La expectativa moral de este gobierno es distinta, lo he sostenido en varios artículos en este espacio, por lo mismo las expectativas son altas y hoy que ha pasado el informe, me gustaría hablar de las expectativas en materia de rendición de cuentas. Que desde mi punto de vista son altas y hasta el momento no cumplidas.
De acuerdo a la vía institucional, en México hay un momento cumbre para la rendición de cuentas y es la obligación del Ejecutivo de rendir un informe del estado que guarda la nación ante el Congreso. Por tradición, desde 2006, el presidente dejó de rendir cuentas al Poder Legislativo, lo que es un mensaje contrario al equilibrio de poderes y al sistema de pesos y contrapesos que debería de hacer funcionar a nuestro Estado democrático. Calderón dejó de hacerlo por las condiciones poco favorables y Peña no quiso sufrir esas condiciones. El presidente envía a su secretario de Gobierno a dejar el documento del Informe y las fracciones presentan posicionamientos y cuestionamientos al aire, porque el presidente no está. El coordinador de la fracción gobernante funge de defensor del mismo y luego algunos secretarios rinden cuentas: no se trata de un rito no cumplido, se trata de un momento crucial para la rendición de cuentas y para nuestras instituciones democráticas.
Las condiciones de mayoría de AMLO, la aprobación social y política, la estatura moral, y la estabilidad en las Cámaras habían elevado mi expectativa anhelada, como politólogo, no he de negar que anhelaba volver a ver al presidente ante el Congreso, a los coordinadores de las fracciones dar discursos de altura y al presidente tomar nota y responder. Anhelaba que ese momento cumbre de la rendición de cuentas volviera y no sólo se convirtiera en un momento de aplausos sino en un momento de debate parlamentario, de interacción entre poderes y de verdadero contrapeso. Mi anhelo duvergiano se quedó en expectativa rota.
Mi expectativa era que el presidente no repitiera viejos rituales como la spotización del informe de gobierno. Es evidente que no es así. Los ritos de la política de 30 segundos siguen más vivos que nunca. No sé si con la eficacia como en campaña, eso lo dirán otras encuestas y estudios de comunicación política, pero el presidente continúa esos ritos.
No espero de López Obrador ejercicios “modernos” de rendición de cuentas, eso sería muy neoliberal para él. No espero que se innove de la mano de internet para rendir cuentas. Aunque en el fondo mi expectativa sea otra. No lo va a hacer, eso sería muy del peñanietismo.
Según el teórico, Andreas Schedler, los tres pilares de la rendición de cuentas son la información, al justificación y la sanción. La primera es la obligación de generar información o datos para dar a conocer acciones y ponerla a disposición de las personas; la segunda, es el derecho a recibir una explicación y el deber correspondiente de justificar el ejercicio de poder y la tercera implica, además, que quienes rinden cuentas no solamente nos cuenten qué es lo que han hecho y por qué, sino que también asuman las consecuencias de sus actos, incluyendo eventuales sanciones negativas. El presidente informa a la ciudadanía y desde su perspectiva explicó sus actos en su macroevento, en los spots y todos los días en las mañaneras, pero no hay ejercicio de sanción o de evaluación, no hay evaluación del estado que guarda la nación, confrontada con los datos de la ciencia y de la realidad.
En nuestro marco normativo, las sanciones no están reguladas del todo. No hay regulación sobre revocación de mandato y ni siquiera hay regulación sobre los resultados garantizados. La sanción que en nuestro país ha imperado es la electoral: si gobiernas mal recibes el voto de castigo; aunque es válido, no debería ser el único mecanismo de sanción. En México urge una ley de resultados garantizados.
En este gobierno estaban depositadas mis expectativas de transitar a una democracia que se consolide en la rendición de cuentas. Don Nacho Lapuente, un ilustre jalisciense, recordaba en una anécdota de un alcalde poblano, que todos los días salía por las mañanas a anotar en un pizarrón los ingresos, egresos y saldos del presupuesto del municipio. Ante esa innovación tan sencilla, uno se queda pasmado, mis expectativas son que el gobierno de AMLO normalice la rendición de cuentas como aquel alcalde poblano, que innove no solamente con internet sino en la vida cotidiana, que fortalezca el equilibrio de poderes, que confronte sus dichos con la realidad, con los datos del otro México y que no utilice los medios de comunicación oficiales para posicionarse, posicionar su imagen y posicionar su gobierno en términos mercadológicos; eso lo hacían otros. Mis expectativas en este primer año, están rotas.