Si nos dejáramos seducir un momento por los comentarios de las voces que saben, podríamos llegar a creernos eso de que la obra de Liliana Blum (Durango, 1975) es sólo novela negra (whatever that means), o que ella es una gran figura de la literatura femenina mexicana actual, o que es una gran narradora del norte de México. Pero nada de esto sería correcto, y no porque sea mentira (salvo la siempre engañosa parte geográfica), sino porque siempre las etiquetas, al acotar, reducen. Lo que es cierto es que Liliana Blum es una gran escritora, así, en el concepto entero y sin precisiones innecesarias. Y lo que también es cierto es que Liliana Blum acaba de publicar lo que hasta ahora parece ser la mejor novela del año en nuestro país.
En El Monstruo Pentápodo (Tusquets Editores, 2017) Liliana Blum lleva al extremo muchos de los recursos que ya había planteado con muy buenos resultados en su anterior novela Pandora (Tusquets Editores, 2015), abordándolos con mayor soltura y cuidado, cómoda en la construcción de su historia y con una evidente alevosía que consigue un libro redondo, turbador y cautivante. Al pasar de la anastimafilia y el alimentarismo, a la pedofilia, Blum parece seguir el consejo de Faulkner y escribe sin pensar en familia, amigos o conocidos, y desde esa posición decide no darnos tregua, nos incomoda y sacude, nos mueve y nos conmueve: apela a nuestros viejos miedos y a nuestras inquietudes cotidianas, a las sombras que, en nuestro propio vecindario, detrás de las esquinas saltan sobre nosotros para recordarnos que este mundo en el que vivimos está lleno de afiladas aristas. Blum se siente a todas luces más cómoda con su prosa en esta novela, sus frases tienen más peso en nuestro ánimo y el lector se descubre detenido ante ciertas líneas que guardan una belleza lúbrica, como ciertos insectos, como esas cosas que no habitan nuestros días.
La autora consigue en esta novela cimentar aún mejor ese juego triangular de personajes, tan atractivo en su libro previo, y a través de las interacciones entre Raymundo (pederasta escondido bajo la máscara de vecino ejemplar), Aimeé (mujer que, en parte por el mal entendido amor que nace de su enanismo, se vuelve cómplice de Raymundo) y Cinthia (la nueva víctima que Raymundo ha escogido para liberar contra ella al monstruo interno al que el da en llamar La Cigarra), nos enfrenta de nueva cuenta pero con un renovado interés con los laberintos de los deseos oscuros, el calor denso de las pulsiones de lo prohibido, el recoveco húmedo de la enfermedad. Pero también nos arrastra a la pesadilla de la víctima, al reducido, agobiante espacio del horror que persiste y no se alcanza a entender. Pero sobre todo, y ahí es donde Lilian Blum muestra otra vez su mayor talento, podemos ver lo que un individuo (especialmente las mujeres) están dispuestos a hacer para lograr ser aceptados y vistos como sujetos dignos de amor y de deseo, la manera en que el tamaño de nuestra ceguera es equiparable a la talla de nuestras inseguridades, de nuestra necesidad de afecto y placer.
No tengo por qué inventar lo que ya escribió David Foster Wallace: “La función de la buena narrativa es calmar a los perturbados y perturbar a los calmos”, y en esto, con El Monstruo Pentápodo, Liliana Blum es tremendamente eficaz.