Un guiño de simpatía / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
07/12/2024

A propósito de la celebración del 19 Congreso Internacional de Filosofía, Mundo-Pensamiento-Acción. Aguascalientes. México 12-16, Noviembre 2018. Sede UAA. Deseo brindar un caluroso adiós a sus congresistas, y más que un modesto presente personal en estas líneas, apenas un guiño de simpatía hacia sus trascendentes deliberaciones.

Un antecedente. “Al periodismo no le compete la eternidad. Son suyos los minutos milenarios. Ubicuo, su avidez por saber y contar no tiene medida, maravilla del tiempo”. Julio Scherer García. El oficio de periodista, 3 de abril de 2002, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León (México), al recibir el Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez.

Ocurrió después del sismo del 19-09-85 de gran impacto en la ciudad de México. Para entonces, esa ubicuidad que se le adjudicaba a Carlos Monsiváis era prodigiosa, se presentaba ante cuanta organización social se lo pedía. ¿Cuántas brigadas de rescatistas se formaron? ¿Cuántos comités de solidaridad? ¿Cuántas concentraciones de apoyo y canalización de ayuda? Sería imposible enumerarlas.

Pues bien, uno de esos Comités de Solidaridad se formó bajo el auspicio de ciudadanos mexicanos radicados en Quebec y otras ciudades de Canadá, formaron el Fondo de Ayuda Quebec y pidieron a la rectoría de la UNAM que nombrara, entre sus catedráticos a uno como responsable de distribuir el fondo; la designación cayó en la persona del Padre Miguel Concha Malo, O.P., a la sazón catedrático en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, quien aceptó con la condición que admitieran un colaborador, y me dio a mí el nombramiento, como administrador del Fondo. Monsiváis manejaba de plácemes el arte de hacerse el encontradizo con quien quería departir. Así lo hizo con el P. Miguel Concha, quien fue invitado a una cena donde se encontrarían ambos, sin embargo éste tuvo un compromiso ineludible que le impidió asistir, Monsi dejó en claro que su interlocución quedaba en pausa, pero quería conversar persona a persona con Miguel Concha. Su interés radicaba en la Teología de la Liberación, a 10 años de su inserción en México, la suerte de los centros de Derechos Humanos, tanto jesuíticos como dominicos y el estado de la cuestión con el involucramiento de la Iglesia en el movimiento revolucionario de El Salvador. Con esmerado comedimiento, lo disculpé y dejé en claro que su deseo de encuentro era plenamente compartido, sólo bastaba una fecha alternativa, para hacerlo.

Una reflexión de fe militante. “Y esta angustia, arrancándonos del conocimiento apariencial, nos lleva de golpe y porrazo al conocimiento sustancial de las cosas… La congoja del espíritu es la puerta de la verdad sustancial”, Miguel de Unamuno, (Vida de D. Quijote y Sancho, Madrid 1964. Ed. Espasa Calpe. P. 180).

Esta modalidad de reflexión cristiana de la fe, surgió con pujanza en el año de 1974 en las aulas teológicas metropolitanas de la Ciudad de México, gracias al Seminario Internacional ascasiano organizado por los dominicos en el CUC –centro universitario cultural-, junto a la UNAM, con motivo del V Centenario del natalicio de Fray Bartolomé de las Casas, 1474-1566. Su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (escrita en 1542 y retocada en 1546 y 1547), es su obra más representativa y connotada. En este encuentro hubo una gran confluencia tanto jesuítica como dominicana, apoyada decididamente por muchas otras denominaciones religiosas católicas insertas en América Latina e inclusive Norteamérica, que visionaron comunitariamente un proyecto liberador latinoamericano de largo aliento. Y, adivine usted, uno de sus expositores fue el Dr. Enrique Dussel, precursor sin duda de esta línea de pensamiento. Así fue como se consolidó la empresa apostólica y pastoral de Samuel Ruiz, con la que comulgaban innumerables teólogos, obispos, pastoralistas y aun activistas civiles. Nombre que reivindica el Papa Francisco en su visita a San Cristóbal.

