Hasta hace poco tiempo mi madre pasaba sus días dentro del hogar, como aún varias de las mujeres en México, realizando el trabajo doméstico y de cuidado de la familia en el hogar, por lo que su perspectiva del mundo estaba muy ceñida a la visión de sus padres, de la iglesia y de un Aguascalientes de provincia distante de la ahora prematura ciudad moderna. Es así que, después de haber decidido trabajar fuera de casa y disponer más de su tiempo libre, se ha puesto frente a diferentes realidades, o mejor descrito, dichas realidades le han hecho frente, permitiéndole convivir con la diferencia y reconociendo, a la vez, similitudes que han transformado sus percepciones sobre los otros, los antes distantes, hacia la empatía.
Los domingos trabaja en un lugar de gorditas y de manera frecuente recibía a una pareja que al parecer llegó a radicar a Aguascalientes hasta hace poco tiempo. Mi madre, también educada con ciertas reglas de urbanidad, apenas prestaba atención a los detalles de los clientes; finalmente sólo buscaba atenderles. Sin embargo, un día fue la excepción y causó la extrañeza de mi mamá, a lo cual la encargada del lugar le hizo un señalamiento que orientaría su visión, como cuando pensamos en coches rojos y entonces vemos infinidad de autos de ese color. La mujer le insinuó que la joven se veía muy masculina, algo así, por supuesto, con sus propias palabras.
La siguiente semana mi madre recibió nuevamente a la pareja, les sirvió su pedido en la mesa y, sin evitarlo, prestó atención a los detalles. Con un rostro de sorpresa, pero afable, incluso embelesada, me comentaba lo guapa y menudita que era la chica, lo bien vestida y lo elegante de sus movimientos, diciéndome que tal vez se había hecho de todo, porque si tú la veías, pues veías una mujer, por lo que no entendía la intención de la encargada del local por estar aclarando los posibles detalles que mi madre no observaba.
Dicho esto, y anteponiendo un pero bueno, quitándole importancia a lo primero, me dijo que se le hacía curioso que no empezaban a comer… parecía que estaban platicando. Después se tomaron de la mano y, me imagino, con mucha ternura, pues los ojos de mi madre se convirtieron en acuosos al expresarme lo que había pasado, y compartió una idea que pocas veces, incluso con toda la teoría disponible, es fácil de explicar: Lo que a veces uno llega a pensar mal porque ve a las personas distintas, en vez de ver lo bonito; insistiendo en que, seguramente me desarmaría, si hubiese visto la forma en que se miraban, como se sonreían, lo felices que se veían.
Y esto dio paso a la reflexión sobre las oportunidades de la modernidad, aún con sus claroscuros, que ha permitido compartir más espacios con diferentes formas de pensamiento y vida, que como todo encuentro o choque sociocultural, genera extrañeza e incluso aversión, pero que, al pugnar por la cordialidad, permite reconocer finalmente al otro como un par, quien también desea vivir con tranquilidad, con fe en la posibilidad de realizar proyectos, como el amor que, aunque también ha sido pretexto, cómplice, causa y efecto de muchos malestares y crímenes al ser forzado a ciertos patrones y prejuicios que llevamos de lastre, continúa siendo la idea abstracta, poco inteligible y abrumadora que funge como uno de los mayores motores de actuación para las personas, aunque lamentablemente, y vale la pena hacer breviario, olvidado muchas veces para sí mismo y entregado a los demás.
Sin duda la globalidad ha llegado a nuestros espacios más cercanos, presentando nuevos retos de comprensión sobre el entorno, incluso el más lejano, sorprendiéndonos las posturas y visiones del mundo, unas más nobles, otras cargadas de odio, otras tantas miopes por ignorancia circunstancial, otras por incapacidad de adaptación y renovación, pero finalmente diversas. ¿Será posible darnos el tiempo para observar y reconocerles en sus justas dimensiones?
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