Hermann Hesse, luz y oscuridad / Favela chic - LJA Aguascalientes
24/01/2025

Hermann Hesse (1877-1962) fue un gran amante de la naturaleza. En su infancia, en los estrechos márgenes de la ciudad alemana de Calw, disfrutaba retozando en los jardines, pero sobre todo en la amplitud de las praderas. Cuando radicó una larga temporada en Basilea, Suiza –país que luego se convertiría en su segunda patria–, dio rienda suelta a su asombrosa vitalidad. Sin mostrar signos de fatiga ni de hartazgo, rodeado de plantas e insectos, jugaba por horas enteras. Posteriormente, solo o acompañado, practicó uno de sus pasatiempos favoritos: el senderismo. Para mantener ese contacto íntimo con la naturaleza, evitó asentarse en las grandes urbes y realizó viajes de exploración por distintas provincias de Alemania, Suiza e Italia, sorteando obstáculos de peso como la escasez de dinero. Para el joven Hesse no había nada más preciado que “el arte de vagabundear ocioso”, en una actitud humilde y contemplativa. Estaba convencido de que la humanidad y la naturaleza tenían un vínculo sagrado.

Esta sensibilidad ecológica dejó una huella notoria en su obra artística. Aunque después cobró fama de escritor, se dedicó también a la pintura con fines terapéuticos. Bajo el consejo del Dr. Lang, su psicoterapeuta, nos legó una colección de por lo menos tres mil acuarelas multicolores, testimonio de su lucha permanente contra la neurosis: “Para toda aflicción, que con frecuencia era insoportable, encontré una salida cuando empecé a dibujar y a pintar”, declaró a su amigo Félix Braun en una carta de 1917. Seducido por las aldeas del Tesino, una región italoparlante al sur de Suiza, retrató en una serie de cuadros el panorama armónico de sus viviendas rústicas, circundadas por jardines, bosques, lagos, colinas y montañas. Su primera novela, Peter Camenzind (1904), hace hincapié en que nosotros somos el reflejo de nuestro hábitat: sólo si valoramos la dignidad de las otras especies, podemos valorar la de nuestros semejantes. “Aprendí a ver a los hombres a semejanza de las rocas y de los árboles, así como a respetarlos y a honrarlos como hacía con los viejos pinos”, afirma el protagonista, un joven de la aldea Nimikón, en la cordillera de los Alpes suizos.

Al cruzar los campos

En los poemas, relatos y novelas de Hesse, la naturaleza no es un mero escenario donde transcurren los acontecimientos, sino un personaje estelar que cuenta historias. Pero no habla con cualquier voz, sino con la voz de lo divino. Desde la adolescencia, Hesse abjuró de la religión de sus padres, Johannes y Marie, dos misioneros pietistas. Sin embargo, era un hombre espiritual y su literatura refleja la creencia en un “Ser Supremo”. A veces lo identifica con el dios cristiano; otras, con la suma de todas las fuerzas vitales, como Abraxas. Por eso Hesse ha sido asociado con el romanticismo, un movimiento artístico del siglo XIX donde la naturaleza posee atributos humanos, pero al mismo tiempo encarna lo sagrado; de igual modo se le ha vinculado con el panteísmo, una doctrina filosófica que percibe la manifestación de Dios en todos los elementos del mundo. El relato “La muerte del hermano Antonio” (1904) predica esa cosmovisión de la Grecia antigua: “Si muestras amor a un ser humano, él te lo pagará, a su vez, con su agradecimiento y amor, mas si respetas a un escarabajo, a un pez, a un ave, a un arbusto, a una planta cualquiera, es más, si le muestras amor, lo que haces es amar a Dios”, instruye un fraile agonizante.

