Regina Isabel Medina Rosales
Lo personal es político, han sentenciado docenas de mujeres feministas alguna vez en sus vidas. Aunque para Ángela Davis este popular aforismo llega a nublar la relevancia de otros sistemas de opresión (como lo son el racismo o el clasismo), sí reconocía el poder de narrar la experiencia individual como un vehículo poderosísimo para narrar, a su vez, experiencias colectivas. Así, Davis denunció al racismo institucional de Estados Unidos en su extraordinaria autobiografía que escribió cuando tenía tan sólo 28 años. Ahora, en una misión mucho menos ambiciosa -y definitivamente sin el genio de Davis- quiero dedicar esta columna a narrar la violencia que las mujeres mexicanas viven diariamente a través de mi propia experiencia que, aunque no representa la vida de todas mis conciudadanas, sí conozco a profundidad. Aquí voy.
¿Hoy es su cumpleaños? Con razón hoy sí se vistió de mujer. Las palabras de aquel profesor (que, por cierto, no me daba clases) me dejaron petrificada. Sí, cumplía 17 años y, sí, llevaba un vestido. ¿Mi condición de mujer estaba condicionada a una falda? ¿Qué se suponía que era yo si no la usaba? ¿Y por qué diantres tenía yo que escuchar eso en pleno 2015 en la que se suponía era una de las escuelas más prestigiadas del estado?
Toda la violencia es gradual, en el caso del machismo la última expresión de odio es el feminicidio. Sin embargo, el problema empieza desde mucho antes, con chistes misóginos y comentarios sexistas, conocidos como micromachismos. Los micromachismos son acciones cotidianas, pequeñas, minúsculas, imperceptibles, microscópicas, que refuerzan los estereotipos de género día a día. Dadas su ubicuidad y dimensión, es casi imposible mantener estadísticas sobre este fenómeno. Sin embargo, cualquier mujer tendrá sus propios ejemplos. Para mí, los micromachismos se han presentado en ese profesor de preparatoria, en hombres que me piden que no me ponga tacones para no verme más alta de lo que soy, en hombres que me dicen que “sí puedo” verme bonita cuando me maquillo, en hombres que se sorprenden con mi inteligencia y en hombres que creen que es imposible que cocinen mejor que yo porque, ya saben, soy mujer.
Pásese para atrás, señorita, ahora. La seguridad en la voz de aquella mujer hizo que obedeciera inmediatamente y caminara a la parte posterior del autobús. No entendía la razón, pero lo hice. Poco después la misma mujer se acercó a mí, es que ese viejo le estaba tomando fotos por debajo. Miré mi falda y después al señor que iba sentado junto a donde segundos antes yo había estado. Me sonrojé al imaginar mi ropa interior y mis ingles mal iluminadas guardadas para siempre en un Motorola.
El acoso en las vías y el transporte públicos es, también, una experiencia universal para las mujeres. Algunas estadísticas llegan tan lejos como a apuntar que más del 90% de las mujeres han sufrido agresiones de este tipo en Ciudad de México o Monterrey. Aguascalientes no es la excepción. Las agresiones sexuales en los espacios públicos son un mecanismo de exclusión. Mediante estas acciones, se nos indica a las mujeres que no debemos andar solas, ni de noche, ni con vestimenta “provocativa” (en este caso un vestido como el que tanto le había agradado a mi profesor). No, nuestro lugar es en la casa, acompañadas de un hombre. Cualquier acción contraria al canon justifica la intrusión a nuestra privacidad y a nuestros cuerpos.
Yo no fui quien filtró tus fotos, estaba borracho y se las pasé a un amigo mío, él fue quien las mandó. Eso fue lo más cercano que obtuve a una confesión de mi exnovio. Se había hecho pasar por mí en redes sociales -pues tenía acceso a mis contraseñas- y había compartido fotos de mí en ropa interior. Fotos que yo decidí enviarle como medida de seguridad, pues yo decidía qué mostar, después de haber descubierto que me grababa sin mi consentimiento cuando intimábamos. En mi cabeza, la relación a distancia justificaba que él necesitara ese tipo de material. Para mí, era una prueba de amor; para él, una herramienta de control.
Aunque la sextorsión y otras formas de violencia digital son un fenómeno reciente, la misoginia que encarnan no lo es. A pesar de que la llegada del internet prometía una sociedad más libre y democrática, también ha significado la creación de una nueva plataforma en la que se replican viejas dinámicas de exclusión. En México, las agresiones digitales de género son cada vez más frecuentes y toman cientos de distintas modalidades. Aunque la relevancia de esta problemática aún no es reconocida por el público en general, entidades como el propio Aguascalientes ya tienen tipificada la violencia digital como delito. Mientras que Yucatán fue la primera entidad en determinar que compartir imágenes privadas sin el consentimiento de la persona quien aparece en ellas es ilegal.
No le digas a nadie, si lo haces, me voy a enojar contigo. Y no quieres que me enoje, ¿o sí? Quizás parezca la amenaza más patética de la historia, pero para mi yo de siete años hacer enojar a mi primo -a quien yo admiraba y quería- era uno de mis peores miedos. Eso bastó para que abusara sexualmente de mí en tres ocasiones y salir impune. Aunque cada incidente duró menos de diez minutos, me tomó quince años contárselo por primera vez a mi madre. Durante mi niñez y adolescencia, estaba segura de que moriría sin decírselo a nadie, jamás.
México ocupa el primer lugar de la OCDE en abuso sexual infantil y eso que la cifra total de casos es desconocida pues, como el mío, 99 de cada 100 casos no es denunciado. Además, los principales agresores son conocidos de los menores. Los agresores más frecuentes son familiares, seguidos por maestros y sacerdotes. Esta violencia se escuda detrás de una cultura de silenciar víctimas y defender a los victimarios para proteger los lazos familiares.
La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. El feminismo ha salvado mi vida. Si no fuera por las personas que me han escuchado y a acompañado, yo me habría convencido de que merecía todas las agresiones que he vivido (de las cuales he enunciado sólo unas cuantas). Si no fuera por el feminismo, habría creído que el problema era yo, no la sociedad. Y son mis privilegios los que me dieron acceso a este movimiento. Al final, mi experiencia no es universal. Las mujeres migrantes, las mujeres indígenas, las mujeres pobres, las mujeres indocumentadas enfrentan más niveles de violencia estructural que yo. Así que, a pesar de todo, debo decir que soy afortunada porque he tenido acceso a la educación, no sufro violencia doméstica y no me han matado. Muchas mujeres en nuestro país no pueden decir lo mismo. Repito: en este país donde en el año van más de 320 feminicidios soy afortunada de no haber sido asesinada. La razón por la que enuncio estas violencias es para levantar la voz de otras, para que no nos nieguen más la existencia de la violencia a la que nos someten. No estamos solas.
Referencias
Davis, Angela. Autobiografía. Capitán Swing Libros: Madrid, 2016.
García, Itzel. “¿Cuántas mujeres mueren al día en México por feminicidio?”. Grupo Fórmula. 4 de marzo de 2020. Recuperado de https://bit.ly/2TzPSRK
Luchadoras. La violencia en línea contra las mujeres en México. Informe para la Relatora sobre la Violencia contra las Mujeres, 2017.
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Moguel, Yoisi . “Yucatán, primera entidad que penaliza ‘pornovenganza’”. El financiero, 1 de agosto de 2018. Recuperado de https://bit.ly/2vNMKZa
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Xantomila, Jessica. “En transporte público, acoso excesivo contra mujeres: ONU”. La jornada, 22 de abril de 2019. Recuperado de https://bit.ly/330dSR7