptado los medios de comunicación y expulsado de la política a los ciudadanos de a pie. Han hecho, como dijo el gran Martin Luther King, hacer imperar un socialismo dadivoso para los más aventajados y un individualismo rampante para los pobres.
Ante ello no solo la izquierda ha sido inoperante, ha sido pasiva y francamente irresponsable. No ha habido una respuesta amplia que aclare que la corrupción no es cultural ni es un asunto exclusivo del Estado. Tampoco se ha logrado explicar la importancia de erradicar el capitalismo de cuates. Sin ir más lejos, no se ha podido comunicar efectivamente como es que los millonarios atracos de políticos como Duarte son un asunto equiparable a las innumerables concesiones fiscales opacas o las inexplicables asignaciones inadecuadas de contratos a familiares y amigos. Resulta increíble que sobre los privados que son cómplices en esta clase de delitos se dice y hace muy poco.
Sobre la falsa meritocracia y la tropicalización del sueño americano como un ideal moderno basta ver las cifras y estudios sobre la movilidad social. Con el tema de la pobreza basta escuchar a quienes dicen que todo es cuestión de actitud como para entender la magnitud del problema. Es increíble que en el imaginario colectivo sea peor un narcomenudista o un consumidor de mariguana que un banquero grotescamente corrupto. Es una tragedia, a mi parecer, que haya quien pueda pensar que la salud, por ejemplo, está sujeta a mérito alguno.
Estos problemas, reafirmados en una serie de preceptos falsos, pero populares sobre cómo funciona una economía y la ciencia política detrás de ello han creado la oportunidad de oro para quienes buscan mantener inalterado el orden político y económico. Esta profunda ignorancia aunada a una extraordinaria estrategia de comunicación han creado una muy molesta distracción en múltiples frentes que impide el avance de los temas centrales que habían ocupado tradicionalmente a la izquierda.
Si los perros son personas no humanas con una figura jurídica o si las empresas no pueden preguntar por el sexo (no confundir con género) de un aspirante, son sin duda batallas importantes, pero que poco tienen que ver con el día a día de la mayoría de la gente. Es así que la izquierda ha perdido todo el piso y con ello toda credibilidad en un amplio sector de la población.
Antitaurinos, la comunidad de artistas (incluyendo a los que los becan sus padres), lxs vigilantes de los machismos, las agendas ciclistas, socialdemócratas, los radical chic’s, los universitarios marxistas-leninistas-baristas, los (por momentos insoportables) veganos y los budistas politizados (pero de los que no cometen genocidios en asia) no hemos sido capaces de reunirnos a una sola voz para articular una agenda amplia creíble y técnicamente sólida. En su lugar tenemos memes y lugares comunes. En lugar de discutir, como sí hace la derecha, el presupuesto y los códigos fiscales nosotros generalmente discutimos nimiedades hiper locales o generalidades estériles sin mayor reflexión.
Los resultados son claros. En México algunos partidarios que alguna vez fueron de izquierda migraron sin vergüenza, como el PRD en manada, a un pragmatismo estéril y por momentos parasitario de los partidos como el PRI o el PAN. Tampoco ayuda a esta batalla la aparente improvisación que resulta en una posible pérdida de adeptos por la falta de seriedad o bien, como en el caso paralelo de Clinton en EU, por la falta concreta de cercanía con la gente.
Trump habla y gobierna pensando en cómo reacciona la gente que lo llevó a la casa blanca, cierto tipo de gente, que aunque no lo quiera reconocer la izquierda, existe. En México sucede algo similar. Se pierden oportunidades de formar gobiernos de izquierda entre la maleza de las nobles batallas bien intencionadas que terminan solamente en el clamor temporal del aplauso de unos pocos.
Parafraseando a Warren Buffett: es cierto que hay una lucha de clases, y su clase, la de Buffett, es la que genera el conflicto y también la que va ganando. En México es inaceptable hacer esta declaración. A la élite mexicana y con razón, no le interesa librar una batalla ideológica que ya tiene ganada. Lo increíble es que a la izquierda, al menos a un sector amplio de ella, le sea suficiente sostener con aprecio un cúmulo interminable de irrelevantes victorias. Nos hemos convertido en los guardianes de los sentimientos, las susceptibilidades y de la buena onda en lugar de ser los voceros de las clases trabajadoras, de aquellos que no pueden ejercer sus derechos y de quienes no han podido históricamente defenderse del abuso de unos cuantos.
@JOSE_S1ERRA




