Reflexionando sobre los resultados que nos dejó la elección de ayuntamientos del pasado 2 de junio, una de las situaciones que saltaron a la vista, de manera inmediata, fue el porcentaje de participación de la ciudadanía que decidió ejercer su derecho a votar. Ese tema se tocó por parte de los medios de comunicación, como lo hacen proceso tras proceso de manera habitual.
La pregunta a la autoridad administrativa electoral casi siempre es ¿cuánta gente se espera que salga a votar? Como se pueden imaginar, la respuesta correcta a tal cuestionamiento no es fácil.
De entrada, el sistema electoral tal y como se configura en la actualidad, garantiza que a cada ciudadano que se encuentre inscrito en la lista nominal de electores le corresponda una boleta en la casilla de la sección electoral perteneciente a su domicilio. De ahí que, en todo caso, la autoridad que organiza los comicios está debidamente preparada para recibir y atender a la totalidad de los votantes en cada elección.
El porcentaje de electores que acude a las urnas, y que entiendo es el sentido de la pregunta, es lo que no se puede precisar con antelación pues una multitud de factores inciden en la eventual presencia o ausencia de votantes. Tradicionalmente las elecciones locales se llevaron a cabo en agosto, las federales en julio, y ahora en este nuevo esquema de homologación, las jornadas electorales se realizarán el primer domingo del mes de junio. En todos estos meses, en la entidad, nos encontramos en el periodo de lluvias. Más de una ocasión coincidió que el día de las votaciones cayeran desde tímidas lloviznas, hasta verdaderos diluvios, afectando con ello la afluencia de votantes.
En otros casos, la apatía se vuelve una tendencia, digámoslo así por llamarla de algún modo, natural. Es visible en las estadísticas de los procesos electorales, tanto nacionales como locales, que la presencia en las urnas se determina por el tipo de elección de que se trata: cuando ésta involucra la presencia del ejecutivo (y que en el argot conocemos como “completa” por estar involucrado gobernador, diputados y ayuntamientos, o en su caso, presidente de la república, diputados y senadores) la participación tiende a aumentar, en detrimento de cuando la elección es intermedia (es decir, ayuntamientos y diputados locales o solamente diputados federales) y que se da, tradicionalmente a la mitad del mandato del ejecutivo.
Este fenómeno se puede atribuir a la efervescencia que causa la elección del ejecutivo federal o local. La cobertura mediática de tales candidatos, hace que de alguna manera la gente se involucre con la elección. No es una circunstancia novedosa, de acuerdo con los registros históricos que se conservan de la entidad en las elecciones presidenciales de 1994 y 2000 (por citar un ejemplo) la participación fue de 79.61% y 65.91% respectivamente. En medio de ellas, la elección intermedia apenas alcanzó un 60.36%.
Abonando a la idea de que cada proceso es distinto, entre 1988 y 1994, la elección intermedia de 1991 alcanzó un máximo histórico de 79.61%, superando por mucho ambas presidenciales, lo cual hasta cierto punto puede ser entendible, si consideramos que es la primera elección que se realizó bajo el esquema de la naciente autoridad electoral ciudadanizada.
La reflexión que quiero dejar en estas líneas, se basa en un contexto sociopolítico del que el estado no se puede desprender, y que lo es el porcentaje de población que representa el municipio capital con respecto a toda la entidad. A primera vista, la participación ciudadana en la más reciente elección fue escasa, pues en la capital alcanzó el 33.81%, sin embargo, el análisis detallado nos lleva a un 73.07% en San José de Gracia o un 71.17% en Cosío.
Ninguna de estas cifras es novedad. Históricamente, en las elecciones de ayuntamiento desde 1995, el mayor porcentaje de participación se da en San José de Gracia, en 8 de 9 elecciones, y sólo en 2001, el mayor porcentaje fue en Cosío. Incluso la tendencia nos dice que el promedio en San José es de 72.52% y en Cosío de 69.56%, es decir, en ambos municipios era de esperarse esa participación.
En contraste, Calvillo y Aguascalientes son los municipios en donde se obtienen los porcentajes más bajos en cuanto a la participación ciudadana. En el mismo lapso (1995-2019) 4 veces cada municipio ocupó el último lugar, en promedio, con 50.65 y 51.90% de participación respectivamente. Este año, Calvillo con su 45.32% y Aguascalientes con 33.81% continúan con esa tendencia, que se agrava con los pobres números del municipio capital.
Desde esta perspectiva, no fue sorprendente el bajo nivel de participación visto en esta elección por los diferentes factores que concluyeron, desde el venir de una elección federal un año atrás, hasta el hecho de lo inédito que resulta el solamente elegir ayuntamientos. En todo caso, a partir de esta reflexión quizá podremos construir un escenario para futuros procesos electorales.
/LanderosIEE | @Landeros IEE