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viernes, diciembre 5, 2025

Pincel sobre lienzo pautado / El banquete de los pordioseros

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“Siempre he pensado que existe una especie de vasos comunicantes entre las diferentes disciplinas artísticas, por tanto, hay un puente que une a la pintura con la música”, dijo el compositor mexicano Mario Lavista durante la presentación de su obra: Música para un árbol: en torno de la obra de Sandra Pani en el marco de las actividades del 33 Festival del Centro Histórico de la  Ciudad de México hace apenas un par de semanas.

El punto de relación entre estas dos ramas de las Bellas Artes, una de ellas, la pintura, perteneciente a las artes plásticas, representa la quietud, la calma, el arte apolíneo, diría Nietzsche. El otro, la música, es todo lo contrario, aquí todo es cambio y devenir, todo es movimiento, embriaguez espiritual, y para recurrir otra vez a Nietzsche, estamos hablando del arte dionisíaco por excelencia. Pintura y música, dos lenguajes artísticos que pudiéramos considerarlos, sin el menor problema, como antagónicos, sin embargo, desde sus respectivas trincheras y como expresión artística, ambas formas dignifican al ser humano.

Bien, pues toda esta divagación tiene que ver con el hecho de que el pasado domingo 9 de abril leí un artículo en la sección cultural de La Jornada en donde el compositor Mario Lavista afirma que “entre las disciplinas del arte existen vasos comunicantes”, y todo gira en torno a esta afirmación del maestro Lavista. Pero la nota llamó poderosamente mi atención por el inmenso placer que me produjo el encontrar tantos puntos de convergencia entre dos posturas artísticas que, como lo mencioné líneas arriba, tan diferentes, no exactamente distantes, en todo caso antagónicas, la pintura con toda su quietud, con todo su raciocinio y la espontaneidad de la música con todo su implacable movimiento: calma y caos, quietud y movimiento, Parménides y Heráclito, Febo y Dionisos.

Pues bien, motivado por todo este asunto, me puse a hacer un recuento de algunas de las obras musicales que han surgido a partir de la pintura o bien, pensar un poco acerca de todos esos encuentros llenos de romanticismo que podemos documentar entre la poesía y la música, quizás la relación entre estos dos lenguajes artísticos no es tan apasionada e intensa como se da entre la música y la literatura, pero sí tiene definitivamente su historia. Además de la obra de Lavista Música para un árbol sobre la pintura de Sandra Pani resulta casi obvia la referencia a la obra de Mussorgsky Cuadros de una exposición de 1874, un composición musical realizada originalmente para piano solo a partir de los cuadros del pintor y arquitecto Viktor Hartmann, amigo del compositor. Con el tiempo se han realizado por lo menos una veintena de diferentes orquestaciones de esta original de Mussorgsky para piano sólo, la más interpretada y consecuentemente la más conocida, sin duda, es la realizada por el francés Maurice Ravel en 1922, probablemente el más grande orquestador del Siglo XX. Existe también una versión muy digna y decorosa de esta obra de Mussorgsky a cargo del trío de rock progresivo inglés Emerson, Lake & Palmer.

Imposible no recordar a los impresionistas franceses como Claude Achille Debussy y un poco después al ya mencionado Maurice Ravel. Específicamente Debussy hace música a partir de los lineamientos de los impresionistas de la pintura de Francia, como Manet, Monet, Paul Gauguin, Henri de Toulouse Lautrec, Vincent van Gogh, aunque holandés, ubicado sin el menor problema en el contexto de la pintura impresionista francesa.

La música compuesta por los impresionistas franceses, como el Martirio de  San Sebastián de Debussy, por cierto eso de impresionismo es un término más fácil de entender desde la perspectiva del arte plástico, parece como arrancado de un lienzo de aquellos artistas del París bohemio que nos retrata Puccini en su ópera La Boheme, discurso artístico que también podemos intuir en la poesía de los simbolistas franceses de finales del siglo XIX como Rimbaud, Charles Baudelaire o Verlaine, mejor conocidos como los poetas malditos.

En México resulta casi imposible no relacionar la escuela muralista de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera con el pensamiento musical de grandes compositores como Silvestre Revueltas, por ejemplo, y no sólo por las formas, lo cual resulta evidente aun para el neófito, sino también en el contenido, las posturas izquierdistas fluyen libremente de los murales de Rivera a las partituras de Revueltas.

Otro caso, y siguiendo en el ámbito nacional, es el disco The Painters que grabó el grupo de jazz mexicano Sacbé integrado por los tres hermanos Toussaint: Enrique y Fernando que ya han pasado al lugar en donde permaneceremos para siempre jóvenes, en el piano y la batería respectivamente y Enrique en el bajo, con el saxofonista Alejandro Campos, aunque este fue sustituido más tarde por Paul McCandless que es justamente quien interviene en la grabación de Los Pintores, una producción musical en donde cada uno de los nueve temas que lo integran está dedicado a un pintor de tiempos y geografías diversas.

Quiero concluir este banquete citando al maestro Eduardo Diazmuñoz que hace ya algunos años dirigió como huésped la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes. Después del concierto tuvo la gentileza de concederme una entrevista que terminó por convertirse en una amena charla, durante la conversación el maestro me dijo: “El Bolero de Ravel es amarillo”, no recuerdo, pero seguramente nuestra conversación se orientó, de manera casi natural, a ese maridaje entre la música y la pintura, y sí, seguramente el maestro tiene razón, el bolero es amarillo.

 

rodolfo_popoca@hotmail.com

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