En el nombre de AMLO / Disenso - LJA Aguascalientes
28/04/2025

Hace unos días escuché a Leo Zuckermann decir que era ingrato quedar mal con todo mundo: con los “anti-AMLO” por señalar sus aciertos y con los “AMLOístas” por señalar sus errores. Poco después surgió la controversia en que se vio envuelto Víctor Trujillo con su personaje de Brozo: fue criticado duramente (en sus palabras: “linchado mediáticamente por hordas amloístas”) después de señalar que lo que conocemos como “mañaneras” tiene una lógica de programa de televisión, y describir algunos pormenores como los “reporteros” que llevan una coreografía que pretenden hacer pasar por orgánica: las preguntas a modo, las defensas y -cómo no- los espacios de loa para nuestro presidente.

En su magistral alegato de defensa, Trujillo, encarnado en su personaje de Brozo, no dejó de hacer notar que él se sumó a la promoción a favor de López Obrador, que luchó desde lo que le correspondía por que llegara a la presidencia porque creía que era la opción necesaria para nuestro país, pero que una vez que Andrés Manuel llegó al poder, tenía forzosamente que cambiar su relación, porque “al poder no se le aplaude, se le revisa”. Agregó que a AMLO se le tenía que tratar como un ser humano “que caga y sangra, no como a un señor venido de los cielos, o parido de la tierra”, creí que era muy necesario recalcar ese rasgo que los seguidores del presidente suelen tener: lo han vuelto una figura intachable al que nada se le puede criticar porque, de hacerlo, se apresuran a señalar que quien lo haga es parte de la mafia del poder, un fifí, un neoliberal.

Recordé también que cuando escuché a Zuckermann hablar de que se queda mal con todo mundo recordé una frase que Richard Dawkins utiliza para los religiosos moderados, dice que “traicionan a los dos bandos por igual”, se refiere por un lado a los científicos que de alguna forma se las ingenian para mantener una creencia religiosa (como lo hizo el biólogo evolutivo Stephen Jay Gould o como lo hace el genetista Francis S. Collins) o a los teólogos que intentan compatibilizar la ciencia con los dogmas religiosos. Sentí que esa era la explicación por la que necesariamente se quedaba mal con ambas partes y no pude evitar después reprenderme por tal conclusión, yo mismo, sin darme cuenta, había llevado en la analogía a Andrés Manuel al terreno de lo religioso.

No es la primera vez que señalo que los adeptos a Morena se comportan en buena manera como secta, que la voz de AMLO parece ser la de un profeta, que sus preferencias son tratadas como dogma de fe, que quien lo critica es señalado en falta, como un blasfemo que no entiende los misteriosos designios del Señor (presidente). Las calificadoras, la tendencia de homicidios, los índices económicos que señalan estancamiento y que un trimestre más, podrían señalar recesión, todos quienes señalan “otros datos” que no son los oficiales son señalados como enemigos que desean el mal para este país. Que no entienden cuál es el gran plan detrás de las decisiones del presidente. Sólo el pueblo bueno y sabio entiende por qué la refinería de dos bocas es viable, aunque las grandes empresas digan que no, por qué es importante un tren turístico, aunque haya una afectación ecológica, por qué la lucha contra el huachicol fue importante, aunque haya dado desabasto, pero no entregado detenidos. Lo más extraño de todo es que estas críticas no son contra Andrés Manuel, sino en favor del bienestar del país: tal vez urge más tener buenos inventarios de gasolina o apostar por los productos secundarios de la refinería; o tener un tren de carga antes que uno turístico, o luchar contra el huachicol con fiscalización y no con la milicia.

El plan de Andrés Manuel, visto desde los qué, ofrece pocas opciones de resistencia: son los cómo los despiertan inquietudes y críticas. Y en este aspecto lo que más urge entonces es la posibilidad de diálogo. Nadie, de verdad, nadie en este país con algo de sentido común desea que al país le vaya mal. Lo que deseamos es que las buenas intenciones se concreten en buenas políticas, pero ahí no será el campo de lo moral sino el de lo técnico el que hará la diferencia. Una tecnocracia (por cierto, muy bien representada en su gabinete, pero sospecho poco escuchada) que debe ser la punta de lanza para esta transformación.

Flaco favor le hacen al presidente quienes pretenden cubrirlo con un manto de santidad y de infalibilidad, porque la realidad es implacable y en ese sentido su crédito de popularidad se acabará tarde o temprano. Más nos valdría hablar de las enormes dificultades que atraviesa el país (la mayoría de ellas heredadas ya al gobierno) pero la postura que tiene López Obrador no ayuda a dialogar fríamente al respecto. Sirva como ejemplo de los absolutos lo que la presidenta del partido Citlali Ibáñez Camacho, hoy Yeidckol Polevnsky (cuyo nombre hace alusión al “llamado de dios”), con actitudes como la que tuvo este viernes en su visita a esta ciudad, cuando dijo, a la letra: “AMLO no miente. El presidente de la república jamás en la vida ha dicho una mentira. […] que alguien diga una cosa de esa manera, la verdad no creo que ni debería TOCAR EL NOMBRE de nuestro presidente.” Me es difícil imaginar en qué escenario esta declaración no es una posición absolutamente dogmática. Tampoco es difícil deshacerse de estas sospechas cuando Bella Artes sirvió como homenaje para el líder de La Luz del Mundo. Hace años ese recinto se usaba para homenajear a los soldados del PRI, hoy para los apóstoles de Jesucristo. Esta transformación huele mucho a carácter confesional. Para ser uno de sus referentes Benito Juárez, todo es muy raro.

 

/aguascalientesplural | @alexvzuniga

 



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