Londres, Inglaterra. 26 de marzo de 2018. Aunque su silueta simula la de un espantapájaros y su personalidad es insípida, la primera ministra Theresa May adopta un tono sombrío cuando comenta la exclusión de un centenar de diplomáticos rusos por parte de varios países como respuesta al envenenamiento del ex espía ruso Serguéi Skripal: “Es la mayor expulsión colectiva de oficiales de inteligencia rusos en la historia”.
Al día siguiente, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zajárova, formula la réplica rusa: “Una respuesta adecuada será dada a todos los pasos de los Estados Unidos y de la Unión Europea. Esto se refiere a la expulsión de diplomáticos rusos y el cierre del Consulado General (en Seattle)”.
Las escenas arriba mencionadas sirven como introducción al presente artículo, el cual tiene por objetivo relatar la rivalidad anglo-rusa y explicar qué se esconde tras la lucha diplomática y de espionaje desatada entre la Federación Rusa y el Reino Unido.
Durante el siglo XIX, la Rusia zarista y el Imperio británico se enfrascaron en una disputa diplomática por la supremacía en Asia Central. Esta confrontación fue conocida como “el Gran Juego” y fue inmortalizada por la pluma del literato británico Rudyard Kipling en su obra magistral, Kim.
La competencia anglo-rusa devino en anglo-soviética tras el triunfo de la Revolución de octubre de 1917. El Estado soviético adoptó los métodos de la policía secreta zarista, la Ojrana, y los perfeccionó gracias al genio perverso del fundador de la Checa, Feliks Dzerzhinski, quien tenía como lema “suprimir y liquidar” a los elementos contrarrevolucionarios y desviacionistas.
El primer éxito de los británicos en contra del espionaje soviético ocurrió en 1927, cuando el MI-5 -el organismo británico encargado de impedir el sabotaje, la subversión y la sustracción de secretos- descubrió una red de espías, quienes se escudaban bajo la Sociedad Cooperativa Limitada de Rusia. Como resultado de la operación, se anidó, en los servicios de espionaje y contraespionaje británicos, la creencia de que “el Estado soviético, recién establecido, era el enemigo principal, y que resultaba imprescindible desplegar todos los recursos posibles en la lucha contra él”1.
La respuesta soviética no tardaría en llegar y sería devastadora para los intereses británicos: en la Universidad de Cambridge, en los años 1930, un grupo de jóvenes talentosos y, en su mayoría, de origen aristocrático fueron seducidos por la propaganda soviética sobre el “paraíso socialista” y la “Patria de los obreros y los soldados”: John Cairncross, Guy Burgess, Donald MacLean, Anthony Blunt y Harold Kim Philby, conocidos como los “Apóstoles de Cambridge”, comenzaron a espiar a favor de Moscú.
Mientras el mundo era devorado por la vorágine de la guerra, los “Apóstoles de Cambridge”, incrustados en el seno del establishment, enviaron información a Moscú. Uno de los reportes proporcionados atrajo la atención de Yosef Stalin, pues mencionaba que los británicos habían establecido “un comité para analizar la posibilidad de desarrollar”2 un arma secreta.
A partir de 1943, la embajada soviética en la ciudad de México, fue utilizada para enviar agentes que espiarían los círculos académicos estadounidenses relacionados con el propósito de desarrollar una bomba atómica. Asimismo, Stalin buscaba liberar a Ramón Mercader, el hombre que en 1940 asesinó al revolucionario Leonid Trotsky clavándole un piolet en el cráneo.
En 1945, la derrota de la Alemania nazi parecía presagiar el surgimiento de un mundo nuevo. Sin embargo, el orbe se dividió en dos bandos: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Esta fue la época dorada de los “Apóstoles de Cambridge”, la cual alcanzó su cenit durante la Guerra de Corea (1950-1953).
