Conforme se desarrolla la ciencia para tratar de comprender nuestras realidades, se reconocen problemáticas cada vez más complejas que exigen soluciones más especializadas. Es así que, en muchas ocasiones, surgen nuevos términos y mecanismos de atención que llegan a abrumar, por lo que se prefieren buscar viejos comunes denominadores que ocultan necesidades apremiantes y evitan la prevención de escenarios más difíciles, por ejemplo: prevenir y atender el chemsex, el sexo químico.
Las drogas, legales o ilegales, han confluido con las prácticas sexuales desde hace cientos de años, sólo basta recurrir a la imagen de fumarse un cigarro al término del sexo como si se tratara de un relajante después de la catarsis física; y qué decir del alcohol, lubricante social y símbolo de la algarabía, que en nuestra sociedad mexicana se encuentra desde los bautizos hasta en los velorios, y por supuesto para desinhibir y facilitar los encuentros previos a las alcobas.
Sin embargo, la manipulación de sustancias para alterar la mente también se ha diversificado y con ello se han presentado prácticas sexuales que poco a poco se han popularizado y otras en proceso de consolidarse como frecuentes, en particular en la población joven, por lo que este tema no puede ser menospreciado, sobre todo en un país donde la producción y tráfico de estupefacientes ha hecho mella, aunque en realidad el consumo de drogas es mayor en países como Estados Unidos, Argentina y varios de la Unión Europea. Por ello, se necesita una capacitación anticipada que permita discernir y atender sin estigmas, sin satanizar, con apego al pensamiento científico y con empatía a este tipo de escenarios cercanos.
El 4:20 es un simbolismo que refiere al consumo de marihuana de manera identitaria, y ha trascendido más allá de un grupo cultural que indaga y defiende el mismo, por lo que su presencia durante prácticas sexuales también se ha posicionado en busca del placer corporal, pero sin la consciencia plena de sus atributos y efectos, que es lo preocupante. Lo mismo sucede con los poppers, una sustancia que se inhala con la intención de aumentar el placer sexual y que se ha popularizado aún más en comparación con la década de los 70 del siglo pasado, lo cual plantea la necesidad de reconocer lo que sucede en el entorno para así informar de manera abierta y adecuada sobre las complicaciones del abuso de diferentes sustancias, en especial cuando se involucran en ámbitos como la sexualidad que, por tabúes, dificultan aún más las acciones de prevención, atención y acompañamiento.
Por ejemplo, el uso del cristal para sostener relaciones sexuales está poco a poco ganando terreno en nuestro entorno, lo cual debe considerarse una alerta ante panoramas como los de España e Inglaterra, donde se ha reconocido al chemsex o sexo químico como un problema de salud pública.
Aunque el término se llegó a usar para referirse al uso de cualquier droga de laboratorio durante prácticas sexuales, se ha identificado una mayor incidencia por combinar sustancias como el cristal y éxtasis con poppers, viagra o marihuana, registrándose sesiones sexuales durante horas e incluso días, traspasando una de las problemáticas más recurrentes y ocultas de la industria pornográfica a la vida cotidiana. El riesgo es alto pues los efectos de las drogas contrastan, por lo que el agotamiento físico y mental es drástico, se aumentan las posibilidades de generarse una sobredosis, de que una pareja sexual sea víctima de violencia, así como adquirir infecciones de transmisión sexual por la minimización del sentido de riesgo a causa de los cocteles de drogas, sin dejar de lado que se pueden llegar a consolidar tipos particulares de adicción que requiere de una atención aún más especializada.
Aunque en México no se ha identificado una alta incidencia de la combinación de drogas durante una sesión de consumo, la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (Encodat) de 2016 señala que la edad de inicio del consumo de drogas es en promedio a los 17 años, quedando en el rango donde más de una cuarta parte de los adolescentes de entre 12 y 19 años de edad inician su vida sexual, grupo donde más del 30% de las mujeres sostuvieron su primera relación sexual sin protección.
Además de las problemáticas de salud que presenta el chemsex, el costo psicosocial y emocional de las personas afectadas es aún mayor debido al estigma causado por la comercialización ensangrentada de las drogas, lo cual evita que se busque atención profesional, que se brinde con apego a los Derechos Humanos y de manera empática. Debido a esto, es necesario compartir experiencias para reconocer nuestro entorno y acercar la ciencia a la población para que de manera consciente pueda tomar sus mejores decisiones, precauciones y defender sus derechos, así como el desarrollo de servicios públicos de salud integral, especializados y sectorizados, que algunos grupos consideran un gasto excesivo por el personal, equipamiento y material que requieren pero que, lamentablemente, se reconocen como indispensables hasta que el escenario es demasiado trágico, cuando las cifras pasan “de la mitad del pastel”. Seguro se actúa mejor con los ojos abiertos.
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