En efecto, en San Cristóbal de Las Casas confluían todo tipo de actores sociales, entre los que destacaban agentes del Banco Mundial y aun del Fondo Monetario Internacional, para promocionar proyecto productivos con vocación económica de la región; también la ONU tenía presencia allí bajo la cobertura de diversos proyectos sobre todo en salud, nutrición y educación; de Norteamérica estaba muy activo y vigente el Instituto Lingüístico  que operaba precisamente en las inmediaciones de la Selva Lacandona. Este ebullente caldo social de cultivo eclosionó, sorpresivamente, con el estallido del movimiento armado del EZLN. A 33 años de distancia de mi primera visita a la última que realice el año nuevo de 2011, por el estado de Chiapas, me ha dejado tan sorprendido como incrédulo a lo que atestigüé. Un San Cristóbal de Las Casas convertido en un gran escaparate mundial. Calles adoquinadas en piedra, boutiques o des bistrós avant gard, cafés y bares de aire internacional también latinoamericano, restaurantes gourmet, joyas de ámbar y jade, plazas de corte arquitectónico modernista, viandantes vestidos con ropa de marca y transportados en autos de lujo. Tráfico ajetreado de autos por sus angostas vialidades. Una romería de visitantes disímbola, atípica y extemporánea.

¿Qué sucedió en esas tres décadas de profundas transformaciones? Pregunta que me remite a la configuración actual del Episcopado Mexicano y tiene una explicación convergente en dos grandes fenómenos de talla internacional: – el pontificado de Juan Pablo II y el intento de erradicación de la Teología de Liberación, que abarca principalmente las décadas de 1970 a 1990.

No olvidemos aquel: ¡México, siempre fiel! Yo asenté que el artífice de esta obra fue Mons. Girolamo Prigione, primer Nuncio Papal en México, con el concurso incondicional de un puñado de obispos: Mons. Ernesto Corripio Ahumada, Mons. Juan Jesús Posadas Ocampo, Mons. Norberto Rivera Carrera, Mons. Felipe Arizmendi Esquivel y Mons. Emilio Carlos Berlié Belaunzarán originario de Aguascalientes, entre los más connotados. En esos 25 años, aproximadamente, aquellos hombres de iglesia tanto pertenecientes a órdenes religiosas como al clero secular, que representaban una línea teológica y de pastoral audaz e inédita en América Latina, llamada Teología de la Liberación, fueron sistemáticamente depuestos de toda posición de autoridad o influencia pedagógica. Para la enseñanza teológica-, se excluyó por definición a los “teólogos de la Liberación”; otros sacerdotes muchas veces silenciados por mandato, transterrados de sus comunidades de inserción, amenazados con la connivencia de grupos de la sociedad y la autoridad civil –como fue el caso de Aguascalientes, en la persona del Padre Jorge Hope y José Guadalupe Díaz Morones, por mencionar a los más señalados – cuya vergonzosa exclusión social tuvo que ser silenciada a golpes de báculo y gritos de micrófono por el mismo Mons. Prigione en el sacro recinto de la catedral basílica de la Asunción, de Aguascalientes.


Mientras tanto, la de-construcción de los representantes de la Teología de Liberación sigue actuante: – Un prototipo de este tipo de pastor es monseñor Oscar Arnulfo Romero, obispo y mártir de El Salvador, quien desde su muerte el 24 de marzo de 1980, en América Latina es reconocido como ejemplo de pastor. Hoy es santo de la Iglesia Católica, universal, por designio del Papa Francisco.

