Cerca de la revolución, el pueblo pide sangre.
Cerca de la revolución yo estoy cantando esta canción,
que alguna vez fue hambre; estoy cantando esta canción…
Cerca de la revolución – Charly García
Luego de la edición pasada de Memoria de espejos rotos, en la que tocaba el tema de la masacre en Tlatelolco hace 50 años, pude charlar por correo electrónico con uno de mis más entrañables maestros, quien me impartió (entre otras) la materia de Sistema Político Mexicano durante la licenciatura. A él le tocó parte del movimiento y me comenta que -a los años- ha visto cómo el tema ha caído en una retórica fácil y hueca, de carácter utilitario por los representantes de algunas fuerzas políticas.
Mi maestro, en ese intercambio epistolar, me obsequió algunos apuntes; por ejemplo, que el movimiento de participación civil comenzó una década antes, con los sindicatos de maestros, ferrocarrileros, electricistas, campesinos, que también fueron reprimidos con dureza por un régimen vertical. Que la movilización efectiva cundió a partir de la depauperización de la clase media, que dejó de ser beneficiaria del Milagro Mexicano. Y que el ánimo democratizador de la nueva sociedad civil post 68, fue cooptado por las élites empresariales para la manutención del sistema de acumulación capitalista. Concuerdo con sus apuntes.
Sin embargo, como sociedad, padecimos la represión sindical de la década de los cincuenta; la estudiantil de 1968 y 1971; la emergencia de la guerrilla rural y urbana (la Liga Comunista 23 de septiembre o el Partido de los Pobres, por poner ejemplos) durante los setentas y ochentas; las matanzas de Acteal y Aguas Blancas; los miles de muertos en la guerra contra el narco, desde 2006; la masacre de migrantes en San Fernando Tamaulipas en 2010; la desaparición de los normalistas de Guerrero en 2014; por no abundar en la alarmante alza de feminicidios, transfeminicidios, y demás asesinatos de odio contra personas por su condición sexogenérica. Es decir, llevamos más de seis décadas con brotes escandalosos de violencia y muerte, en los que el estado (por acción directa u omisión deliberada) ha sido partícipe.
¿Por qué nuestra sociedad, a pesar de tener el cúmulo de decesos por arma de fuego propios de un país en guerra civil, no se ha rebelado contra un sistema a todas luces anómico y disfuncional? Quizá la respuesta esté en la cultura; en el entramado cultural de la superestructura que legitima a un sistema estructural basado en la desigualdad, la inequidad, la depredación y el despojo como signos de normalidad. De ser así ¿Será posible cambiar la estructura desde la súper estructura? ¿podrían el cambio y la revolución cultural cifrar la muerte de una estructura capitalista heteropatriarcal?
Esa cultura, reflejo legitimador del sistema, está contaminada por la visión confesional y la intromisión de los estamentos religiosos en la vida pública. Hay un entramado en la madeja centenaria, conformada por la colonia – virreinato – dominio criollo – hacienda post feudal – estamentos de la iglesia – machismo y misoginia – imposición del capitalismo – sistema de inequidad – opresión y violencia. A pesar de que esto pudiese ser evidente, no siempre suele verse, ni asociarse de ese modo. En ese sentido, mucho del ímpetu social por la democratización, la universalización de los derechos humanos y las libertades civiles, ha atendido más a los síntomas que a las causas. El problema es que la causa es estructural, sistémica.
En este país se ha matado a obreros, estudiantes, indígenas, mujeres, homosexuales; de forma sistemática. Igualmente, se ha criminalizado a víctimas, se han dejado morir a ciudadanos abandonados por el estado y acogidos por las organizaciones criminales; se ha propiciado el crecimiento de esas organizaciones criminales, y han hecho tal metástasis que hay zonas del país en las que el estado ha sido suplido por el poder de facto de los cárteles. Paralelamente, las empresas privadas no asumen su responsabilidad social y erosionan la capacidad adquisitiva y de consumo en una población que se reproduce generación tras generación para perpetuar la existencia de un proletario depauperado, mientras que la clase media no atina entre ser aspiracional, acomodaticia, o suavemente indignada.
En la conversación electrónica que sostuve con mi maestro, él sugería la necesidad de una revolución cultural, cosa indispensable para paliar los padecimientos que nos propicia el sistema, pero ¿Cuánto más puede resistir una sociedad cuando el estado que debe ampararla comienza a mostrar graves fallas en su función y en su estructura?
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