We chased our pleasures here
Dug our treasures there
But can’t you still recall
The time we cried
Break on through to the other side…
Break on through to the other side. The Doors
Ante la crisis migratoria, y el amago que ha hecho el gobierno de Donald Trump hacia nuestro país con la extorsión de los aranceles si México no contiene el desplazamiento de personas desde Centro y Sudamérica, el actual gobierno tiene una preciosa oportunidad: la de buscar mecanismos diplomáticos, comerciales, y humanitarios que nos desliguen de la perniciosa dependencia con Estados Unidos, para -finalmente- voltear a otro lado.
En el tema de los aranceles a todo artículo que México exporte a Estados Unidos, y -en general- a toda la relación comercial con el vecino del norte, nuestro país está en la obligación estratégica de buscar nuevos aliados comerciales. Las posibilidades son muchas, desde los destinos económicos en el centro y sur de nuestro propio continente, hasta las economías europeas que todavía no colapsan, y -sobre todo- los gigantes de oriente (desde India, hasta Rusia o China) que pueden significar provechosos intercambios económicos para ambas partes.
El problema para establecer sólidos vínculos de intercambio mercantil es, además de económico (el costo de transportación de mercancías es alto, comparado con mover nuestros productos a EU), meramente político: hay un temor de ser mal vistos por Estados Unidos si nos aliamos económicamente a otros países distintos al bloque hegemónico continental que representa EU.
Por otro lado, la cuestión migratoria es una problemática, pero también es una oportunidad. Si nuestro país diera cabida a organismos internacionales para ayudarse en la atención a la población migrante, y -a la vez- destinara políticas públicas específicas para dotar de ocupación a esa fuerza de trabajo (con el movimiento económico respectivo a la seguridad social correspondiente por ese trabajo remunerado) y concentrarlo en zonas específicas con necesidad de intervención comunitaria, de educación a la niñez migrante, y de un fortísimo programa de inserción social en todos los sentidos (cultural, sobre todo) que garantice la erosión de xenofobias y chauvinismos mexicanos, quizá el resultado sea más benéfico que sólo militarizar la frontera sur.
Sin embargo, aquí también existen problemáticas. Los tentáculos del crimen organizado tienen en la población migrante a una atractiva carne de cañón, y las resistencias culturales a ser hospitalarios con la población desplazada es una tara que debería avergonzarnos. No obstante, esta migración es una realidad que no se va a atender, y menos a solucionar, con posturas excluyentes o de franca militarización.
La realidad es que esta coyuntura política, en la que el presidente Trump cabalga con bravuconería para su campaña de reelección, debiera ser una oportunidad para nuestro país en la que podamos mirar hacia otro lado, establecer nuevas alianzas económicas, y obtener beneficios mutuos de la migración. Es decir, tratar a las demás naciones y poblaciones justo como no queremos que Estados Unidos nos trate a nosotros.
Sin afán de patrioterismos trasnochados, y sin el tufo de superioridad moral de decir que nuestro país está mejor posicionado que el resto de Latinoamérica, es prudente afirmar que México tiene oportunidades que otros países no poseen. Desde la extensión territorial hasta la riqueza cultural; desde la preciosa condición de tener salida a dos mares con extensas zonas playeras y portuarias, hasta la riqueza natural y de producción en los tres sectores económicos. En ese sentido, y con la aprobación popular hacia el titular del ejecutivo, se podrían establecer acciones de cambio que nos posicionaran de mejor manera ante un gigante sin escrúpulos que no dudaría en aplastarnos si eso conviene a su interés político y económico.
México se nutrió de españoles durante el franquismo, de chilenos durante la dictadura de Pinochet, de cubanos desplazados por el régimen de Fidel. México ha mostrado la mejor versión de sí mismo para acoger y crecer con la migración. La coyuntura en la que Estados Unidos amaga con su hegemonía económica debe ser también una oportunidad para tender puentes con el resto de nuestro continente, con Europa y Asia; de apoyarse en organismos humanitarios que legitimen esfuerzos de integración internacional; pero que -sobre todo- nos estimulen a dejar la dependencia hacia Estados Unidos, y nos liguen con visiones y culturas más amables y provechosas. En esta coyuntura, nuestro país tiene la preciosa oportunidad de mirar para otro lado.
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