Uno de los lugares comunes más comunes con los que me he topado asegura que la experiencia del arte es superior a la comprensión del arte. Alguna variable radical de tal afirmación llega incluso a tachar de indeseable el análisis, como si el placer sensorial corriera el riesgo de ser destruido al desmontar, desarmar y conocer los mecanismos que lo hacen posible. Uno debería saber…, perdón, sentir que Da Vinci es un genio y no perder el tiempo midiendo las proporciones entre los elementos de sus cuadros. Uno debería encontrar placer al escuchar una sonata y no andar investigando las relaciones matemáticas entre las notas. Me preocupan tales ideas. Me preocupa que haya quienes, una vez alcanzado el gozo estético, sean incapaces de sumar a ello el deleite de la comprensión.
Y si bien esto me preocupa, tampoco es que me preocupe tanto. Saber de arte -en la versión: afirmar que algo es una obra de arte y no tener que explicar por qué- es el boxeo de sombra de la comunidad intelectual. Provoca discusiones subidas de tono, enconados insultos, rencillas e inocuidad absoluta. De cualquier manera, me gustaría contribuir a estos debates, que a nadie lastiman, con mi necia defensa de la comprensión.
Por qué Sor Juana es mejor que Arjona. Mejor, por qué “¿En qué te ofendo, cuando sólo intento / poner bellezas en mi entendimiento / y no mi entendimiento en las bellezas?” es mejor que “Señora, no le quite años a su vida / póngale vida a los años, que es mejor”. Sé que un poema –o canción– debe leerse completo para emitir un juicio acerca de él, sé que sacar de contexto es peligroso; pero hagamos caso del consejo “al peligro no te arrojes, pero si te arrojas, ni te arrugues ni te aflojes”. Así que sin arrugas ni flojera, leamos.
Ambos fragmentos utilizan el mismo elemento retórico, el retruécano. Y el retruécano es una subespecie de quiasmo. Y el quiasmo… Pensemos en una estructura sintáctica sencilla, digamos adjetivo-sustantivo (por ejemplo: claro cielo), ahora acomodemos junto a ella otra que invierta los elementos, es decir, sustantivo-adjetivo (por ejemplo: agua clara). Tendremos entonces: “claro cielo, agua clara”. Bien, eso es el quiasmo (que en ambos casos el adjetivo sea “claro-clara” no es quiásmico necesariamente). El retruécano hace lo mismo pero con jiribilla, pues además de invertir el orden, modifica las funciones (No es lo mismo “Los dolores de piernas” que “Las piernas de Dolores”).
Los dos hablan en segunda persona, ella al mundo, él a ella (otra ella, la señora). Hasta aquí Arjona y Sor Juana van parejos. Y siguen así un poco más. La décima musa utiliza el mismo verbo en sus dos estructuras (poner), aunque en la segunda lo omite (suma al retruécano una elisión). El poeta de Jocotenango lo enfrenta “quitar” (es decir, agrega una antítesis). En el conteo retórico se mantiene el empate.
Poner bellezas en el entendimiento esconde -para mostrarlo- el estudio; poner el entendimiento en las bellezas denuncia la vanidad y la superficialidad. Quitarle años a la vida es producto de la vanidad –y de cualquier conversación superficial–, ponerle vida a los años es –exacto, el empate se ha roto– ¿echarle ganas?, ¿caer para levantarse?, ¿arriba corazones? La frase es genérica, su contenido es un fantasma nebuloso, una metáfora erosionada.
Arjona resiste la prueba de los tropos, pero cae con esperpento al momento de crear. Arjona no dice, repite. No avanza palabra por palabra, sino frase por frase. Su sintaxis depende del refranero. Es transparente, el genio de lengua lo atraviesa. Sor Juana escribe poesía y funda lengua, crea pensamiento.
La puntilla se genera en la inseguridad. Las dos construcciones tienen un significado que acecha en la forma. Sor Juana afirma lo primero (intento poner…) y niega lo segundo (y no [intento] poner…). Arjona niega lo primero (no le quite…) y afirma lo segundo (póngale…). La presencia del par negación-afirmación (o su inverso) son suficientes para entender que la voz poética (o cantautórica) prefiere lo afirmado a lo negado, es decir, lo considera “mejor”. Pero Arjona duda, y remata de fea manera con una innecesaria explicación: “que es mejor”.
Sor Juana y Arjona casi riman. Y en este caso “casi” es la distancia entre lírica y nada más canción.
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