Cabe reseñar a los obispos mexicanos que fueron expeditamente “desactivados”, faltando por mencionar el caso ejemplar del Obispo de Tehuantepec, Oaxaca,  en 1971, Arturo Lona Reyes, nacido en Aguascalientes en 1925, emérito de su diócesis, cuya principal pastoral fue la indigenista. Su sino personal, al igual que otros hermanos sacerdotes también de esta tierra de “La Gente Buena” y seglares convencidos de la Teología de Liberación, ha sido la negación social y el silencio, en el caso de Mons. Lona sufrió 11 atentados contra su vida; en 2008 recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos “Don Sergio Méndez Arceo”.  Es elocuente que siendo él un aguascalentense de pura cepa, excepcional por su ministerio entre los más pobres de los pobres, ni siquiera sea nombrado entre nosotros.

Una historia viva. Nada ha podido sepultar la genuina veta cristiana de la Teología de la Liberación. Que, hoy, a la luz de los recientes acontecimientos muestra su vigencia y vitalidad para poder ser interlocutor de peso completo con las realidades del mundo actual. Es una herramienta del pensamiento que ya está dando frutos verdaderamente constatables, indicio de ello son obras como la de Jon Sobrino, Cristología desde América Latina, o la más reciente de G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo, o la de L. Boff, El rostro materno de Dios, para ver su potencialidad. El sacerdote jesuita Roberto Oliveros Maqueo SJ. Aporta una excelente reseña en “Mysterium Liberationis”, UCA, San Salvador 1991. Hoy aplica el  argumento de autoridad de San Agustín: Eos refutat Historia (A ellos la Historia los refuta).

Nudo Latinoamericano. El caso está referido al secuestro y desaparición de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics el 23 de mayo de 1976, supuestamente conducidos a la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada) donde fueron interrogados por un especialista en asuntos eclesiásticos y conocía la obra teológica de Yorio. En el interrogatorio les preguntó por los seminaristas asuncionistas Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, estudiantes en el teologado jesuita de San Miguel y que desarrollaban trabajo social en el barrio popular La Manuelita, de San Miguel, donde vivían y atendían la capilla Jesús Obrero. Secuestrados ambos, a su vez, 10 días después de los dos jesuitas, el 4 de junio de 1976, y llevados según este testimonio a las misma casa operativa que los hermanos jesuitas.

Al respecto la revista Proceso había publicado en su portada una foto del padre Jorge Adur y una entrevista-reportaje de su nombramiento como capellán del Ejército Montonero de Argentina, con grado de capitán, si mal no recuerdo. De hecho, confirmé los datos referidos y la publicación citada. De ahí a poder atar cabos sobre su planeada persecución y desaparición forzada hay un simple paso. Los hechos se remontan al padre provincial jesuita Bergoglio, poco después llamado a la ordenación episcopal, bajo el Papa Juan Pablo II y la sede episcopal del Arzobispo  Antonio Quarracino, a quien sucede como primado, en 1998. Y hoy es el Papa Francisco. Esto va por la vista hacia atrás, en la historia.

Apertura al futuro. Dicen los clásicos como Benedetto Croce, lo que colorea o matiza nuestra comprehensión de la vida y de la realidad es la “visión del mundo” que tenemos, es decir, nuestra “cosmovisión” personal, y ésta generalmente se convierte en la Ética que adoptamos como propia, que al final se manifiesta como una ética militante, un repositorio de principios y valores que modaliza nuestro ser y actuar. El Capitalismo en su fase neoliberal y globalizante es un ética militante, igual lo es el conservadurismo republicano a ultranza como el de Donald Trump, el liberalismo demócrata, el nacionalismo revolucionario, la opción por la revolución democrática, en su momento el movimiento juvenil #YoSoy132 fue una ética militante.  Hoy se llama regeneración nacional. A la hora de la controversia, nos invade una pretensión de certidumbre inamovible: ¡Las cosas son así! Como yo digo, como yo opino, como yo defino. Y no pueden ser de otra manera. Y, así, muy ufanos declaramos nuestra verdad inobjetable. Por ello entramos en conflicto. A la hora buena de decidir qué hacer es aceptar con toda claridad y explicitud que nuestro punto de vista, al final es “la vista de un punto”.

 

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