Un posible transfeminicidio más en Aguascalientes, un crimen de odio más, y le apunto como posibilidad pues, asumiendo la búsqueda por esclarecer lo acontecido, no quisiera descartar algún otro escenario donde asesinar a Alexa no hubiese sido un terrible acto tan fácil de ejecutar por asumir una identidad femenina, por llevar una transición; pero no dejo de señalar las palabras trans, ni feminicidio pues, es así como debe iniciar la investigación formal del caso: como un crimen de odio, como un feminicidio, como un transfeminicidio. La repetición de las palabras no es un error, sino que quiero señalar la relevancia de las mismas. Como explica Michel Foucault de manera más compleja y bellamente punzante, cuando las cosas se nombran existen, con todo y una carga simbólica, referencial. Transfeminicidio y crimen de odio son palabras que deben ser repetidos.
La vida de toda persona vale por igual. Las etiquetas y la categorización para demarcar, cada vez a mayor detalle, segmentos de subgrupos de grupos sólo son impertinentes cuando se recurre a ellas para estigmatizar, discriminar, revictimizar y violentar. Sin embargo, son indispensables para nombrar sucesos, imaginarios y sectores cuando de ello depende el reconocer problemáticas, procurar la seguridad, así como el desarrollo equitativo que compense desigualdades.
Si se habla de feminicidio, transfeminicidio y crimen de odio es porque el acto del asesinato, de por sí execrable, cuenta con todo un trasfondo que, de manera social, cultural e histórica, ha permitido la impunidad de ese tipo de actos, favoreciendo a su continua realización y el aumento del sadismo que presentan. No se trata de asesinatos a manera de puente para otro objetivo más allá del de exterminar la vida de la víctima, como en casos de hurto o para afianzar un trato delincuencial, sino de una amplia serie de ultrajes que se impregnan en el cuerpo como si se tratase de una inmolación para emitir el mensaje de que el agresor le concebía con un menor nivel de dignidad, a tal grado que se consuman en sí mismos, al arrebatarle la vida a otro ser humano por el hecho de ser y confluir de cierta forma, al considerar que debe ser expiado.
El crimen contra Alexa debe ser, al menos, investigado en primer lugar como crimen de odio, y en un escenario con mayor jurisprudencia, como transfeminicidio, no sólo por seguimiento de oficio a diversos protocolos establecidos a nivel internacional, sino en respuesta a las bases de dichos procesos que se han desarrollado para reconocer las características particulares de los problemas continuos -sistemáticos- que atañen a la sociedad, con el objetivo de evitar que sea negada la vulnerabilidad de diferentes grupos que les hace ser objeto fácil de violencia, con la esperanza de emitir una alerta y combatir su cada vez mayor incidencia.
En una cultura machista es reprochable lo femenino, aún más cuando se abraza el trasfondo que encarna sus símbolos al rechazar la hegemonía de cierta masculinidad. Es en ese escenario donde lo trans adquiere una particularidad en el campo de lo femenino, y esto sin considerar una serie de posibilidades, como el odio que, además de preceder al encuentro del victimario con la víctima, puede haberse fermentado a costa de una fantasía en ciernes. Si no recurrimos a la reflexión sobre las categorías, si no nos permitimos nombrar las particularidades que aquejan de manera generalizada a diversos sectores, si no nos atrevemos a entrar a la complejidad de la misma sociedad y sus relaciones, incluso aquellas más incisivas, no lograremos resolver los grandes problemas de nuestro tiempo. Feminicidio, transfeminicidio y crimen de odio son palabras que deben ser repetidas hasta que su existencia sea fehaciente para reducir las brechas entre nuestras ya distantes realidades.
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