Sobre la base de archivos judiciales, interrogatorios o artículos
periodísticos, el escritor se erige en clínico del mal y cronista de lo atroz
– Ivan Jablonka
1.
El episodio es conocido. La mañana del viernes 9 de diciembre de 2005, a los seguidores de noticias por la televisión se les ofrece un espectáculo insólito: el arresto en vivo de dos secuestradores -Israel Vallarta y Florence Cassez, integrantes de una banda delictiva llamada Zodiaco- y la liberación de tres de sus víctimas.
Sin embargo, todo lo que se presenció esa mañana pendía de una palabra clave: supuesto, misma que en su segunda acepción por parte de la Real Academia Española se define como “Considerar como cierto o real algo que no lo es o no tiene por qué serlo.”
Y, en efecto, lo que trasmitieron los noticieros daba por cierto lo que no era, establecía como verdadero lo que era una rotunda mentira: así, ni la operación era un arresto en vivo, sino un montaje para mayor gloria de las televisoras que lo presentaron como una primicia, ni los dos supuestos delincuentes habían participado en este u otros secuestros, ni existía la banda Zodiaco y, finalmente, ni en ese momento se dio la real liberación de las tres víctimas ya que ésta tuvo lugar antes del evento transmitido y de hecho, hasta ahora, el momento y forma en que se dio la auténtica liberación siguen sin ser del conocimiento público, como también es desconocido el paradero e identidad de quienes fueron los secuestradores reales.
El desenlace es también conocido. Florence Cassez fue liberada en enero de 2013, mientras que Israel Vallarta permanece en prisión sin ser aún juzgado ni sentenciado y sin asomo de que pueda ser sujeto de un proceso apegado a derecho y la verdad. Sigue también sin tenerse certeza sobre las razones y sinrazones que motivaron esta suerte de auto-parodia de la administración de justicia en México.
Lo único indudable es que, como bien apuntó Luis de la Barreda, “En nuestro país, en el presente siglo ningún otro juicio ha provocado tanta atención y desatado tantas pasiones como este [caso Cassez y Vallarta]”.
A ello podemos añadir que, en esa misma medida, es decir en la medida en que los pormenores del caso fueron ubicándose en el centro de la conversación nacional el affaire Cassaz y Vallarta exhibió, como en pocas ocasiones, tanto lo que de la Barreda llama las “miserias del sistema penal mexicano”, como las pulsaciones más autoritarias e irracionales de una sociedad dispuesta a participar gozosa e irresponsablemente en una suerte de purga moral y cívica contra los supuestos culpables.
2.
Con este material, Jorge Volpi ha escrito Una novela criminal (Alfaguara, 2018). Se trata de una novela de fronteras o, mejor dicho, de disolución y negación de fronteras. Lo primero porque, ante la naturaleza de la historia, Volpi opta por disolver las fronteras trazadas convencionalmente entre la novela con ficción y la novela sin ficción y escribe una novela que, alejándose del territorio de la invención literaria, se adentra y atiende en todo momento al mundo real, a una realidad que, sin embargo, se resiste una y otra vez a develar del todo su sustancia.
Lo segundo porque, y también por el propio tema, Una novela criminal se ocupa en buena medida de relatar el modo en que las autoridades mexicanas, en su intento de establecer una suerte de “verdad histórica” en torno a un caso delictivo ficticio, negaron una y otra vez los límites entre, por un lado la mentira y la mera invención de hechos y por el otro la verdad y las evidencias que, pese a todo, ofrece el áspero tejido de la realidad.
La apuesta de Volpi es, entonces, clara: ante la ficción que tramaron las autoridades (no sin la complicidad de algunos medios nacionales de comunicación), había que anteponer una narración apegada a los hechos reales o, al menos, a los hechos que podrían ser documentados, de los que era posible ofrecer un mínimo de garantía de que pertenecen al universo de lo fáctico.
Una novela criminal, al narrar los mil y un vericuetos mediáticos, jurídicos, políticos y diplomáticos que adquirió en más de siete años, el caso Cassez y Vallarta, va mostrando de manera punzante la arraigada disfuncionalidad de la administración de justicia en el México contemporáneo, por llamar de algún modo a esa mezcla de incompetencia, corrupción y cinismo.
Lo hace, además, sin dramatismo, sin juzgar la conducta de los personajes y sin prejuzgar sobre la inocencia o culpabilidad de nadie. Su cometido es otro: permitir que los hechos, tal como están consignados en las actas judiciales y en los testimonios de los protagonistas, hablen por sí mismos.
En este sentido, cabe añadir que uno de los méritos mayores de Volpi es haber dado el peso que merece en toda esta historia a Israel Vallarta y su familia. La celebridad que adquirió en el desarrollo de la historia Florence Cassez, sobre todo a partir de la intervención del presidente francés Nicolas Sarkosy y el consiguiente impacto diplomático que adquirió el caso, opacó en mucho la presencia de Israel Vallarta. Una novela criminal de algún modo rectifica esto y nos permite escuchar, hasta donde ello es posible dado, al decir de Volpi, su carácter inaprehensible, la versión de Vallarta de los hechos y la defensa de su causa y de los suyos, su familia.