En Londres, MacLean fue nombrado jefe de la Oficina estadounidense del Foreign Office. Como jefe de departamento, su nombre iba a la cabeza de todas las listas de distribución de material clasificado enviado desde Washington a Londres. Junto con Philby y Burgess, el primer y segundo secretario respectivamente en la embajada británica en Washington, transmitía los planes de las fuerzas de las Naciones Unidas en Corea, cuyo jefe, Douglas MacArthur, se quejó de que sus “movimientos estratégicos estaban siendo revelados a los comunistas por alguna fuente en Washington”.
En los años 50 y 60 los “Apóstoles de Cambridge” fueron desenmascarados y defeccionaron a su patria ideológica, la Unión Soviética. Este no fue, sin embargo, el único golpe propinado por los británicos al sucesor de la Cheka: el Comité de Seguridad del Estado, la KGB: en septiembre de 1971, el Gobierno británico expulsó a 105 diplomáticos soviéticos, quienes en realidad espiaban en el Reino Unido. De golpe y porrazo, Londres terminó con “la era dorada de las operaciones de la KGB”3.
La desaparición de la Unión Soviética y su mutación en la Federación Rusa no disminuyeron la lucha que, en las sombras, protagonizaban los servicios secretos del Reino Unido y Rusia, nación que, a partir del año 2000, sería dirigida por un político joven: Vladimir Putin, quien fue entrenado por la KGB de acuerdo a un “conjunto de reglas para las cuales el dominio y el control, la perseverancia, la flexibilidad y el oportunismo era clave para la conducta política efectiva”4.
Putin encarnaba a los siloviki, un grupo ultra-nacionalista de exoficiales de las fuerzas armadas o de los servicios de inteligencia, cuya creencia es que Rusia está destinada a ser un estado fuerte y una gran potencia.
En los primeros años de su mandato, Putin no emprendió acciones contra Occidente, pues necesitaba restaurar las finanzas y fortalecer el aparato militar. Sin embargo, dos asuntos cambiarían el parecer del jefe del Kremlin: la invasión anglo-estadounidense de Irak, en 2003; y las llamadas “Revoluciones de Color” en Georgia, Kirguistán, y Ucrania.
Las guerras en Georgia, Ucrania y Siria han hecho ver que los intereses de Rusia y los Estados Unidos son cada vez más encontrados. Por ello, la ofensiva diplomática por el caso Skripal demuestra que los anglo-americanos desean: “boicotear la Copa Mundial de Futbol 2018, socavar el proyecto Nord Stream 2, y ejercer presión sobre la coalición militar ruso-siria” 5 por su victoria en Guta Oriental. Así como prevenir la cooperación entre la Unión Europea y Rusia.
Finalmente, Rusia no está sola tiene el apoyo de China, la segunda potencia del orbe, y Vladimir Putin “es un bolchevique. Sabe que puede conquistar vastos territorios sin grandes ejércitos”6.
Aide-Mémoire. La secretaria de Seguridad Interna de los Estados Unidos, Kirstjen M. Nielsen, viene a México y habla de que la relación bilateral no debe ser “subestimada”. Luego su jefe, Donald Trump, dice que construirá el muro. ¿A quién creerle?
1.- Wright, Peter. Cazador de espías. Javier Vergara Editor, México, 1988, p. 46
2.- Cedillo, Juan Alberto. Eitingon: las operaciones secretas de Stalin en México. Debate, México, 2014, p. 87
- – Bennett, Gill. Six moments of crisis: Inside British foreign policy. Oxford University Press, Oxford, 2013, p. 145
- – Schecter, Jerrold. Russian Negotiating Behavior. Continuity and Transition. United States Institute of Peace Press, Washington, D.C., 1998, p. 9
- – WW3 is now closer than at any time since the Cuban Missile Crisis –Analyst https://goo.gl/ChirgC
6.- – Kaplan, Robert D. In Europe´s Shadow: Two Cold Wars and a Thirty-Year Journey Through Romania and Beyond. Random House, New York, 2016, p. 154