
Me contó que, como la mayoría de las personas, buscaba formar una familia y, aunque se reconocía como un hombre bisexual, debía mantenerse en el closet para continuar con las posibilidades de, tal vez, conocer a una mujer con la cual establecerse, aunque esto no significara negarse encuentros con otros hombres. ¡Qué difícil! Tan cerca de la norma que se exige y tan lejos de la libertad plena de ser en compañía.
A lo largo de los años se ha logrado avanzar poco a poco en el reconocimiento de derechos y respeto a gays y lesbianas, muy a contramarea a favor de las personas transgénero y transexuales, pero poco se ha caminado hacia el entendimiento de la bisexualidad, pues incluso entre la comunidad LGBT+ se llega a considerar a las personas bisexuales como aquellas en proceso de definir su orientación sexual y en ocasiones hasta se les menciona como “mañosas”, porque hemos concebido el mundo en extremos opuestos de negro y blanco, negando la existencia de matices de gris.
Recuerdo que un amigo conoció a un chico durante una fiesta y, aunque no habían iniciado a salir, ya se preocupaba de que fuese bisexual, pues tenía la idea de que tal vez buscaría estar con una mujer además de salir con él y que tendría un mayor número de competencia, al no sólo compartir terreno con otros hombres homosexuales, sino también con otras mujeres. Más allá del hecho de que aún no comenzaban con esa etapa de cortejo, sus inquietudes exponían el complejo imaginario que tiene nuestra sociedad sobre las personas bisexuales: indeterminadas y fuera de nuestro entendimiento.
Si bien, muchas de las personas bisexuales se enfrentan a un menor rechazo frente a la sociedad al caminar por las calles, pues varias logran apropiarse y expresarse de acuerdo a las pautas de comportamiento que se exigen a los hombres y a las mujeres desde la visión de la heteronormatividad, sin duda el proceso de conformación de identidad propia se presenta con mayor complejidad, pues parece que tanto heterosexuales como homosexuales les exigen suprimir una de sus atracciones. Esto sin considerar, por ejemplo, mujeres bisexuales masculinas y hombres bisexuales femeninos, que pueden llegar a ser juzgadas cuando tratan de flirtear con personas de su sexo opuesto.
Por otra parte, cabe mencionar que los hombres bisexuales suelen ser quienes reciben una mayor crítica, aunque a las mujeres bisexuales no les va mejor, porque aunque se acepte con una mayor facilidad aparente, esto no obedece a la comprensión de una orientación sexual, a la diversidad sexual, sino que en ocasiones ese respeto falaz radica en una visión machista que goza del erotismo voyeurista del cortejo entre dos mujeres.
Durante el proceso de salir del closet, manifestarse como bisexual se presenta como una opción para ir tentando terreno, ya que se expresa que aún se mantiene parte del vínculo con la heterosexualidad, y ante una reacción negativa o de rechazo, se puede llegar a argumentar que tal vez todo se trate de un momento de experimentación u osadía. Sin embargo, la bisexualidad se sigue cuestionando con el paso del tiempo, se sigue con el miedo de perder las oportunidades de conocer a personas del sexo opuesto por el escarnio público que se fragua desde las fobias a la diversidad sexual.
Por ello, en países que llevan la delantera en educación sexual y en el reconocimiento de derechos sexuales y reproductivos, se ha posicionado durante los últimos años la necesidad de implementar programas sociales para concientizar a la población sobre la bisexualidad. Por ejemplo, la organización Stonewall en Reino Unido ha desarrollado manuales y protocolos para identificar, atender y contener el acoso escolar o bullying contra niñas, niños y adolescentes bisexuales en educación elemental; para hacer visible esta orientación sexual en apoyo de la salud emocional y psicológica de las personas; además de recursos pedagógicos sobre relaciones interpersonales (relationships education), en reconocimiento a las vicisitudes a las cuales se pueden enfrentar en la búsqueda de una pareja, de una familia, debido al persistente imaginario de la bisexualidad como algo indefinido, algo que supera incluso los estándares de la aún rechazada homosexualidad.
A pesar de que se ha logrado posicionar en lo público, en el sistema educativo y de la salud la relevancia de reconocer las problemáticas y necesidades de las personas homosexuales y, repito, en menor medida de las personas transgénero y transexuales; también es indispensable avanzar en la discusión sobre las dificultades a las que se enfrentan las personas bisexuales. Aunque esto pareciera una perorata de permanente inconformidad o interminable negatividad, lo cierto es que para lograr combatir diferentes problemáticas de las cuales adolece nuestra sociedad, como múltiples expresiones de violencia, discriminación y desigualdad, también es urgente reconocer la diversidad sexual, pues incluso en la disidencia existen hegemonías y centralización.
¡Qué sexys son los bisexuales!, digo de vez en cuando con un tanto de humor pues, en caso de reconocerse libremente como tales, digo que algunos conservan uno de los encantos de la heterosexualidad, como el romance del cortejo, pero ¡qué difícil!, tan cerca de la norma que se exige y tan lejos de dejar de ser cuestionados. Entre el calor y el frío, la tibieza parece vomitiva; olvidando que los climas templados son los más agradables.
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