Que levante la mano la chica a la que han acusado de puta, de pendeja, de altanera, de borrega, de desobediente, de amargada, de aprovechada, de oportunista, de coleccionanillos de compromiso, de inestable, de patética, de fea, de insignificante, de exagerada (si lo leen de corrido se les acaba el aire antes de terminar, aguas). Yo ya mejor la dejé arriba.
Por fortuna, si alguien lo enuncia esto se desvanece rápido en el aire. La onda sonora viaja y deja libre el espacio para que continúen las siguientes palabrotas y los nuevos mensajes. Nadie puede negar que esta brevedad es altamente efectiva. Imaginen el desastre si las ondas sonoras de todos se mantuvieran por siempre: no nos entenderíamos, todas las voces se mantendrían en el aire por siempre, y habría caos y confusión. La oralidad es tan efímera, en un momento el sonido está y en otro ya no, ¡plop!, desaparece. -¡Puta!, -¿qué?, grosero igualado. Sin embargo, la incómoda memoria nos hará recordar lo dicho y con él el dolor o el gozo de las palabras, lo que hace que sea muy fácil traicionar nuestros recuerdos cuando pase el tiempo: -Me dijo puta y yo le respondí “puta, pero no de tu congal, imbécil, pícate el culo”.
Ah, el lenguaje, depende tanto de él nuestro prestigio social.
Pero si hablamos de tener éxito comunicativo, yo me inclino por el lenguaje escrito, la permanencia en el tiempo, el poder regresar a nuestras palabras sin temor a trastocarlas. Alguna vez escribí un correo larguísimo donde todo lo que firmé en él, equivocado o certero, hasta la fecha lo sostengo. No hay para donde moverme. Ahí está escrito. No como cuando me reencuentro con mi yo de hace nueve años en una pelea en la que me enlistaron de corridito y sin falta de aire todos los elementos que puse arriba. Excepto el de los anillos, ese es nuevecito de paquete.
Eso sí, acepto que siempre he sido una exagerada. Según lo otro también, pero exagerada sí lo reconozco.
Tan exagerada desde siempre como cuando me encabrono al leer las noticias y veo las corruptelas que hace el Gobierno. Exagero cuando me encuentro con alguien que quiero y lo abrazo muy apretado, o cuando me enojo porque me piden explicaciones. Tan tan tan tan tan pero tan exagerada como para enojarme si alguien se atreve a insinuar siquiera que no soy dueña de mis palabras. Orales o escritas. Que no soy dueña de mis actos por muy pendejos que sean. Que alguien me tira línea y me indica qué decir o hacer. “¿De dónde sacaste eso, mijita, de seguro lo escuchaste de tus amigotas? Ay, ¿a poco eso lo pensaste tú solita? ¿Y ya porque fulanita se tira a un pozo tú también, o qué?”.
De seguro exagero también cuando digo que a los hombres les ha dado por hablar mucho de nosotras en estos tiempos, como una moda. Será que acaba de pasar el 8 de marzo. “Pero ¿entonces qué quieren, que no las tomemos en cuenta? ¿Que ignoremos su historia, su condición, su estar en el mundo? ¿Entonces, qué quieres, negra? ¿Aliados, compañeros, amantes, maridos, humanistas, nuevas masculinidades o ya de plano un dildo?”
¿Exagero cuando pienso que nos exigen? Esos hombres que hablan y escriben sobre nosotras nos exigen más que a cualquier otro tema. No hablarán y mucho menos escribirán una crítica férrea sobre el trabajo que realizan, por ejemplo, Martín Orozco y Teresa Jiménez (me equivoco, tal vez hablar sí, al cabo se desvanece, pero de la escritura, su permanencia y su firma, nel), o como el priista aquél que se toma la molestia de buscarme para darme cátedra de por qué no debe legislarse el feminicidio como delito autónomo y otras chuladas, pero no veo que escriba de los rateros de su partido. Quedabien.
No vayan a incomodar a todos ellos si señalan directo, si se atreven a hacer una insinuación contra alguien. Guardianes de su prestigio. ¡ah! pero de feminismos y de mujeres, qué tal. Lo bueno es que ya pasó el 8 de marzo.
Escribieron de nuestros errores y nuestros aciertos como si ellos los validaran, teclearon para decirnos cuán equivocada o certera está nuestra agenda. Hablaron y escribieron para reprocharnos por qué lo hacemos o decimos. Que eso no nos va a funcionar, que así no se hacen las cosas. Escribieron textos insulsos que no dicen nada o que repiten lo ya dicho. Escriben para ser quedabienes, buenpedistas, porque cuando los escucho hablar seguimos siendo las pinches viejas.
Como resultado de los tantos textos que salieron del exageradísimo “guapa” de Tamara, solo leí uno de un hombre que se cuestionó sus privilegios. Uno. Exagero, de seguro. Hubo quien quiso hacerlo con seriedad pero los amigos machirrines le quitaron toda la buena intención con los comentarios y chistes, y al final todos olvidaron la premisa original. Qué bueno que hay un día del hombre, qué bueno es que ahí viene el día del padre, a ver si les da por escribir de eso.
Exagero cuando digo que lo único que tengo son mis palabras.
Exagero tanto como para que me acusen de querer tirarles línea, de decirles de qué hablar o de qué no, de misandria, supongo. Aunque no podrían. Mi heteronormatividad es proporcional al deseo que despierta en mí un puesto de tacos a las 3:00 de la mañana. Cliché.
Cuando mis familiares se encuentren con este texto correrán escandalizados en círculos, telefonearán a mi madre acusándome de exagerada y grosera, de fascista que no deja que nadie hable de nosotras, me eliminarán de redes sociales por malmodienta, el priista volverá a comentarme ofendido, los otros hombres dirán ¿seré yo uno de los que menciona? Exagero, claro. No pasará nada de eso. A nadie le importa ser un quedabien buenpedista.
-Pinche vieja amargada malcogida, -bueeeno, de eso no estoy tan segura.
Aquí se quedará quietecito este texto, permanente, con mi firma empeñada, para regresar a mis palabras alguna vez. Con seguridad será opacado y disminuido por las próximas críticas hacia el gobierno, por los análisis e investigaciones, por la productividad de todos los hombres y mujeres en este y otros temas, y por las exigencias de nosotras porque ya no nos maten y nos entreguen nuestros derechos, porque ya no nos llamen exageradas ni putas, pendejas, altaneras, borrega, desobedientes, amargadas, aprovechadas, oportunistas, coleccionanillos de compromisos, inestables, patéticas, feas, insignificantes. Recuerdo bien el sonido oclusivo de puta, recuerdo el sonido de todas. Todas las recordamos. Todas levantan la mano.
Ah, el lenguaje, mi prestigio social en juego. Nunca voy a brillar en sociedad. Ni pedo.
@negramagallanes
