Me hice fuerte ahí, donde nunca vi,
nadie puede decirme quién soy.
Yo lo sé muy bien, que aprendí a querer
el perfume que lleva el dolor.
En la esencia de las almas, dice toda religión,
Para mí que es el amor después del amor…
El amor después del amor.
Fito Páez
Como ya se había anticipado desde hace meses, la Suprema Corte de Justicia de la Nación haría la armonización jurídica de los códigos civiles de las entidades respecto a las reformas federales que norman la unión civil entre las personas con, concretamente, la unión entre personas del mismo sexo.
A pesar de ser un paso normal en la evolución jurídica del país, el tema ha levantado polémica entre los grupos de la ultraderecha conservadora y sus afines, por dos motivos: no son capaces de concebir que una pareja formada por personas del mismo sexo pueda tener equidad de derechos respecto a las parejas de distinto sexo en asuntos como la pensión, la viudez o la herencia, la patria potestad o la paternidad, la seguridad social o las prestaciones de vivienda, por decir ejemplos. El otro motivo se cifra en su arcaica y chata concepción del concepto Matrimonio: una unión reservada a la procreación, a la constitución de un exclusivo modo de entender el núcleo familiar, para la reproducción generacional de sus valores, a todas luces excluyentes.
En esta arcaica y chata concepción, no sólo del matrimonio, sino de la realidad misma, se incluyen otros contravalores que han sido inculcados desde hace centenas de años, y que ayudan a explicar la catástrofe actual, por ejemplo: que la mujer se supedita al hombre y se le confina a tareas domésticas y de crianza (poniendo a la procreación como meta ideal de vida), en las que debe encontrar su realización personal; que la existencia de personas con orientación homosexual es negada, invisible, relegada a confinarse con pudor en espacios clandestinos; y -sobre todo- que los marcos de coexistencia familiar están restringidos a un modelo único, deslegitimando todo vínculo de conformación hogareña que salga de la norma Papá-Mamá-Hijos.
Así, en el semanario Proceso se publicó que la SCJN “invalidó la definición del matrimonio como ‘la unión legal de un solo hombre y una sola mujer’ con el fin de ‘perpetuar la especie y crear en ellos una comunidad de vida’, contemplada en el Código Civil de Aguascalientes” y que consideró que “los artículos 143, 144 y 113 bis, de dicho Código Civil local, deberán interpretarse y aplicarse en el sentido de que corresponden también a los matrimonios y concubinato entre dos personas de diferente o el mismo sexo”.
No sólo eso, sino también lo referente al artículo 144 del código civil del estado, que señala “cualquier condición contraria a la perpetuación de la especie o a la ayuda mutua que se deben los cónyuges, se tendrá por no puesta” en términos de matrimonio. Esto incluye de facto jurídico, también a las parejas de distinto sexo; es decir, la ley actual afirma que todos los matrimonios heterosexuales, que no tienen y no quieren tener hijos, están viviendo prácticamente en la ilegalidad. Menuda estupidez.
Mientras tanto, en el congreso de Aguascalientes, según consigna la periodista Claudia Rodríguez Loera en una nota de La Jornada Aguascalientes, la Comisión Estatal de Derechos Humanos del estado presentó desde hace cinco meses una recomendación para que el legislativo local armonizara el código civil con la inclusión de la figura del matrimonio igualitario, sin embargo a casi medio año después esta recomendación está atorada en la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales del Poder Legislativo local.
Ante esta resolución de la Suprema Corte, la diputada presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso Estatal, Karina Banda Iglesias afirmó que “el matrimonio como tal, tiene otras implicaciones jurídicas”, por lo que propone no llamar “matrimonio” a la unión civil entre personas del mismo sexo, ya que “el matrimonio igualitario es incorrecto, porque la palabra proviene de una raíz, que conceptualmente va emparejada a otro lado, sin embargo tenemos regímenes que nos cubrirían la situación de las personas del mismo sexo que deciden unirse, porque si no de otra manera abriríamos un hueco jurídico muy grande, entonces hay que ser muy cuidadosos, hay que ver el bien común”, de acuerdo a una nota de Alejandro Romo en News Week Aguascalientes.
Lo cierto es que la realidad ha alcanzado al congreso local, también es cierto que los grupos de ultraderecha se han querido imponer al legislativo en este y otros temas de derechos humanos y de libertades civiles. El escenario se enturbia al ser este un año electoral en el que el obispo, sus afines, y los grupúsculos conservadores chantajearán una vez más a los diputados para imponer su visión chata, arcaica, y -a todas luces- negativa, sobre una sociedad cada vez más plural y necesitada de entendimiento.
Este tema no es menor, y va aparejado a la reconstrucción que demandan nuestras sociedades. Una reconstrucción que va más allá de lo conceptual en términos de género, sino que alcanza los valores deontológicos más profundos sobre las razones que tenemos para vivir en civilidad. El problema más grande es que ni los tomadores de decisiones ni muchos sectores de la población están entendiendo de qué se trata esto, por eso ni siquiera lo han visto como necesario, cuando es indispensable.
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