Desde el triunfo en las urnas del 1 de julio de 2018, y quizá por comodidad, a la ciudadanía, con una regular participación en los asuntos públicos o políticos de México, nos ha resultado relativamente sencillo usar indistintamente en nuestro discurso cuando nos referimos al cambio de gobierno, de lopezobradorismo, morenismo o Cuarta Transformación, sin hacer mayores distingos o precisiones al respecto, como sí, efectivamente, los tres términos representaran esencialmente el mismo fenómeno político que hoy predomina en la vida nacional, como la punta de lanza de la gestión o administración de la cosa pública del país. Sin embargo, a últimas fechas, parece ser que no, que ni representan ni significan políticamente lo mismo. Me explico.
A principios de septiembre de 2012, después de su participación como candidato del Movimiento Progresista (PRD, PT y Movimiento Ciudadano) a la presidencia de la República, y la consabida derrota ante Enrique Peña Nieto, López Obrador se dedicó a la construcción de un nuevo partido político de izquierda, mismo que derivó en julio de 2014 en el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, el cual, en una relampagueante trayectoria y trabajo político de recoger, decodificar y capitalizar el malestar ciudadano, derivado de la innegable corrupción e impunidad que nuestro desgastado sistema político mexicano, logró, en tan sólo cuatro años atraer ese indignado ánimo ciudadano hacia sus ofertas de cambio radical, centradas por supuesto, en el combate a la corrupción de los políticos asociados a los tradicionales y viejos partidos políticos, el PRI, el PAN y el PRD.
Paralelamente, logró convencer a la ciudadanía de que con su llegada a la presidencia, su estrategia de combatir otro flagelo del país, la inseguridad pública, asociada a las más de 34 mil muertes violentas, sería rápidamente erradicada de la cotidianeidad de los mexicanos, así como de otros graves delitos que agobiaban desde entonces a los votantes, como los secuestros, los feminicidios, etcétera. Igualmente, atrajo para su causa, lo que él llamaba el despojo de la riqueza nacional, expresada en los recursos petroleros, y que, a su entender, estaban siendo dilapidados y entregados a las rapaces manos del capital privado, en detrimento de los mexicanos.
Esos tres ejes de su propuesta, lograron consolidar un apabullante triunfo electoral que todos conocemos como los ya famosos 30 millones de votos, y que significó para López Obrador, la presidencia de la República, las mayorías en las cámaras de Diputados y Senadores y un número significativo de congresos locales y gubernaturas. Vamos una campaña ampliamente triunfadora, con todas las herramientas necesarias para impulsar, lo que en los documentos básicos de Morena señalaban como “el cambio verdadero”, y a partir de ello, empezaron a llamarle, incluso para ellos mismos, la Cuarta Transformación.
Sin embargo, en estos últimos 18 meses, entre julio de 2018 y enero de 2020, el lopezobradorismo, se ha debido ir separando de su esencia campañera, y dedicando a tratar de entender el quehacer de la dirección de la administración pública federal, dirigir entidades públicas, atender de alguna manera lo que las leyes mandatan, leer reglamentos, lineamientos, procedimientos. Hacer y atender planes y programas. Prestar servicios públicos, como educación, salud, construcción y mantenimiento de infraestructura; cuidar las relaciones internacionales, lidiar con el vecino del norte y los vecinos del sur; cobrar impuestos. Gobernar pues, además de hacer campaña. Lo que parecía algo básico, se fue volviendo poco a poco una realidad complicada, dura, exigente. Además, con 130 millones de mexicanos demandando todos los días atención, justicia, seguridad, escuelas, medicinas, cultura.
Por su parte, el morenismo, que, desde hace seis años, día con día, ha tratado de consolidarse como ¿un movimiento social? ¿un partido político? Está empantanado en su propia exigencia de encontrar una identidad que le permita afrontar el futuro electoral, que ratifique su hegemonía y supremacía. Pero esa definición se ha topado con una realidad con la que pensaban no representaba un problema grave, que, de manera natural, se iría resolviendo por la mera inercia de ser una mayoría política, hasta que se percataron que, Morena, era un conglomerado de personalidades y grupos políticos, con intereses disímbolos, con ideologías diferentes, y que en estos seis años, y después de haber probado las mieles del triunfo y del poder, pues ahora quieren, exigen, su parte, lo que les “corresponde”.
Morena debe afrontar los retos del poder, sus consecuencias; detentar el poder político, no sólo significa el detentar un cúmulo de cargos públicos, de ejercer presupuesto, de acumular beneficiarios de programas sociales y allegarles recursos. También significa que, al interior de Morena, y sus asociados, deben mover sus piezas, para posicionarse mejor en el tablero del morenismo empoderado, con los ojos puestos en el 2021. Esta circunstancia será una realidad que el morenismo deberá afrontar ya en esa inevitable lucha interna, que el pasado domingo, enfrentará a dos de los grandes grupos políticos del partido en el poder por la dirección de su instituto político, el liderado por Bertha Luján y el que encabeza Yeidckol Polevnsky, actual presidenta en funciones. Pero el morenismo, no sólo se expresa al interior del propio partido, en otros ámbitos también se manifiesta claramente, como en los grupos parlamentarios de filiación guinda, los monreales contra los Batres, por ejemplo; o los afines al Coordinador Delgado o al viejo Muñoz Ledo, o a Ruiz en el Congreso de la Ciudad, y así.
La Cuarta Transformación, como aquél movimiento equiparable a la Independencia de México, o al movimiento de Reforma, o a la Revolución Mexicana, está lejos, muy lejos de concretarse. El lopezobradorismo voluntarista, o el morenismo desdibujado, no han alcanzado a construir y proponer una opción del México al que ellos mismos aspiren, no atinan a describirse con precisión, un día se dicen de izquierda, al día siguiente se desdicen; despotrican contra el imperio, pero le sirven; exorcizan el neoliberalismo, pero se atribulan y les quita el sueño el Tratado México, Estados Unidos Canadá; atacan al empresariado y le requieren su apoyo.
Ni el lopezobradorismo, ni el morenismo, representan ninguna Cuarta Transformación.