La representación de la naturaleza ha dependido siempre de factores culturales. Difiere en cada país, época y persona. De hecho, la obra de un solo artista puede ofrecer perspectivas contrapuestas. Para comprender mejor la literatura de Hesse, debemos observar qué función tiene la naturaleza y cómo influye en los personajes. En Peter Camenzind nutre la imaginación; engendra mitos y leyendas: es la viva imagen de la crueldad y la muerte, de la belleza y la exuberancia. Despierta miedo y admiración, amargura y júbilo, deseo de viajar y nostalgia por la patria. Alivia las patologías de la mente y del alma, como reza uno de sus poemas, “Al huir de la jungla”: “Ya estuve alejado del mundo, en mi selva, / Donde pude acallar mi conciencia, / Encontrar la paz, frenar mi impaciencia”. Por su oposición a los preceptos sociales, un hondo sentimiento de culpa martiriza a los personajes de Hesse. Buscan la expiación de muchas maneras; pero la más frecuente consiste en estrechar lazos con la naturaleza, un espacio de espiritualidad.

Bajo la rueda

Desde la niñez, Hesse fue la “oveja negra” de la familia. Gracias a su temeridad e inteligencia precoz, se metía en aprietos en un abrir y cerrar de ojos. Cuando lo matricularon en la escuela, los problemas se complicaron aún más. Pasó del desempeño excelente al bueno, del bueno al regular y del regular al pésimo. A los catorce años, cuando estudiaba en el Seminario de Maulbronn, intentó huir y fue expulsado. Meses después sus padres decidieron internarlo en un sanatorio, convencidos de que padecía una enfermedad mental. A raíz de una decepción amorosa, Hesse compró una pistola para darse el tiro de gracia, pero el director del hospital frustró sus planes. Al poco tiempo lo trasladaron a un centro para dementes y epilépticos, donde le diagnosticaron “demencia moral”. Ahí estuvo recluido en dos ocasiones, pero finalmente su padre lo rescató en un gesto de misericordia. Luego, por mediación de un tío materno, obtuvo un puesto en una librería. Pero tampoco se adaptó de inmediato a ese nuevo estilo de vida y cambió de un empleo a otro, presa del hastío por la rutina laboral, tan poco estimulante para él como la rutina académica.

La crítica al sistema escolarizado y a sus métodos es un tema en común de sus “novelas de formación” o Bildungsroman, que protagonizan jóvenes inconformes con los destinos prefabricados por la familia, la iglesia y el Estado. A dicho género corresponden Peter Camenzind y los dos títulos más célebres del autor: Demian (1919) y Siddhartha (1922). Pero en Bajo la rueda (1906), una novela autobiográfica, explora con detenimiento los defectos más graves de la enseñanza tradicional: difundir dogmas, imponer argumentos de autoridad y uniformar la conducta y el pensamiento a base de reglas inflexibles y castigos severos, que engendran infelicidad. Sin ir más lejos, los padres de Hesse eran la viva estampa del desencanto. Ambos habían sacrificado sus sueños para complacer las expectativas ajenas y estuvieron sumidos en la depresión. Johannes se resignó a establecerse en Calw y dirigió a regañadientes una editorial de libros religiosos. Marie reprimió su amor juvenil por un hombre “inapropiado” a los ojos de la familia. Nadando contra corriente, Hesse practicó una y otra vez el arte de la fuga para romper los grilletes que lo ataban a una existencia insatisfactoria.

El oficio de poeta


Como el joven Peter Camenzind, Hesse descubrió su vocación literaria: “quería ser un poeta o nada en absoluto” y aborrecía los trabajos forzados que lo alejaban de este propósito. Pero el oficio de poeta, a diferencia de los más comunes, no puede aprenderse en ninguna escuela ni garantizar el sustento económico; serios impedimentos si consideramos que Hesse era de orígenes humildes y carecía de un mecenas. Para hacer realidad sus aspiraciones artísticas, se vio en la necesidad de tomar caminos alternativos. Aunque llegó a publicar alrededor de once mil versos, obtuvo un mayor reconocimiento como narrador. No obstante, la influencia de los poetas románticos alemanes (Heine, Hölderlin, Goethe y Schiller, principalmente) salta la vista en sus novelas y relatos. Estos últimos, ricos en temas, personajes y estilos, nos remiten a distintas tradiciones literarias: el cuento “Chagrin D’Amour” (1907), por ejemplo, reproduce unos versos del poeta francés Claris de Florian.

