En alguna película vi cómo un vagabundo se retacó la ropa de periódico para evitar el frío. Yo por ejemplo lo uso cuando pinto. Algunos forran aguacates para ayudarlos a madurar y otros lo utilizan para hacer piñatas. El periódico impreso y sus múltiples usos habrán de desaparecer a mediano plazo en esta era digital porque nos dimos cuenta del daño al medio ambiente y de los costos de impresión cuando con un clic tenemos al alcance cientos de sitios de información. Eso no significa que desaparezca el periodismo, aunque habríamos de establecer la diferencia entre medios comunicadores y medios de información que van desde los que parecen periódicos escolares a los blogs de reposteos.
En este privilegio de tener a la mano información que otros no, también entendemos que hasta los tinacos tienen marcas, o que la basura se separa. Habrá quien lea El País o The Guardian con su tinta azul en las venas para informar, y otros más lo harán con lo que tienen a la mano como la Tribuna Libre o el Semanario Policiaco, teñidas de rojo.
Los de la suerte de contar con acceso a la información por lo general tomamos un bando y tenemos una uniformidad en la opinión, podemos pertenecer a la izquierda o a la derecha pero terminamos leyendo y comentando entre nuestros pares los mismos temas y los mismos artículos. Nos da por ver en el pueblo un escenario que observar como en obra de teatro, nos volvemos los críticos desde la butaca y estamos a la expectativa de los errores y el deambular de los actores para buscar el comentario que oportunamente haga resonancia. Hablamos del pueblo y su gente como si estuviéramos ajenos a él.
Me pregunto si lo que los medios dicen en favor de las minorías y los desprotegidos llega a oídos de estos para ayudarlos a comprender un poco su situación. Sé que estas líneas serán leídas por pocos, mis amigos tal vez, pero que serán inaccesibles en otros lugares, inaccesibles para personas que no podrán descifrar lo que digo y que ni les interesará, pues hoy más vale hacerse de un mendrugo de pan que leer cosas sin importancia. Escribo esto sin ningún menosprecio. Antonio Alatorre lo dice mejor que yo, es muy digna la ignorancia cuando viene de las limitaciones que el sistema no ha sido capaz de resolver.
A lo mucho terminará leyéndome otro privilegiado, pero eso no bastará para extenderme hasta los linderos de la ciudad, y me quedaré hablando de feminismos, por ejemplo, en el mismo círculo de amigos, sin que las mujeres que más lo necesitan (todas) sepan que hay una ley para una vida libre de violencia que las protege, o sin contar con información relevante. “Bosquejos de retratos que no interesan sino a reducido número de personas”, escribió Guillermo Prieto, y es cierto. Si pensamos que escribimos para analizar, retratar y mejorar el mundo, habrá que pensar cómo es que llegamos a él y qué tan lejos estamos, porque sí hay quien aterrice sus letras y palabras por todos los rincones de la ciudad.
Hacemos una crítica a los medios para ver quién es el diario más oficialista, quién está en vigilancia permanente, quién adula a la oligarquía. Leemos cómo los reporteros vuelcan filias y fobias en sus textos, se aferran a la improvisación y al chayotazo como una forma de subsistencia, y encuentran en la autocensura una forma de seguro de vida o al menos de no hacerse de enemigos. Lo vemos a lo largo de todo el país. Hay quien busca romper con su trabajo el estereotipo del periodismo corrupto y servil: El asesinato de Miroslava Breach, de Ricardo Monlui, de Cecilio Pineda son los ejemplos más recientes y más terribles. A los diarios no les queda más que establecer signos de solidaridad sin caer en la zona de lamentaciones, el trabajo habla por sí mismo. Según alguna ley no escrita, el periodismo no es un oficio, sino una misión política y patriótica que debe informar al pueblo. La prensa, esa ley sí está escrita, tiene libertad absoluta de pensamiento, de conciencia y de palabra, aunque de ser así, la putridez de la delincuencia y corrupción llega a hacer su trabajo como con Héctor de Mauleón, quien vive en constante amenaza por sus señalamientos e investigaciones.
Y como dije arriba, sí hay quien aterrice en el pueblo: mientras que todos los medios impresos están en riesgo de desaparecer, aquí en Aguascalientes ya viene la Feria y con ella el incremento en las ventas de los periódicos amarillistas, porque bien lo dice Niurka, el escándalo vende y vende bien. Esos diarios narran una sociedad que nadie contempla más que a través del ojo inquisidor y del asco, y en el caso de la Feria de San Marcos, a través de la fiesta. Documentan al estado desde otra perspectiva y ellos sí llegan al pueblo. Lo educan de cierta forma. Evaden los temas sociales, pero introducen las notas rojas, las frívolas, muestran la crueldad y la sangre en espectáculos violentos en primeras planas que terminan siendo vistas de forma banal por niños y adultos. Todo esto sin considerar la radio, con hasta dos emisiones diarias de programas de nota roja, o el ruin de José Luis Morales, autonombrado periodista.
El material es el mismo siempre: el titular en primera plana y sus cabezas son un mero chantaje emocional; están llenos de un escalofrío que apenas disimula el placer para algunos la muestra de los sesos regados en el pavimento, la sangre en el piso, el morbo en las fotos terribles e infames. “Pégame mátame si quieres pero no me dejes nunca más”, esos son los titulares que sí llegan a mujeres y hombres que lo leen y terminan creyéndolo. Club machos golpeadores de féminas: Todo lo sórdido se vierte contra ellas, cuya principal culpa es ser la “concubina” de un patán. Ellas son las víctimas de un sensacionalismo mediático que ya no expone o evidencia al marido para su denostación, sino como un número más de la larga lista en que se ha convertido ese chiste que vigoriza a los golpeadores, sin otorgarle respeto alguno a las mujeres que viven la violencia de forma diaria.
La banalización del delito convierte a las personas exhibidas, con nombre y rostro, en nada, y al mismo tiempo las hunde en una verdadera temporada en el infierno en su pueblo chico: “ya viste quién salió en la Tribuna”.
Esos diarios van del sexismo al clasismo, del mal llamado crimen pasional a la figura de mujeres completamente desechables, una quemada, otra semidesnuda, deshumanizadas. En alguna otra parte publican los boletines oficiales de Gobierno: aceptan la fuente de la información de la primera y única mano, del que tiene el poder. Eso sin contar lo risorio que es encontrarse en medio de todo eso un texto religioso.
¿Qué periodismo estamos ofreciendo a la gente? No sólo a los amigos y los poderosos. Allá afuera nos comen el mandado, mientras educan, instruyen y malinforman al espectador.
El futuro nos alcanza. El papel desaparecerá y con esto la invención de cientos de diarios digitales con la inmediatez de la información no comprobada, con “material sensible” al alcance de todos, y en el mismo tono del escándalo las páginas en redes sociales hacen la función de comunicador a un lector que aprende entre líneas y a contracorriente. ¿Qué tanto alcance tenemos, a dónde queremos llegar? ¿Cuántos periodistas se creen eso de la misión política y patriótica?
Los diarios con sus notas y sus textos describen la época que están viviendo, y nosotros nos reconoceremos en esas letras en algún momento, vestigios del ambiente, bosquejos de retratos. Como ahora que en la misma ceremonia se recordó con un minuto de silencio la memoria de la periodista Miroslava Breach y a Esteban Arce le entregan el Premio Nacional de Periodismo en Orientación Familiar.
De verdad que hay información que sólo sirve para hacer piñatas.
@negramagallanes