Para completar su trabajo, Volpi fatigó las 20 mil páginas de los expedientes judiciales del caso, entrevistó o se reunió con muchos de los principales protagonistas y aún a los que tienen un papel secundario en la trama, revisó los artículos, entrevistas, reportajes, libros y películas que se han realizado desde 2005 a la fecha sobre el tema y con esa basta materia prima, se dio a la tarea de dar legibilidad a lo ilegible, de proponer un orden narrativo al caos y, en fin, emprender lo que Jablonka llama la crónica de lo atroz.
El resultado es inquietante no tanto por lo que revela del caso de Florence Cassez e Israel Vallarta -de hecho Volpi no tiene intención de añadir datos o hechos que se desconocieran hasta ahora- sino por el amplio espejo que pone ante nuestros ojos y que nos obliga a ver de frente y sin complacencias como, como país, nos las hemos arreglado para que las instituciones de procuración e impartición de justicia del país operen sin mayores sobresaltos para hacer justo lo contrario para lo que fueron creadas o, dicho de otro modo, para que funcionen bajo los muy burdos pero poderosos imperativos que dicta la abrumadora prevalencia de una lógica de poder que está más anclada en la protección de privilegios, la arbitrariedad y la impunidad que en el apego a la ley, la justicia y la verdad.
Así, Una novela criminal nos dice que nada patentiza mejor la ausencia del Estado de Derecho y nuestra consiguiente fragilidad como ciudadanos que el grosero y en ocasiones grotesco espectáculo de ver a las autoridades mexicanas tratando de encubrir y justificar sus fracasos y fallas, tratando de ocultar sus usos y costumbres, entre los que se encuentra la tortura, la fabricación de culpables, la falsificación y siembra de prueba o evidencias falsas, las detenciones arbitrarias, la inhibición o persuasión de testigos, entre otras prácticas.
Una novela criminal también exhibe, aunque de manera menos insistente y aguda, como el caso Florence Cassez e Israel Vallarta encuentra a una sociedad enteramente dispuesta a hacer suya la trama oficial y a participar en el linchamiento moral y mediático sin que, al parecer, le preocupara demasiado el renunciar al más elemental sentido común, el ignorar los hechos y el empalagarse en la ficción y las mentiras que le fueron obsequiando las autoridades, desde el presidente Calderón hasta el más modesto general o comandante de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), pasando por el director de la AFI y después titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) Genaro García Luna y Luis Cárdenas, director general de Investigación policiaca en la AFI y director general de Seguridad Privada en la SSP).
Por cierto, este uno de uno de los aspectos más interesantes y menos explorados asociados al caso Cassez y Vallarta: el de una sociedad que habituada a manifestar una muy alto grado de desconfianza en relación a la eficacia y honestidad las instituciones penales del país, dio credibilidad de inmediato a una historia que desde un principio fue mostrando sus muchas inconsistencias y contradicciones y que, en fin, mostraba con fiera claridad que algo estaba podrido no en Dinamarca sino en México.
3.
Como toda novela sin ficción, Una novela criminal, además de abstenerse de la invención literaria propiamente dicha, debe documentar, hasta donde le sea posible, cada uno de los hechos y episodios que narra, cada uno de los diálogos que pone en boca de sus protagonistas.
Ello, sin embargo, no le impide ir más allá de la mera recreación. Los ejemplos de Truman Capote con Sangre fría (1966), Norman Mailer con La canción del verdugo (1979), Emmanuel Carrère con El adversario (2006) o Ivan Jablonka con Laetitia o el fin de los hombres (2017), por sólo mencionar un puñado de novelas de no ficción ligadas a eventos delictivos o a criminales confesos, muestran que parte del interés y magnificencia que ha adquirido este tipo de novelas radica en que, al igual que las mejores novelas con ficción, pueden conmovernos a fondo nuestro sentido de empatía, interpelar nuestras concepciones morales, además de que poner en cuestión o ampliar nuestro sentido de la realidad.
Si alguno habría que echar de menos en Una novela criminal es que, en mi opinión, no da ese paso, no se atreve a incursionar lo suficiente como para, por un lado hacer de sus protagonistas centrales verdaderos personajes de una gran novela, es decir personajes portadores de una gran complejidad psicológica, moral y social que la narración misma nos ayudaría a apreciar y comprender y, por el otro lado tomar la crónica de un caso judicial extremadamente rico en implicaciones de las más variada naturaleza en una oportunidad para hacer una exploración a fondo de la sociedad y el tiempo en que tuvo lugar.
Pero, este un reparo menor que no le resta mérito ni ningún ápice de interés a una novela que, de algún modo, era necesario que se escribieses ya que nos permite conocer en detalle un episodio del que, como mexicanos, dice de la Barreda, habrá que avergonzarse algún día.
4.
En sus Reflections on the Revolution in France (1790), Edmund Burke escribió: “In order that we should love our country, our country ought to be lovely.” Una novela criminal nos muestra una de las razones del porque muchas veces es realmente tan difícil amar a este México nuestro……a menos, claro, de que padezcamos una suerte de irremediable masoquismo cívico.
El epígrafe proviene del estudio de Ivan Jablonka “La historia es una literatura contemporánea. Manifiesto por las ciencias sociales” (traducción Horacio Pons), FCE, 2016, Argentina, p.231. Las citas de Luis de la Barreda provienen de su libro ¿Culpable? Florence Cassez, el juicio del siglo. Grijalbo, México, 2013, p.12, 148 y 149. La novela de Volpi recibió este año el XXI Premio Alfaguara.