La novela Peter Camenzind, en particular, acusa una vena poética. Abunda en pasajes líricos que exaltan las emociones y la subjetividad: “Dentro de mi pobre alma de niño, aún en blanco y llena de calma y esperanza, el reflejo del lago y el espíritu de las montañas dejaron la huella de su orgulloso existir”, reflexiona el protagonista. Desde la publicación de su ópera prima, Hesse cautivó de inmediato a los lectores (agotó tres ediciones en el primer año) y cumplió el sueño de convertirse en un escritor independiente. Demostró que tenía un talento genuino y no sólo pretensiones. “El sabio encuentra su salvación permaneciendo fiel a sí mismo”, diría más tarde en el relato “El hombre de los muchos libros” (1918). Peter Camenzind representa el mejor punto de partida para incursionar en la obra de Hesse, pues sintetiza sus mayores obsesiones: el amor por la naturaleza, la atracción y el rechazo hacia el mundo civilizado y sus ambiciones pequeñoburguesas, la configuración de la identidad y el talante solitario del artista.

Sólo para locos

A pesar de haber sido considerado durante la juventud un “bueno para nada”, sin aptitudes para estudiar ni trabajar, Hesse recibió en 1946 el Premio Nobel de Literatura. Estas paradojas lo marcaron de principio a fin en el ámbito público y en el privado. Tan pronto como formaba un hogar, sentía el impulso de abandonarlo y volverse un judío errante. Su primera esposa, María Bernoulli, terminó con los nervios destrozados y fue internada en una clínica neurológica. Ni el afecto de sus seres queridos, un bien tan preciado para la mayoría, pudo encadenar a Hesse a una zona de confort. “No se supone que el amor nos haga felices. Existe más bien para enseñarnos lo mucho que podemos resistir”, opina Erminia, personaje de Peter Camenzind. Pero en el terreno de la convivencia, Hesse no se distinguió precisamente por ser acrítico ni estoico y eso le valió motes como “enfermo” y “loco”. Antes de que los movimientos contraculturales de los años sesenta se popularizaran, él ya era el prototipo por excelencia del outsider o inadaptado. En la cima del éxito, alérgico al trato social, colocó en la entrada de su domicilio un letrero con la inscripción “Por favor, nada de visitas”.

Sin embargo, a los lectores nos ha dejado extendida una invitación permanente, la misma que recibe Harry Haller, protagonista de El lobo estepario (1927): “Teatro mágico. Entrada no para cualquiera. ¡Sólo para locos!”. Su obra está dirigida a espectadores con una mente abierta, pues las facetas ocultas de la personalidad, incluso las más hirientes y vergonzosas, tienen licencia para salir tras bambalinas y actuar en el escenario; un espectáculo insoportable para quienes sobrestiman la normalidad. Inspirado en la mitología grecorromana y en la filosofía de Nietzsche, Hesse creía en la doble naturaleza del ser humano: la espiritual u ordenada y la instintiva o caótica. Negarla o reprimirla en nombre de la moral conservadora significa ponernos la soga al cuello. Por haber atentado contra sí mismo, Hesse nos infunde el aliento necesario para pintar nuestra propia acuarela y armonizar las dos tonalidades de la existencia: luz y oscuridad.


Show Full Content
Previous Fue desmantelado rastro clandestino en Pabellón de Arteaga, Aguascalientes
Next Inventario de Robert Valdés Ahumada / Cinefilia con derecho
Close

NEXT STORY

Close

Necesario ser muy cuidadosos con iniciativas a reformas laborales 

20/10/2024
Close